La Convención (Corregidor) es la última novela de Débora Mundani. En ella, a través de la mirada de uno de sus personajes, Emma Dorá, se acerca al mundo de las corporaciones, a los valores individualistas que se manejan en ellas y a la fuerza centrípeta que devora a quienes son señalados para cumplir funciones altas. Emma es elegida para participar de un programa de formación gerencial. El director de Recursos Humanos le propone entrenarla con la misma exigencia con que él se entrena para participar de una maratón de alta montaña. Emma, que tiene una mirada crítica, no sabe aún que no es posible mantenerse al margen, con un pie dentro y otro fuera, cuando se es elegido para un puesto jerárquico. La acción se desarrolla durante el conflicto entre el gobierno kirchnerista y el campo. La convención a la que alude el título será la catastrófica culminación de las tensiones acumuladas en la furiosa carrera en pos de lograr las ambiciones personales.

Con un lenguaje preciso la autora detalla la vestimenta de sus personajes, emblema de la forma en que se muestran hacia afuera, para ir desnudándolos luego, poco a poco. Merecedora de diversos premios entre los que se cuentan el del Fondo Nacional de las Artes por su novela Batán y del segundo premio Casa de las Américas por su novela El río, Mundani traza un despiadado perfil de las corporaciones en el que es posible reconocer la forma en que hoy es gobernada la Argentina.

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-¿Cómo comenzó tu relación con la escritura?

-Escribí siempre, desde muy chica. Pero cuando comencé la carrera de Comunicación, donde una de las primeras materias es Taller de Escritura, tuve la suerte de tener de profesora a Irene Klein, que es discípula de Gloria Pampillo. Fue así que, a los 19 años, me reencuentro con la escritura. Poco después empecé un taller con Guillermo Saccomanno. Fueron grandes años porque Guillermo es muy serio. No era posible que uno tuviera la duda entre hacer un taller de escritura y uno de ikebana (risas). Sólo iban los que tenían un interés real, porque era extremo en todo sentido, tanto en la exigencia hacia nosotros comoen la exigencia hacia él mismo. Fue un gran espacio de trabajo sin el que no sé qué hubiera hecho. No sólo se escribía, sino que se reflexionaba sobre la literatura y se armó, además, un plan de lecturas, lo que permitió que llegáramos a autores que quizá de otra manera no hubiéramos llegado. Saccomanno me preguntó si tuviera toda una biblioteca a mi disposición qué elegiría. Le dije que García Márquez. Entonces me dijo que tenía que leer todo Faulkner. Ese taller fue un modo de vivir la escritura.

-¿Cómo surgieron tus novelas?

-En el taller surgió El río y también escribí Batán, que es mi primera novela publicada porque ganó un premio del Fondo Nacional de las Artes. En realidad la primera novela que escribí es El río, aunque fue editada después.

-¿Y cómo surgió La Convención?

-Esa novela es hija de un no taller. Al poco tiempo de haber dejado el taller de Saccomanno visualicé La Convención. El proceso de escritura fue muy corto, pero fueron muchos los años de reescritura. Me interesaba el mundo del trabajo, que ya aparece en El Río, pero me interesaba en este caso el trabajo urbano y especialmente el de un rango de empleados. Por un lado, la clase gerencial y los directivos de empresa y también esos jóvenes que, llevados por la lógica empresarial,  en un momento dado se enfrentan a la decisión de seguir la carrera gerencial o no. La opción es quedarse o irse. No hay opciones intermedias. No se pueden eludir determinadas responsabilidades ni optar, por ejemplo, por trabajar menos horas. Emma, la protagonista de la novela, comienza a trabajar en un banco con la idea de pagare los estudios, pero no sabe a dónde la va a llevar ese trabajo.

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-¿Vos trabajaste en ese tipo de empresa? Lo pregunto porque da la impresión de que tenés un conocimiento muy sutil de cómo funcionan las cosas allí.

-Sí, trabajé mucho tiempo en ese tipo de empresa. Excepto las personas que tienen  un plan muy consciente, la gente que trabaja en esos lugares no tiene una idea de dónde puede llevarlo la carrera profesional. Esto es lo que le pasa a Emma. Ella no tiene un plan y su forma de encarar el trabajo la va conduciendo a ser “elegida”. Tiene una mirada crítica sobre ese lugar, pero su mirada un poco pedante o soberbia tiene que ver con ciertas lógicas de meritocracia. Cuando uno tiene una formación, ha ido a la facultad y cae en un trabajo muy chato, de manera inconsciente puede reproducir esa lógica de la meritocracia, se ve diferente. En el caso de Emma padece ese verse distinta.

-Ella no es la que cuenta, sino que hay un narrador omnisciente, pero es a través de la mirada de Emma que se ve el funcionamiento un tanto perverso de la institución.

-Sí, la novela aborda el vínculo de Emma Dorá con el director de Recursos Humanos que tiene un accidente mientras corría  una maratón de alta montaña. Ese vínculo es un poco la excusa para poder entrar en ese universo.

-Se sugiere que el supuesto accidente puede no haber sido un accidente.

-Sí, se sugiere eso. Lo que a mí me interesaba contar, sobre todo, era la vida corporativa, porque estas empresas son corporaciones. Es cierto que si bien hay un narrador omnisciente, la mirada que va abriendo ese mundo es la de Emma. Pero la lógica del banco está contada a través de los personajes que han logrado incorporar y corporizar la estructura. A través de ellos se ve de qué forma la empresa trata de integrar a sus empleados al discurso dominante, cómo trata de hacerlos sentir como en casa, cómo trata de lograr que se identifiquen con los objetivos comerciales y, sobre todo, cómo trata de hacerlos internalizar la lógica de la competencia. Si no hay una figura superior que legitime, que valide e incentive esa lógica competitiva, las mayorías podrían ponerla en duda. En torno de esto se arma una fiesta. Y no me refiero a la fiesta del final, sino a la gestación de una épica sobre el trabajo: lograr los objetivos, reproducir el discurso futbolero. En fin, no deja de ser nunca una lógica de conquista.

-Se trata de un tipo de discurso que recuerda al del macrismo.

-Cuando empecé a escribir la novela el macrismo aún no estaba en la gestión en el país, pero sí muchos de los que hoy son funcionarios eran directores de empresas. Por eso creo que La Convención es la precuela de esta forma de gobierno. Con una mano en el corazón, cuando escribí la novela no imaginaba el escenario actual, por lo que sólo puedo decir ahora, en retrospectiva, que La Convención es la precuela. Siempre tuve mucha conciencia de que este nivel gerencial y directivo, los ceos y también las primeras líneas, tienen una lógica específica que es la que hoy reconocemos en la manera en que se gobierna. Casi debería decir de la forma en que “se gestiona” lo público.

– Son los que reivindican que no son políticos.

-Sí, hablan de lo político de manera peyorativa, como si fuera algo viejo, de otra época, que lleva a confusiones. Creo que en la novela hay un parentesco con eso, que no es un parentesco ficcional. Es muy difícil entender cómo llegamos a esta forma de gobierno si no entendemos cómo funcionan las empresas. Creo que estas corporaciones son un laboratorio y una escuela de cómo llevar adelante, en este momento, la función pública.

-Creo que el título La Convención no sólo alude a la reunión de gente con un determinado objetivo, sino también a lo convencional, a lo que se dice desde los medios, a la elaboración de un sentido común, a una convención que se acepta como algo natural.

-Respecto de esto creo es hay un punto de partida que  es la idea de que existe un orden que es el orden lógico de las cosas, que hay unaforma única de mirar el mundo, hay una naturalización de esa forma. En la novela aparece en diferentes personajes y diferentes niveles.  Por ejemplo, Emma es observada por las secretarias, casi como una amenaza, porque no la terminan de decodificar. Creo que todo empleado de una empresa que no se ajusta a determinadas pautas de “normalidad”, es visto como peligroso porque no se sabe para qué lado puede salir corriendo. Y no resulta molesto sólo para los jefes, que pueden creer que de alguna manera pueden manejar la situación, sino que es particularmente molesto entre pares. Personajes como el de Emma nunca terminan de estar del todo adentro, pero tampoco están afuera. Entrar al mercado laboral en Argentina y en otros países es muy difícil por lo que uno no tiene muchas posibilidades de elegir. Dentro de este tipo de ámbito de trabajo cada uno tiene su propia tragedia, sus desajustes con respecto al espacio en que está.

-Uno de los jefes de La Convención no tiene clara su sexualidad, por ejemplo, y ni siquiera se permite decírselo a sí mismo.

-Ésa es su mayor tragedia. Ni siquiera se puede hacer cargo de lo que le pasa. Ocultarse ante los demás ya es un problema, pero ocultarse ante uno mismo este terrible. Me interesaba la pregunta acerca de cómo se vive en esas circunstancias. Por eso introduzco el mundo de los corredores. Me pregunto qué nos sucede que hay es afán de autosuperarse todo el tiempo. Hay una exigencia puesta en el cuerpo y parecería que ahora todos somos potenciales runners. Ya no alcanza con correr alrededor del parque una o dos veces. El personaje de la novela se pone el objetivo de correr una maratón de alta montaña. Federico Bianchini sacó un libro sobre estas personas que hacen este tipo de deporte. Me pregunto qué nos mueve a acercarnos a la llama del fuego para ser quemados. Cuando alguien termina una carrera de este tipo lo ves lastimado, con ampollas, forzado hasta el extremo, pero dice cosas como “valió la pena porque lo hice en tres minutos menos”. Esto se da en el mundo del trabajo. Cuando sos un empleado medio te consideran  una pobre mina o un pobre tipo. Pero cuando te señalan y te eligen para cumplir otra función supuestamente muy importante, comienza la carrera, la maratón.

-La Convención también plantea el tema de la mujer en cargos directivos altos.

-Sí, a la presidenta de la empresa de la novela le interesa reproducir la lógica patriarcal, es una mujer que en todos los discursos apela a su familia, a su lugar de madre. Esos son los valores que reconoce ante sus empleados, aunque haya elegido tener una carrera exitosa. Incentiva mucho a los dos directores que se reportan ante ella a que se sometan a esa competencia tremenda por la que terminan sacándose los ojos a cambio de nada, o sólo a cambio de plata. Quizá la que dice a cambio de nada soy yo, pero no es lo que piensan ellos. El director de Recursos Humanos vive como un infeliz y, en este sentido, no hay bonus anual que pueda darte lo que perdiste. En este tipo de lugares no se distingue entre lo íntimo y lo público, todo el mundo sabe o cree saber sobre la vida de los demás. Por eso le regalan a una directora un consolador en medio de un evento, lo cual es una situación de abuso, porque es algo que corresponde a otro momento que no tiene que ver con lo laboral, sino con la intimidad.  En el mundo corporativo que inventé para La Convención son los cuerpos los que terminan hablando, los que en algún momento dan cuenta de  todas esas horas de tensión, de tener que cumplir, de ese ir a la guerra.