Quizá las figuras que consignaban los bestiarios medievales no fueran en realidad monstruosas criaturas irreales, bestias mitológicas en las que confluían lo animal y lo humano o en las que lo animal se cruzaba de las formas más aberrantes. En la Edad Media se las consideraba reales, pero más tarde, la soberbia humana, enarbolando la bandera de la Razón, las clasificó como seres inexistentes, como meros productos de la imaginación ignorante.

Claro, quién ha comprado alguna vez en una feria de pájaros un Ave Fénix para ponerlo en una jaula, quién ha visto un centauro formar parte de la policía montada, quién se cruzó en Plaza de Mayo, mientras les daba de comer a las palomas, con las Harpías, esos seres con cabeza de mujer de larga cabellera y cuerpo de pájaro, que se dedicaban a secuestrar niños y robar almas, quién vio cara a cara a un caradrio, ese animal con cuerpo de cuervo que era capaz de pronosticar si una persona enferma moriría o viviría y que curaba problemas de la vista y también la ictericia a través de sus excrementos.

La respuesta a estas preguntas es que nadie vio jamás a esos seres, lo que no es una razón suficiente para declararlos inexistentes. El coranavirus no se ve y, sin embargo, es un esmerado heraldo de la muerte. Algo similar sucede con las sirenas, los dragones, los hipogrifos, los endriagos, las hidras de siete cabezas, las mantícoras, los unicornios. Nadie los vio, pero existieron.

De hecho, los bestiarios se extendieron mucho más allá de la Edad Media. En el siglo XX Julio Cortázar usó metafóricamente el sustantivo bestiario como nombre para un libro de cuentos que pasa revista a especímenes humanos. Borges, por su parte, publicó en ese mismo siglo su propio bestiario: El libro de los seres imaginarios. En él hace una suerte de catálogo de las criaturas que parecen haber existido sólo en la afiebrada imaginación humana, aunque nadie mejor que él supo qué potentes realidades invisibles son capaces de crear las palabras. Otra prueba irrefutable de la existencia real de estos seres es lo que le sucedió a Silvio Rodríguez con su unicornio azul, al que había logrado convertir en mascota, pero un día se le perdió y no volvió a verlo, aunque puso carteles con su foto en todos los negocios del barrio.

Estos días de aislamiento social obligatorio son ideales para actualizar los vetustos bestiarios medievales llenándolos con bestias que sean de nuestro tiempo, ya que tanto abundan.  Aunque, la verdad sea dicha, muchas de ellas parecen no haber salido jamás de la Edad Media.

Aquí va, pues, un intento de actualización siempre perfectible:

Bestia de Walt Disney: extraña criatura con nombre de pato, pelo de canario y cara de tostada quemada. Se atribuye poder curativo, no a través de sus excrementos, sino de inyecciones de lavandina. Algunos especialistas creen que no se generó de manera espontánea, sino que es el resultado de un fallido intento de laboratorio para elaborar un ser humano con restos de otros seres, a la manera de Frankenstein. Suele vérselo con una Biblia en la mano luego de haber mandado a apalear manifestantes. Un exponente paradigmático de represor místico

Bolsoman: réplica sudaca del pato de Disney que, amante de la ovejas, es partidario de la inmunidad de rebaño. Fatalista a ultranza, está convencido de que, ya que todos los seres humanos son mortales, su pueblo debe tomar la delantera y morir en masa de gripecinha para sacar a flote la economía. Se considera a sí mismo inmune pero, sobre todo, impune, razón por la cual anda repartiendo abrazos por doquier y besando niños para demostrar que donde está él ningún virus se atreve a entrar. Cree tener a Dios de su lado.

De formación espartana, considera que si en su país muere un promedio de 1000 personas por día es porque esos debiluchos que sucumben a un virus que ni siquiera se ve, no merecen la vida que les fue otorgada. Los muertos son para él opositores necios, conspirativos y piantavotos. Solo dejan de vivir para llevarle la contra.

Harpía-Rambo: como el lobo de Caperucita se disfraza de abuelita dulce, acuna a su nietecito con marchas militares y le permite hablar por teléfono con los servicios de inteligencia. Pariente del camaleón, le gusta vestirse con ropa de camuflaje para poder mimetizarse sin pudor con diversos actores del espectro político.

Gato sin bigotes o perezoso de reposera: suele atravesar por largos períodos de hibernación y pronunciar frases antológicas. Le encargó a sus súbditos que las recopilen para conformar un libro capaz de competir con Sinceramente. Se llamará Idiotario.

Hombre rata: espécimen que husmea en la basura en busca de alimento periodístico en descomposición y que encuentra voces alucinadas que le revelan verdades incontrastables mientras corre por Palermo. Amante del stand up y actor vocacional, no hay forma de explicarse, sin embargo, su predilección por los argumentos inverosímiles. Es más, hay quien le recomienda que cambie de profesión y, dada su buena predisposición a las operaciones, se dedique a la cirugía.

Pichón de prócer periodístico: animalito sumamente gregario que sufre en cámara por el autoritarismo que impide la reunión de varias generaciones, desde el nietito recién nacido a la bisabuela. ¿Qué virus sería tan canalla como para atacar a una familia que es un ejemplo de unidad?

Poli-cebado: ejemplar carnívoro y sanguinario capaz tanto de apalear a unos qom desarmados como de apretar sus rodillas hasta asfixiar a un hombre negro que no ofrece resistencia. Su contextura humanoide hace sentir vergüenza de pertenecer a la especie humana.