El 5 de mayo de 1818, hace de esto dos siglos, en la prusiana ciudad de Tréveris nacía Karl Marx. No llegó al mundo con la barba que le da el aire solemne de un prócer y, como cualquier hijo de vecino, comió, durmió y articuló sonidos sin sentido. Su madre, Henrietta Pressburg, debió de acunarlo y de cambiarle los pañales con total inconciencia de que estaba ayudando a crecer al futuro autor de El capital y al pensador que postularía que la filosofía no sólo debe pensar el mundo, sino transformarlo. A menos que se crea en el destino, su vida podría haber tomado cualquier otro rumbo distinto del que tomó. Por ejemplo, podría haber trascendido como escritor de ficción, aunque nunca se sabrá si su fama hubiera sido tan descomunal como la que obtuvo dedicándose a la filosofía.

Lo cierto es que Marx, como cualquier hijo de vecino, en su adolescencia se enamoró. El objeto de sus desvelos era Jenny, a quien conocía desde la infancia y con quien compartió el resto de su vida. Le  dedicó la mayoría de los 19  poemas que escribió, quizá la obra literaria mejor preservada de Marx. Escribió también una novela, Escorpion y Félix (1837),que quedó incompleta. Los capítulos que sobrevivieron al tiempo, el azar y las mudanzas fueron recogidos en un libro más o menos reciente. También escribió una obra de teatro que no se conserva, Oulanem (1839). 

Como casi todo escritor fue un lector voraz. El médico y revolucionario franco-cubano Paul Lafargue que lo frecuentó escribió en «Recuerdos de Marx», artículo incluido en Cómo era Carlos Marx visto por quienes lo conocieron: «(Marx) conocía de memoria a Heine y a Goethe y los citaba con frecuencia en sus conversaciones; era lector asiduo de los poetas en todas las lenguas europeas. Leía todos los años a Esquilo en el original griego. Lo consideraba, junto con Shakespeare, como uno de los más grandes genios dramáticos que hubiera producido la humanidad. Su respeto por Shakespeare era ilimitado: hizo un estudio detallado de sus obras y conocía hasta el menos importante de sus personajes». Y agrega: «Como Darwin, era un gran lector de novelas y prefería las del siglo XVIII, especialmente Tom Jones de Fielding. Los novelistas más modernos que consideraba más interesantes eran Paul de Kock, Charles Lever, Alejandro Dumas padre y Walter Scott, cuyo libro Old Mortality consideraba una obra maestra. Tenía una clara preferencia por las historias de aventuras y de humor. Situaba a Cervantes y a Balzac por encima de todos los novelistas. Veía en Don Quijote la épica de la caballería en desaparición, cuyas virtudes eran ridiculizadas y escarnecidas en el mundo burgués en ascenso. Admiraba tanto a Balzac que quería escribir una crítica de su gran obra, La comedia humana, tan pronto como hubiera terminado su libro de economía». 

Lafargue también consigna que admiraba a Pushkin, Gogol y Schedrin.

«Los escritos de Karl Marx –que de joven fue autor de poemas líricos, un fragmento de drama y una novela satírica incompleta con influencias de Laurence Sterne– contienen abundantes conceptos y alusiones literarias», dice Terry Eagleton en Marxismo y crítica literaria. No puede decirse que Marx no tuviera un gusto literario sofisticado. Sterne, nacido en el siglo XVIII es el autor de un libro delicioso, La vida y las opiniones del caballero Tristam Shandy, magníficamente traducido al español por Javier Marías. Es el propio Marías el que dice que es el libro considerado más cervantino luego del Quijote y un antecedente del Ulises de Joyce. Nietzche, por su parte, dijo que era la novela «más libre» de todos los tiempos.

Marx era muy joven cuando se enamoró de Jenny Westphalen y, como todos los enamorados que ni inspiraron revoluciones ni modificaron el curso del mundo, recorrió cada una de las figuras del enamorado a las que pasa revista Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Por esa época , Rainer María Rilke aún no había nacido, por lo que el autor de El capital fue un rebelde avant la lettre y, desobedeciendo el consejo rilkeano que dice «nunca escribas poemas de amor», se dedicó a hilvanar versos de inspiración grecolatina dedicados a ella. «¡Mira!, un millar de volúmenes podría llenar / Escribiendo solamente «Jenny» en cada línea. El poema culmina con la frase «Amor es Jenny, Jenny es nombre de amor». Los poemas fueron publicados como Cantos a Jenny. 

También sus cartas de amor son piezas literarias tan cursis y ridículas como dice Fernando Pessoa que son todas las cartas de amor, una prueba de que Marx hizo de la escritura el vehículo de una pasión profunda. Las ideas filosóficas que plasmó sobre el papel no fueron el producto de una fría especulación sin alma. En ellas ardía una pasión revolucionaria.  «