Aunque su embrión se gestó mucho antes, desde el siglo XIX la novela se convirtió en el artefacto literario por excelencia. El formato más elegido por autores y lectores para introducirse en las realidades de la ficción. A lo largo de la historia la novela tuvo una infinidad de defensores y devotos que alabaron su capacidad para contener universos completos en sus páginas.

También quienes la menospreciaron o criticaron con argumentos igualmente válidos. Lo cierto es que, tantos años después, aún hay algunas preguntas a las que se les siguen buscando respuestas. ¿Qué es una novela? ¿Cómo se la construye? ¿En dónde reside el poder de su narrativa? ¿Existe un método que garantice el éxito a la hora de escribir una? ¿Por qué no envejece su capacidad para hechizar a los lectores?

Sobre estas cuestiones (y más) regresa el escritor, docente y editor mexicano Martín Solares en su libro Cómo dibujar una novela (Factotum Ediciones), donde no solo analiza distintas formas y estructuras que el género ha ido atravesando en su cronología, sino que se detiene a observar en detalle sus elementos constitutivos más destacados.

Como si se tratara de una criatura mitológica, podría decirse que el libro de Solares también es un híbrido, parte ensayo y parte taller literario. Por un lado, su autor compila lo que diferentes notables tuvieron para decir acerca de la novela, para darle forma a un coro en el que se dejan oír voces que van de Stendhal a Julio Cortázar y de Flaubert a Borges, pasando por André Breton, D.H. Lawrence, Mallarmé, Henry James, Joseph Conrad o Marguerite Duras, entre tantas y tantos más.

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Así se vería La Odisea si fuera un dibujo, según Martín Solares.

Además, indaga en su genealogía, para señalar que en el siglo XXI han sido las series de televisión las que heredaron el gusto por la sorpresa y el sentido novelesco decimonónico que el género había olvidado parcialmente en el siglo intermedio. Ya en su segunda mitad ofrece un puntilloso recorrido por Pedro Páramo, de Juan Rulfo, novela emblemática de la literatura mexicana, a la que utiliza como paradigma para estudiar de qué forma se construye una novela ejemplar.

Explorar la novela

Cómo dibujar una novela también propone una serie de profundos análisis de los elementos que componen este tipo de relatos. De esta forma, uno de los capítulos iniciales y otro al final del libro se dedican a enumerar y desglosar diferentes formas de comenzar y terminar una novela, aportando distintos ejemplos elegidos con una certeza sorprendente. Solares recurre a trabajos de Philp K. Dick, Capote, Kafka, Camus, Gombrowicz, Piglia, Bolaño y en especial a Raymond Chandler, de quién se encarga de citar de manera textual las frases finales de sus siete novelas protagonizadas por el mítico detective Philip Marlowe.

Rayuela, según el autor mexicano: dos espirales continuos que se enroscan en sentido opuesto

También rastrea diversas formas de construir y abordar la creación de personajes, tanto de los protagonistas, en torno a quienes se organiza la estructura narrativa, como de los secundarios. Al contrario de lo que su nombre parece indicar, a estos últimos nunca se los debe pensar como meros accesorios, sino como herramientas fundamentales para enriquecer el relato, aportando nuevas dimensiones.

Pero la mayor contribución del libro, aquello que lo distingue de otros abordajes teóricos sobre la novela, se desarrolla en el capitulo central que lleva exactamente el mismo título. Ubicado justo a la mitad de la lectura, en sus páginas Solares se dedica a responder aquella pregunta que parecía meramente retórica: Cómo dibujar una novela. Para ello el autor propone un sistema de cinco pasos que permite descubrir las formas que asume la organización interna de diferentes novelas, para luego representarlas a partir de diagramas muy simples y esquemáticos.

Diagrama que representa a Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.

De esta forma, para La Odisea traza un camino sinuoso que va saltando por encima de una serie de obstáculos que se interponen en el camino. La vida está en otra parte, de Milan Kundera, sería una flecha interrumpida por una serie de paréntesis concéntricos, como los círculos que se forman en la superficie del agua al arrojar una piedra. O Rayuela, representada como dos espirales contiguos que se enrulan en sentidos opuestos. Y así varios ejemplos más. Un recurso tan lúdico como original, que a pesar de su simpleza demuestra lo mucho y muy seriamente que Solares se ha dedicado a explorar el cosmos infinito de las novelas.