Existen escritores que se transforman en íconos y que no sólo siguen teniendo vigencia por su literatura, sino que su vida y su muerte trágica hacen que se los recuerde de una manera especial y que la crítica y los historiadores sigan indagando en sus existencias. Una prueba cabal de esta vigencia es Federico García Lorca, el libro de Albert Bensoussan, el escritor, traductor y médico nacido en Argel en 1935 que, con traducción de Josefina Delgado, acaba de publicar Editorial El Ateneo. 

Lorca es un autor que forma parte no sólo del patrimonio cultural de los españoles, sino también de los argentinos, no sólo porque visitó el país, sino también porque adhirió a la causa de la República en que la Argentina estuvo muy involucrada. No sólo diversos contingentes de voluntarios argentinos viajaron a España en apoyo de la República, sino que, además, fueron muchos los refugiados españoles que acogió el país. 

Es interesante saber de qué forma la literatura de Lorca llega hasta un argelino como el autor del libro y Bensoussan lo explica en el comienzo de libro: “El nombre de Lorca, en Argel, estaba estrechamente ligado al de Albert Camus. El editor Charlot, como una prueba, logró un golpe maestro con unos cientos de ejemplares de Rebelión en Asturias, una obra de teatro colectiva basada en la crisis más grande que conoció España, dos años antes de que se desencadenara la Guerra Civil, cuando la derecha acababa de ganar las elecciones y pretendía borrar los logros del Frente Popular de la Segunda República. Se trataba de una pieza militante, que le debía mucho a las ideas de Lorca, que se había dedicado poco antes a la creación teatro que denominó “de la arena”, a través del que llamaba activamente al público a participar de la representación. Camus fue censurado y su pieza, prohibida por el Gobierno General de Argelia. (…) Y nosotros, jóvenes hispanistas, alumnos de un ardiente lorquiano al que quiero recordar aquí, Charles Marcilly, lo leímos, lo escandimos y lo amamos, ´cantando sus versos nos maravillamos´ de la actitud de Antoñito el Camborio, el orgulloso gitano que iba a Sevilla a ver los toros, o de las tres morillas que sembraban el amor en Jaén.” 

El autor comienza haciendo una semblanza de Lorca, un poeta que será eternamente joven ya que fue asesinado a los 38 años. Lo revaloriza como poeta, como dibujante, como dramaturgo, como músico que canta viejas canciones españolas, como creador nato. Consigna, además, la expresión con que Borges lo desdeñaba calificándolo de “gitano profesional”. En su descargo señala, además, que no sólo fue el poeta de la “fiesta gitana” sino también el de “la vida breve o quizá, ante todo, el del ser mutilado” que se expresa a través de sus dibujos de cabezas y manos cortadas. 

El nacimiento e infancia de Lorca en Fuente Vaqueros ocupan un lugar importante en la biografía de Bensoussan ya que en esa etapa de la vida se generan las semillas de lo que germinará más adelante y que Federico desarrolló tempranamente como si tuviera el presentimiento de que su vida no duraría mucho y de que tenía que desarrollar sus talentos en el menor tiempo posible. “Muy temprano –dice el biógrafo en este punto- Federico vivirá más por la imaginación que por la actividad física. Su cuerpo era pesado, torpe, quizá tenía una pierna más corta que la otra, lo que hacía que se balanceara ligeramente al caminar. Tendría seguramente los pies planos, y se ha hablado de una enfermedad infantil que le impidió caminar antes de los cuatro años, pero su familia y sus amigos lo han negado, o han rechazado la posibilidad de adjudicarle el menor defecto físico.”

 Al capítulo de su infancia, sigue el de su adolescencia en Granada donde su familia se instala de manera definitiva en 1909. Allí su vocación teatral recibe un fuerte impulso. Es el momento de iniciar sus estudios secundarios, pero muy pronto demuestra, a través de los reiterados aplazos en los exámenes, que no está muy dotado para el estudio sistemático aunque le sobran cualidades intelectuales. De todos modos terminará el bachillerato a los 17 años, en 1914. Nunca se interesó por el colegio, donde comienza a insinuarse su homosexualidad que resultaba inconfesable en el ámbito provinciano de su época. Sus compañeros de clase, según lo consigna el biógrafo, lo llamaban Federica, aunque enmarca esta afirmación en una serie de consideraciones que la relativizan. 

Lo cierto es que Federico se muestra ya como alguien “diferente” no sólo por su sensibilidad artística, sino también por sus preferencias sexuales. “Los compañeros de Federico –dice el autor-, y muy especialmente Luis Buñuel en Madrid, se pasaban el nombre de las ´mujerzuelas respetuosas´ que tenían talento. De todo esto hablaba en las calles, en los cafés, en reuniones de hombres solos, en las que los muchachos estaban presentes. En ningún caso con las mujeres. ¡Federico nunca pisó un burdel! Y la mujer le resultará para siempre inaccesible tras una experiencia que intentó con su compañero Salvador Dalí, y de la que hablaremos más adelante. Durante mucho tiempo se refugiará en lo que llamará ´el gran sacrifico del esperma´ desafiando a sus compañeros más desvergonzados y decirles: “Vosotros que no acariciáis más que a las putas no sentiréis jamás la emoción de abrazar y besar a un animal recién nacido.” 

Sin embargo, su primer amor es una mujer, María Luisa Egea González, de quien Federico se enamora en 1917, aunque no consta que ese amor se haya consumado. Más tarde, será el turno de María Luisa Natera, a quien dedica sus primeros poemas. Es en ese momento un joven en formación artística y sexual. La vida de Federico es corta pero rica en acontecimientos y el biográfo los recorre detalladamente, incluida su relación con Dalí que, aunque luego se casa con Gala, parece sentirse atraído por Lorca y, según confiesa, teme “caer” en la homosexualidad. 

Un capítulo aparte merece su viaje a la Argentina en 1932. Se aloja en el Hotel Castelar, donde actualmente puede visitarse la habitación en que permaneció durante su estadía que se extendió durante 6 meses y durante la cual lo conoció Borges. 

El libro, que concluye con su regreso a España, incluye una detallada cronología. Lorca fue asesinado el 19 de agosto de 1936, tres días después de haber sido detenido. La mayor parte de su obra fue publicada después de su muerte. El crimen perpetrado por el franquismo sólo logró hacer perdurar su nombre y su memoria.