Después de la destrucción de las “narcolanchas” y el asesinato de los tripulantes, más allá de los actos de piratería contra barcos petroleros -tan ilegales como el bloqueo naval- supongamos por un momento que los Estados Unidos invadan Venezuela. En base a las agresiones precedentes cometidas por el imperio, podemos pensar que todo comenzará con un despliegue aéreo, con cazas furtivos y misiles Tomahawk, entre otras delicias. Surcarán los cielos como en un juego de video, para destruir los centros de “mando y control” de las fuerzas armadas venezolanas. ¡Es que hay tantos prototipos que hay que probar en combate!
Ese presupuesto de defensa norteamericano no se justificará solo. Ese quizás sea el verdadero botín. Gracias a la tecnología, también podrán atacar los domicilios de las personas designadas por la CIA. Eso permitirá bombardear barrios civiles, así de onda, como para sembrar el terror. Siempre sirve. Es la fase shock and owe, algo así como “conmoción y pavor”, concebida como el despliegue masivo de fuerza bruta letal para aniquilar la voluntad de lucha del adversario. No faltarán los sabotajes a infraestructuras críticas, que serán perpetradas por equipos especiales con la ayuda de los grupos cipayos locales (como los “comandos civiles” de 1955 en Argentina), sin hablar de asesinatos puntuales para descabezar la conducción política y militar del Estado.
¿Volverán las “guarimbas”, esas barricadas callejeras que tanto practicó la oposición golpista? No desdeñemos el arsenal propio de la guerra cognitiva, ya en curso. Maduro es más malo que el más malvado que pueda haber existido jamás, el principal responsable de introducir drogas en Estados Unidos. El fentanilo que cunde en Baltimore y Filadelfia es culpa de Maduro. Mirá vos. Eso dicen. Aunque no hay evidencia de la existencia del “Cartel de los Soles”, esa organización que rejuntaría civiles y uniformados maduristas, al menos hay un enemigo a vencer, aunque no exista. Es una amenaza a la existencia de Estados Unidos.
¡Hay que impedir que Venezuela invada Polonia! No es contra el pueblo venezolano, claro que no. ¿A quién podría ocurrírsele eso? De allí que el montaje, ya probado con éxito en Pakistán, donde desalojaron a Imnran Kahn en 2022, o en 2024, cuando derrocaron a Sheik Hasina en Bangladesh, para poner en el gobierno -no en el poder- a Muhammad Yunus, un Premio Nobel. Y Corina Machado es Premio Nobel de La Paz. ¿Qué mejor legitimidad que esa persona que califica al bloqueo, bombardeo e invasión estadounidense contra el territorio venezolano como un acto de amor? Es el momento en que George Orwell se clava un whisky doble (con cara de triple), es un Jura pura malta única sin hielo. Quizás piensa “debo dejar de escribir”, tal vez sospecha que les da ideas. Y apura el trago.
Veremos la capacidad de la defensa antiaérea venezolana. ¿Habrá una disputa real por el dominio del cielo? Es un contexto de guerra asimétrica, en la cual el agresor dispone de mayores fuerzas que el agredido, pero los venezolanos pueden infringir una cantidad de daño menor, aunque insostenible para el imperio. Esa sería la situación en caso de una invasión terrestre. Encerrados en la concepción de las guerras de “segunda generación”, los estadounidenses aplican esa doctrina enunciada por el Mariscal Pétain durante la primera guerra mundial: “la artillería conquista, la infantería ocupa” (uno que pronto sería experto en colaboracionismo). Mandar la infantería es poner boots on the ground (las botas en tierra). Encima de las botas suele haber soldados, que deberán enfrentar combates callejeros, donde también se medirá la capacidad de organización de los venezolanos, quizás ya sin cadena de mandos, o con conducciones locales tácticas. Sin hablar de posibles guerrillas urbanas y rurales, que pronto serán catalogadas como “terroristas”. Si bien las estadísticas sobre las bajas serán favorables a los agresores en proporciones abrumadoras, habrá botas en bolsas negras que volverán a Estados Unidos.
Si las fuerzas armadas venezolana son vencidas, y Corina Machado es instalada en Miraflores (la casa de gobierno en Caracas), mientras comience la represión contra los chavistas -siempre en nombre de la libertad- el ejército norteamericano será un ejército de ocupación. Eso siempre es odioso, y además le otorgará a Maduro una nueva legitimidad. En efecto, muchos venezolanos críticos contra el actual presidente pensarán que es mejor eso que la ocupación extranjera, que instala un gobierno títere.
Para los Estados Unidos, la invasión de Venezuela en otro alarde de cambio de régimen puede traer beneficios a corto plazo. Parte de la opinión pública norteamericana puede apoyar a Trump en otra cruzada “civilizadora”, tener tranquilo el patio trasero, ese “hemisferio occidental” que el poder estadounidense considera el lebensraum (espacio vital, en alemán). Por supuesto, eso no bajará el flagelo de las adicciones en Estados Unidos ¿Será duradera la apropiación de los recursos petroleros venezolanos? También podrá focalizar un tiempo las noticias que vienen del frente en vez de los pobres resultados de la política de “América First”. Es probable que el costo de la invasión y del mantenimiento de las fuerzas de ocupación sean más gravosos que previsto, sin otra esperanza que una retirada más o menos deshonrosa, como en Afganistán o en Irak.
Los Estados Unidos nos tienen acostumbrados a producir victorias tácticas y lograr derrotas estratégicas. ¿Falta de política? Sin duda. Clausewitz decía que los planes de batalla terminaban cuando comenzaban los tiros. Es cuando los dados resuenan en el cubilete, atronadores.