Norberto Gugliotella vive en el mundo del libro. Desde hace muchísimos años forma parte de la editorial Corregidor que fundara Manuel Pampín, su suegro, en 1970, una empresa familiar y una de las pocas casas editoriales independientes argentinas que se ha sostenido desde entonces apostando siempre a un catálogo de calidad sin hacer concesiones al mercado.

Gugliotella conoce ese mundo como la palma de su mano porque, como en toda empresa familiar, ocupa todos los lugares en los que es preciso estar, desde la prensa a la colaboración en la edición.

En esta oportunidad ocupa por segunda vez el lugar de escritor. La primera vez fue en 2017 con un libro para chicos, Tanta felicidad. Esta vez lo hace con una novela, Donde termina la lluvia, publicada en la colección Narrativas al Sur del Río Bravo de Corregidor.

En ella aborda la violencia de género a través de la voz de una niña/adolescente, Violeta, que narra en su diario lo que fue la convivencia en su primera infancia con un padre, Sergio, que las golpeaba a ella y a su madre, Diana.

Afortunadamente, Diana logra desengancharse de esa relación violenta, se va de su casa con su hija y forma una nueva pareja con Claudio, un hombre completamente distinto, protector y compañero. Esta unión convirtió a Violeta en integrante de una amplia familia ensamblada, junto a los hijos de Claudio.

También Sergio habla en primera persona al comienzo de la novela y muy brevemente hacia el final. Diana, en cambio, pese al vuelco positivo que ha dado su vida, no ha podido liberarse de su pasado y del miedo que  sigue agazapado dentro de ella. No sólo ha sido víctima en la adultez de la violencia de Sergio, sino también de los abusos sexuales de su padre durante su infancia. Quizá por esta razón, no habla con una voz propia, sino que más bien es narrada por una segunda persona.

A partir de estas tres voces se va construyendo Donde termina la lluvia.

¿Cómo nació este libro que trata una problemática que forma parte central de la agenda de hoy?

-Empecé a escribirlo aproximadamente en 2017. Quería hacer una historia que mostrara dos miradas diferentes de dos generaciones distintas, la de la madre y la de la hija, sobre lo que pasa dentro de una casa cuando hay violencia.

-¿Y cómo encontraste la voz de Violeta y la voz del padre violento, Sergio?

Me costó mucho encontrar las voces, fue lo que más me costó y me obsesionó. Quería que fueran muy distintas una de la otra. La voz que apareció última en mí fue la del padre, que es la que cuenta lo que pasaba desde la perspectiva paterna de un hombre violento y que es la primera que aparece en la novela. Quería marcar la diferencia entre una generación de chicas que nacieron en este tiempo a las que les resulta más fácil abordar y contar los problemas de violencia y Diana, la madre de Violeta, que tiene 40 y pico y no pudo sacar afuera nunca lo que sufrió de más joven.

-Además de la violencia de su marido en la adultez, también hubo abuso sexual por parte de su propio padre en la infancia.

-Claro, y no hay manera de que pueda sacarlo de su interior. Entonces, encontré en la segunda persona una voz que narra desde afuera lo que lo que le pasa. La segunda persona me pareció la mejor opción para resolver la voz de Diana. Por su parte, Violeta está en los comienzos de la adolescencia, cuando creo que se produce el segundo descubrimiento del mundo. El primero se da cuando empezamos a gatear y nos llevamos toda la boca para ver de qué se trata. Pero entre los 13 y los 15 es cuando miramos detenidamente el mundo, es cuanto no decimos “esto es así” o “esto es de tal o cual manera”. Por eso quise poner el ancla en esa etapa de Violeta y su pensamiento de ese momento. De esa forma encontré  el contrapunto entre la madre y la hija, que me interesaba para la novela.

Foto: Pedro Pérez

-¿Cómo la fuiste escribiendo?

-Escribí y reescribí muchas veces. Empecé la primera versión con una tercera persona y un diario de Violeta. Violeta, además, tenía otra edad. Después fui modificando todo, fui encontrando poco a poco lo que necesitaba, la forma de contar. Cuando creí que más o menos tenía todo escrito, hablé con la escritora Gloria Peirano, que es una gran amiga de toda la vida, y le pedí que me diera una mano para ordenar el texto. Estábamos en pandemia, así que organizamos un zoom y nos fuimos encontrando a través de la pantalla y viendo cuáles eran las mejores posibilidades, por dónde empezar, dónde poner este el foco. Ella me ayudó a organizar toda la novela. Luego tuvo varios lectores muy ligados a lo afectivo. Julieta Lopérgolo y Mariana Travacio la leyeron y me fueron haciendo indicaciones. Ese fue casi un trabajo de edición. Finalmente la última mirada fue la de Fernanda (se refiere a Fernanda Pampín, editora de Corregidor) que me “dijo listo, ya está”. Hicimos algunas correcciones finales y salió. Entre escritura, reescritura y correcciones estuve trabajando desde 2017 hasta 2022.

-En la novela hay casi una sola acción principal que es lo que sufrieron Diana y Violeta con Sergio, hasta que Diana decide irse con su hija. El diario de Violeta es una reflexión en torno a ese hecho que vuelve una y otra vez a su presente. Las acciones parecen estar más del lado del padre que no hace ninguna elaboración sobre su pasado. Me parece difícil escribir una novela que sigue las reflexiones de una adolescente en su diario íntimo. ¿Cómo fue la construcción de un personaje tan reflexivo?

-Esto tiene que ver con lo que te decía recién. Me parecía que esa edad que está entre los 12 y los 15 años es el momento de sacarlo todo afuera. Diana no podía hacer esto por un tema generacional. El diario le da a Violeta la posibilidad de una reflexión constante. Además, deja de escribirlo y lo vuelve a encontrar. Al mismo tiempo, le van pasando otras cosas: empieza la escuela secundaria, se va a cambiar de colegio para ir a la escuela con su nueva hermana, Guada, que es la hija de Claudio, le gusta por primera vez un chico… Entonces comienza a pensar que puede empezar a armar una nueva vida,  pero sin embargo, con todo ese bagaje atrás, al mismo tiempo está pensando que es muy difícil. Si para ella es difícil, para Diana es casi imposible. A pesar de que está viviendo una nueva vida, no puede desprenderse de ese pasado y dejarlo realmente atrás.  La novela habla un poco de eso, de la imposibilidad de salir de esa encerrona de violencia a la que estuvieron sometidas.

Foto: Pedro Pérez

Hacia el final reaparece la voz de Sergio que siempre es una amenaza latente. La novela comienza y termina con la voz del padre. Esto podría leerse de dos formas distintas: no se puede salir de la violencia o a esa reaparición se la puede enfrentar, si se está lo suficientemente fuerte.

-Hay múltiples posibilidades. Me pareció que estaba bien que la novela comenzara y terminara con la voz del padre haciéndose una pregunta al principio y al final. La novela es todo lo que pasa en el medio de eso.

En la primera parte, el lector no sabe qué es lo que quiere contar el padre. Da muchas vueltas y creo que ahí hay un gran trabajo con el leguaje para mantener en vilo la atención del lector

– Sí. Lo que necesitaba de la voz del padre era que se viera que no le importaba en el mundo nadie más que él. Por eso, cuando habla con otros interlocutores, esas voces no aparecen. Siempre aparece su interior hablando o pensando, no hay un exterior que se le meta dentro de su mente. Sergio es una persona ensimismada, encerrada en su propio yo. Me pareció que era la mejor manera de  mostrar que es una basura de persona, que sólo piensa en él. Hasta ahora, por lo que me dicen los lectores, creo eso está surtiendo el efecto que buscaba.

Foto: Pedro Pérez

Lo que quiere contar y no puede es una escena que se va a revelar mucho después: luego de no saber por años nada de su mujer y su hija de las que nunca se ocupó, vuelve a encontrarlas incidentalmente. 

-Claro, la novela transcurre en una sola noche cuando la mamá de Violeta lee el diario de su hija. Esa es la misma noche en que el padre está en un bar haciendo su soliloquio. El diario de Violeta  va para atrás y para adelante con  la historia, pero el momento del relato es esa noche y después al otro día en que la madre está leyendo el diario de su hija en su casa.

Diana se plantea también otra cosa referida a su infancia en la que fue sexualmente abusada por su padre y es si esa infancia se le debe contar a un hijo o a una hija. ¿Cómo surgen en vos todas estas preguntas?

-La verdad es que no lo sé muy bien. Me parecía que era una historia que quería contar. Creo que tuvo que ver el hecho de que pasé por la primera marcha de Ni Una Menos cuando iba a otro lado. Atravesé toda la marcha y fue una experiencia  muy fuerte para mí. Nunca había visto algo así, nunca había visto tantas mujeres juntas con carteles levantados Me llamó mucho la atención y me pregunté “¿dónde estoy,  qué pasa acá?”. Pensé que había tantas historias como mujeres manifestándose. Todo eso en mi universo no figuraba, no me entraba en la cabeza.

No es muy frecuente dar con este tipo de novela escrita por un hombre. Es interesante esa mirada

Quería ser muy respetuoso y por eso pedí muchas lecturas de mujeres. Los hombres tenemos que hacernos cargo de lo que hacemos, asumir nuestra violencia. La literatura consiste en encontrar voces para que juntas armen una historia, porque lo lindo no es sólo contar una historia, sino la forma en que se la cuenta. Yo conté la historia de una chica entre los 12 y los 15. Intenté hacerlo del mejor modo posible y que quien hablara fuera ese personaje, no yo.

Vivir y escribir entre libros

-Tenés publicado un libro para chicos y muchos trabajos guardados en cajones que nunca publicaste. ¿Cómo es tu relación con la escritura? ¿De qué modo influye en ella el hecho de que vivas en el mundo del libro y cumplas distintas funciones en él?

-Yo estudié Letras y empecé esa carrera porque me gustaba escribir. Luego la facultad te va llevando a otros lugares, a leer cosas a las que uno no estaba acostumbrado, a investigar sobre literatura y contextos históricos. Eso me fue alejando un poco de la escritura, pero me siento muy agradecido a la carrera porque me dio muchas herramientas para interpretar mundos, tanto reales como ficcionales. Pero dentro de la facultad fui perdiendo la alegría por la escritura hasta que comencé a recuperarla escribiendo libros infantiles. Cuando me apareció la historia de la novela pensé que la tenía que contar, no me podía permitir que saliera mal. Soy bastante autoexigente y a eso se suma mi rol en la editorial que también me planteaba una exigencia. Conozco todas las facetas de la producción de un libro, estoy todo el tiempo leyendo obras que nos traen, corrigiendo, hablando con los autores y dándoles devoluciones acerca de sus textos. En este sentido, también me sentía presionado. Desde el otro lado del mostrador la perspectiva es diferente.

 

 

Escritores, escritoras y lecturas

-¿Cuáles son los escritores y escritoras que más te gustan, los que están siempre en tu horizonte de lectura? ¿Crees que están presentes en tu escritura de alguna forma?

-Tengo escritores favoritos como Roberto Arlt, Juan Rulfo, Clarice Lispector pero no podría decir que la novela tiene algo de ellos. Podría decir, en cambio, que hoy hay grande escritoras en las que me referencio no porque yo haga algo parecido, sino, simplemente, porque me parecen grandes escritoras. Me refiero, por ejemplo, a Mariana Travacio o Gloria Peirano. Tuve la suerte de que estuvieran en el proceso de construcción del libro lo mismo que Débora Mundani  que es otra de mis autoras favoritas. Vivo en el mundo del libro rodeado de gente talentosa que me dio una mano con la lectura, con el proceso de la pre-novela. Verla publicada fue una maravilla. Salió en un momento complejo. Lamentablemente, Manuel Pampín no la pudo ver publicada, pero siempre estuvo al tanto de lo que iba pasando. Me hubiera gustado que la viera, pero no llegó.