A contramano de la disconformidad del continente respecto del neoliberalismo, en Uruguay podría darse un gobierno de ese cuño al terminar este domingo. Las posibilidades son ciertas para la derecha, aunque una tibia esperanza empezó a recorrer el país en los últimos días. Los números parecen jugar en contra del Frente Amplio, sin embargo desde el 40% a la mitad del electorado hay una distancia difícil de superar pero no imposible. ¿Cómo se ha llegado a esto? De la misma manera que ocurrió en los países que ya se resignaron al neoliberalismo y que en caso de la Argentina consiguió quitárselo de encima. El desgaste natural de los gobiernos prolongados. La persistencia de la crítica de los medios hegemónicos, como ariete importantísimo aunque no tan incisivo como en la Argentina o en Brasil, donde directamente la democracia fue eclipsada. Incluso la penetración de los medios argentinos (por caso: en el Uruguay se ha discutido durante mucho tiempo, en los mismos términos que aquí sobre el gobierno de los Kirchner). La disconformidad natural de sectores de la población que manteniéndose en la tradicional clase media uruguaya aspiran a más porque, como recuerda Lacan, el hombre visualiza mucho mejor las ausencias que las presencias, todo lo que le falta por encima de lo conseguido. Además, el hecho de no tener una figura como Tabaré que emergió la primera vez o como la del Pepe Mujica, y en cambio ofrecer un hombre de notables condiciones y amplia experiencia de gestión como Daniel Martínez, pero de menor arrastre personal, podrían explicar otro motivo. Son elementos que juegan a favor de la derecha, en un medio donde el equilibrio entre ambas ideologías, siempre fue de dos o tres puntos. En un país partido al medio entre el conservadurismo y el progresismo podría comprenderse como un episodio natural que la derecha obtuviera la victoria. Aunque de inmediato vendrían criterios neoliberales con los pretextos clásicos de las inversiones, con cambios importantes en el dólar para darles mayor ganancia a los exportadores de la tierra y otros elementos constatables desde siempre del liberalismo económico. De todos modos hay que ver cuál es el procedimiento de los votantes colorados, que tiene su recelo histórico en votar a los blancos. Aunque tampoco quieren al FA, muchos quieren menos un gobierno del Partido Nacionalque afianzaría su predominio entre los dos partidos tradicionales. El Frente tiene muchos postulados
que tienen rasgos, parentescos, con lo que el coloradismo hizo en el país en los primeros 50 años del siglo pasado. Hay algo allí fundacional sobre losderechos y el afianzamiento del Estado. Aunque es claro que en los últimos tiempos los colorados
se acomodaron más a la derecha, aunque no tanto como los blancos.
Como siempre, el país está tajantemente dividido entre la ciudad y el campo. La ciudad es del FA, lo sigue siendo aunque algunas disconformidades con la marcha del gobierno hicieron que se perdieran votos. En el interior, es muy difícil superar esa forma conservadora de ver la vida, con líneas de pensamiento manejadas desde siempre por terratenientes que, desde sus campos, generan una dependencia económica muy especial.
Mucho se pierde si el Frente cae. Mucho en educación, en salud, en aquellos valores que siempre son mejor considerados por el progresismo. La derecha nunca hubiera llegado por ejemplo al plan Ceibal, una portentosa protección de la educaciónque se convirtió en un verdadero patrimonio de Uruguay. En muchos aspectos ha tenido dificultades el gobierno del FA, pero siempre en tono de progreso y que pusieron al país en un sitio de vanguardia. La clase media tironeada hacia abajo mejoró su lugar, con etapas de pleno empleo; y ahora bajó un poco esa situación pero hay que ponerla en el contexto de la región. Indudablemente, en cuanto a sensibilidad y calidad humana, discurso y relación de ese discurso con la realidad, el FA debería ser siempre la mejor opción para los uruguayos.
Mucho se perderá, aun cuando al Partido Nacional le cueste muchísimo ir contra el Estado. El FA en estos 15 años ha salido más que airoso. Fue tan penetrante en sus reformas como el kirchnerismo, el chavismo, el correísmo, el lulismo. Fue unos pasos más arriba que el socialismo chileno. Pero todo eso no le alcanzó para meterse en la historia como una revolución que lo cambiase todo. Pero
también tiene que ver eso con las características de Uruguay, donde las cosas son más lentas, donde la movilidad social es más apaciguada y donde en el manejo de las leyes –como sucede en la Argentina y en buena parte de América Latina– fue preparado
por quienes tenían una visión conservadora y liberal del mundo. No nos olvidemos de que, por caso, el Pepe quiso poner un impuesto para nada violento, para quienes tienen más de 200 hectáreas y la pelea terminó en la Corte Suprema, ganada por los terratenientes. El FA también ha tenido la dificultad de no poder torcer las estructuras regidas desde hace tanto tiempo, como no tuvo un dominio suficiente del Parlamento, que le diese chances de avanzar con cambios radicales de algunas leyes, lo que siempre se esperó
que pudiera hacer.
Entre las concreciones y las dificultades, entre los elogios y las críticas, el FA hace un promedio excelente y veremos hoy si el FA tiene todavía la energía electoral como para poder rechazar los embates. Sería deseable, por la geopolítica continental: sería muy bueno mantener al FA, ahora que habrá un gobierno de cuño progresista del otro lado del Plata y porque, de otra manera, la Argentina
volverá a estar particularmente rodeada de neoliberalismo, donde uno ponga la mirada, y desde cualquier punto de la frontera, se va a quedar con la derecha neoliberal acosadora y acusadora que retornó a América.
La última hora de hoy nos dará esa respuesta que importa a Uruguay, al Río de la Plata, al Mercosur, y a los sueños de seguir trabajando para un mundo un poco más equitativo, igualitario y justo. Cabría preguntarse, entonces, parafraseando al enorme
Jaime Ross: «Uruguayos, dónde iremos a parar».«