Algunos le dicen metahumor. Comedia, sátira, entrevistas, investigaciones, periodismo. Cada ingrediente en raciones bien estudiadas. Se mezcla bien y sale lo que los estadounidenses llaman late show o periodismo satírico. Los hay de todo tipo y color, con diferente niveles de credibilidad, en función de su prestigio y rigurosidad. Uno de los que menos declina el respeto por la verosimilitud sigue siendo The Daily Show. Nació en 1966. Tuvo infinitas alternativas. Lo emite Comedy Central, a diario en horario central.
Jonathan Stuart Leibowitz, neoyorquino, 63 años, cómico, actor, escritor y productor de origen judío es reconocido como “Jon Stewart”. Cobró fama en 1999 cuando reemplazó a Craig Kilborn en TDS y sumó una fuerte pátina política al programa que tuvo un cúmulo de hitos periodísticos notables más allá de quien fue el ocupante principal de la Casa Blanca. Pero en el sube y baja de la tele, el 10 de febrero de 2015, Stewart dejó la conducción. Regresó un lustro después, la noche del 12 de febrero de 2024 y la audiencia creció notablemente en la etapa previa a las elecciones.
Uno de sus últimos choques con Trump fue cuando el presidente ejerció censura sobre Associated Press y Jimmy Kimmel, también comediante, echado de ABC. Stewart se puso un poco más irónico con el magnate cuando lo fustigó por el rescate económico a la Argentina: al que destrató fue al mandatario sudamericano. Javier Milei sólo recibió desprecio.
Ahora volvió a pegar fuerte. Hace unos días, Stewart se permitió trazar un claro paralelismo entre la retórica estadounidense en los prolegómenos de la guerra de Irak y la actual en referencia al conflicto con Venezuela. Argumentó que similares figuras políticas “siguen reciclando los mismos argumentos”. Contrastó algunas afirmaciones de principios de siglo con las de la actualidad.
Así fue con Saddam Hussein (“amenaza para la vida estadounidense”): ahora las advertencias devastadoras apuntan a Nicolás Maduro, como el eje del mal, “un peligro existencial”. Ante eso Stewart se burló de la reaparición de frases como “hacerlo por las buenas o por las malas”, de las justificaciones para atacar (“posesión de armas químicas” o la nueva aparición de “salvajes terroristas en la región”) y de las reiteradas y falsas promesas de democracia y libertad. Aseguró que “el lenguaje es tan familiar que se siente como una nueva sensación de conmoción y asombro, sólo que dirigida a un nuevo país”.
En su preciso alegato, una excelente pieza periodística, el presentador destacó también los principales argumentos reales que llevaron a la guerra contra Irán y de las amenazas de desembarco en territorio venezolano: el petróleo. Explicó que Venezuela posee las mayores reservas petroleras comprobadas del mundo, junto con oro y tierras raras. Con una notable producción de imágenes de archivo mostró cómo algunos dirigentes defienden el rol estratégico estadounidense en el hemisferio occidental como “América Primero”. Siempre con una filosa dosis de humor, ironizó: “Sudamérica literalmente lleva ‘América’ en su nombre”.
Stewart transitó por eso camino para llegar a una conclusión casi irrebatible: explicitó que cuando los argumentos de guerra empiezan a sonar intercambiables, “la gente debería hacer una pausa antes de que la historia se repita”.
Sinvergüenzas y cómplices
Lo dice un título de la CNN: “Gaza ya no sufre hambruna tras la llegada de ayuda humanitaria”. Se basa un organismo de monitoreo de ONU, la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria, creada en 2000 y de dudosa confiabilidad. De inmediato se subieron al carro los israelíes, quienes en agosto habían negado rotundamente que hubiera hambruna en Gaza, y que hacían todo lo posible para la entrada de ayuda humanitaria. A pesar de todas y cada una de las denuncias. Y de las tremendas y múltiples imágenes que confirmaban lo contrario. Una perla adicional: en el texto de CNN se afirma textualmente: «A pesar de estas mejoras, la mayor parte de la población de Gaza se enfrenta a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda». ¿En qué quedamos?