Studiolo

Giorgio Agamben

Adriana Hidalgo Editora

Crítica de arte

127 páginas

“En los palacios renacentistas se llamaba studiolo al pequeño salón donde el príncipe se retiraba a meditar o leer, rodeado de cuadros que amaba de modo especial” comienza diciendo este libro de Giorgio Agamben en la Advertencia. Esto es, precisamente, lo que parece haber hecho el filósofo italiano en este libro: retirarse a meditar sobre diversas obras de arte de épocas muy distantes entre sí, pero cada uno de las cuales puede ser considerada un clásico.

Es así que a través de sus páginas analiza desde  una figura femenina de la prehistoria tallada en piedra hasta una pintura de Paul Gauguin y de artistas más cercanas en el tiempo como Sonia Álvarez, Mónica Ferrando o Isabel Quintanilla pasando por clásicos de clásicos tan difundidos que sus imágenes resultan familiares: Jan Van Eyck, Giovanni Bellini o Tiziano. También la escultura tiene un lugar en el libro a través de Arturo Martini.

Como el príncipe que se retiraba a su studiolo, también Agamben se retira a pensar y a leer rodeado de cuadros, solo que lo que él hace es leer los propios cuadros como si leyera un libro escrito en un alfabeto distinto. Y, como todo lector, tiene una forma propia de hacerlo. Lo que nos transmite es entonces su lectura que, más que complacerse en la erudición, en los datos históricos que rodean a la obra, trata de leer sin salirse demasiado de los límites de ésta. Es así que propone lecturas de una imagen que, sin duda, la enriquecen. Si se apoya es la historia del arte o en la contemplación del Cristo yacente de Hans Holbein que hizo Dostoievski en Ginebra cuya impresión fue tan fuerte que se refirió a esa obra en El idiota, es para reforzar los fundamentos de su mirada y sobreponerle otra mirada posible. Sí es cierto que estos reenvíos fuera de la imagen despiertan el deseo de leer o releer El idiota sumándole el análisis de la mirada de Dostoievski que hizo Agamben. Es que su mirada potente y documentada es capaz de descubrir, por ejemplo, en la liebre muerta de Jean-Baptiste-Simeón Chardin la evocación de una crucifixión y en el pintor a “un espinosista que todas las cosas las ve en Dios. Incluso las escudillas, los jarrones de mayólica y las ollas de cobre.”

Matemática y fascinación

Adrián Paenza

Sudamericana

Matemática

318págs.

Como un historiador que hace descender a los héroes del pedestal de bronce al que los ha subido la solemnidad de la Historia, Adrián Paenza vuelve a publicar un libro en que derriba el mito de la matemática como una disciplina árida y difícil solo apta para genios, para demostrar que está presente en los actos más simples de nuestra vida cotidiana.

Por eso, quizá no sea casual que el libro de Paenza comience con la historia “Las hermanas Polgar”, hijas de Laszlo Polgar, un maestro húngaro que descreía absolutamente de la educación tradicional y de Klara, una maestra que coincidía con él. Polgar, “no creía en los denominados “genios”, o mejor dicho, nos que negara la existencia de personas que se destacaban más que otras, o mucho más que otras, pero su idea era/es que los genios `se construyen´ y no «vienen así de fábrica´. Entrenamiento, perseverancia, constancia, pasión y, sobre todo, mucha dedicación.”

Laszlo y Klara tuvieron tres hijas que se negaron a mandar al colegio. Las tres se convirtieron en grandes ajedrecistas, pero la más pequeña, Judit, no solo ganó todos los títulos que habían ganado sus hermanas, sino que, además, lo hizo a una edad más temprana, como si la experiencia de sus hermanas mayores se hubiera acumulado y hubiera sido aprovechada por ella. Laszlo había validado su teoría.

Paenza dice que es más fácil pensar que con una capacidad determinada se nace y no se hace. Su deseo es que esta historia sea “motivadora” y constituye una apelación al lector para que no se cierre a la posibilidad de dejarse fascinar por las matemáticas, uno de los juegos más entretenidos.

Lo que sigue en el libro está en la misma sintonía. Las matemáticas están en las cosas más cotidianas y no en el pedestal de bronce de los héroes. Están, por ejemplo, en la campaña publicitaria de Pepsi Cola de 1995 para ganar puntos y poder canjearlos por ropa, en el juego de la lotería y sus peligros. Hay, además, números tan cercanos a lo humano que pueden ser “narcisistas”, un reloj de dos colores que plantea un problema que solo se puede resolver de manera intuitiva y otros planteos matemáticos que tiene que ver con los autitos de colección y hasta con el embaldosado del piso.

Los nombres

Flavio Lo Presti

Obloshka

Cuentos

173 págs.

Flavio Lo Presti nació en Córdoba en 1977. Es profesor y licenciado en Letras por la UNC y desde hace veinte años se desempeña como crítico en diversos medios. Ha incursionado en la crónica. Su anterior libro de cuentos, Los veranos, es de 2018.

Dice Edgardo Scott en la contratapa: “Desde La conquista del imperio ruso de Martini Real que no leía cuentos con una dimensión política tan fuerte. Ojo, política, esa forma inmaterial por la cual nunca estamos ni vivimos solos.”

Los cuentos de agrupan en dos partes: La vida y La literatura. Cada una de ellas está integrada por cuatro relatos con nombre propio. La dimensión política que señala Scott se hace presente en cada uno de estos retratos, solo en apariencia individuales. El nombre propio se entreteje en una red de otros personajes todos ellos inmersos en esa gran red que es la sociedad.

Nadie es solo un yo –parece decir Lo Presti en cada uno de sus cuentos- todos estamos condicionados por los otros, por el lugar social que tenemos asignado.

Si hubiera que definir los cuentos de alguna manera podría decirse que son algo así como una colección de desajustes, de roces, de situaciones incómodas, de inadecuaciones experimentadas en el trato con los otros, como si no hubiera otra forma de estar en el mundo que estar en conflicto.

El último teorema de Fermat

Simon Singh

Cía. Naviera Limitada

Historia de la matemática

376 págs.

El subtítulo de este libro es La aventura más grande de todos los tiempos. El prólogo es de Adrián Paenza, lo que, por supuesto, no es casual, ya que el teorema de Fermat ha cautivado siempre a los matemáticos y ha trascendido incluso al campo de la literatura como lo demuestran las obras policíacas de Guillermo Martínez, escritor y matemático. Si el libro de Simon Singh es apasionante es porque está impregnado de literatura y es capaz de interesar por igual a un matemático que a un curioso que se asoma al mundo de la matemática desde otra área, aun cuando no todas las explicaciones resultan transparentes paro un lego. Pero, como dice el refrán “No entender es una manera de comenzar a comprender”.

Pierre de Fermat fue un matemático del siglo XVII que planteó un enigma que tuvo en vilo a los especialistas durante 350 años. Si bien su planteo era sencillo, su demostración parecía imposible. Finalmente, es Andrew Wiles quien llega a la demostración hace menos de veinte años.  

Por su parte, el autor del libro, nacido en 1964 en Inglaterra, es doctor en Física y divulgador científico, una tarea que cumple muy bien en este libro captando el interés del lector a pesar de tratar un tema muy específico.

Adrián Paenza comienza su prólogo de manera contundente diciendo “este es el mejor libro que leí en mi vida”. Cuenta haberlo leído muchas veces a partir de su versión original publicada en 1997.

Se trata, en realidad, de un libro apasionante, aunque, por supuesto, Paenza corre con ventaja a la hora de leerlo. Pero hay material para todo tipo de lector, siempre que se trate de alguien curioso. Por eso, es bueno tomar como propio el consejo de Paenza: aunque en muchos momentos aparecen términos muy específicos y la comprensión se obstaculiza “¡No abandone!”  Es un texto que estimula la imaginación y amplía el mundo.