Cuando se habla de los procesos históricos que derivaron en la independencia de las colonias americanas respecto de los imperios europeos, los relatos se circunscriben al territorio de lo político. A lo sumo se extienden hasta lo económico. Pero en el camino se suele olvidar que para que un país pueda darle forma a una nueva identidad es fundamental la construcción de un marco cultural propio, en cuya imagen los incipientes ciudadanos puedan verse representados. Está claro que fechas como las del 25 de mayo de 1810 o el 9 de julio de 1816 son la punta del ovillo de un proceso que acabó con la fundación política de una nueva nación. ¿Pero existe en ese desarrollo histórico algún hecho que sirva para establecer en qué momento esa independencia se extendió al territorio cultural? Y, de forma más específica, ¿en qué momento la literatura argentina empezó a pensarse a sí misma de forma soberana, como una producción autónoma del devenir estético que se imponía desde Europa?

Carlos Gamerro es uno de los nombres más destacados de las letras argentinas en el siglo XXI, uno de los más preocupados por seguir profundizando en los misterios de nuestro complejo y nutrido canon literario. En ese empeño se lo puede considerar heredero natural del lugar que hasta hace poco ocupó Ricardo Piglia. Autor de un libro como Facundo Martín Fierro, en el que aborda los extremos estéticos (y también políticos) que representan los libros fundacionales de la Argentina, sin dudas Gamerro es una voz autorizada para intentar resolver el enigma.

Los padres fundadores

“Por supuesto que no hay una simultaneidad entre los procesos políticos y literarios”, confirma de entrada el escritor. “Un primer hito lo marca el Facundo, una obra de indudable mérito literario” en la que Sarmiento “intenta explicar los procesos americanos” por fuera de la dominante lógica europea. “Sarmiento sostenía que los historiadores europeos no podían entender los procesos americanos y que ‘somos nosotros los que tenemos que explicarnos a nosotros mismos y explicarnos también a los europeos’. En este concepto está el tejido cognitivo que convierte al Facundo en un equivalente literario-filosófico de la independencia política”, sostiene. En ese sentido, afirma, el lugar de Sarmiento en la literatura argentina es similar al que ocupó Nathaniel Hawthorne en las letras estadounidenses. De hecho, Gamerro recuerda que La letra escarlata, novela basal en la obra del norteamericano, fue publicada en 1850, mientras que el Facundo es de 1845.

Sin embargo no se trata de un libro que “invierta esa dependencia cultural”, al punto de que “los europeos empiecen a medirse tomando como modelo una literatura americana”, continúa el autor de Cardenio. Algo que no existió ni en Argentina ni en América Latina durante el siglo XIX. “Eso solo ocurre con la obra de Edgar Allan Poe”, dice Gamerro y se afirma en esa idea citando un fragmento de “Pierre Menard, autor del Quijote”, uno de los cuentos más importantes dentro de la obra de Jorge Luis Borges, que dice: “Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarme, que engendró a Valery”. “Creo que el de Poe es un caso único entre los autores americanos de la época”, concluye.

 “Ya en el siglo XX, otro hito de lo que podríamos llamar la independencia literaria es la obra de Roberto Arlt”, propone Gamerro. Porque “si bien él no realiza esta especie de inversión de la influencia” que se constata en Poe, “sí le da forma a una literatura que no está pensando en Europa como modelo ni como lugar de consagración”. “A Arlt Europa y el siglo XIX le importan un bledo. Ni siquiera le interesa la literatura gauchesca, que para él era ‘un fenómeno de carnaval’, como lo señala en alguna de sus aguafuertes”, continúa. Según Gamerro, es ese carácter de alguna manera extemporáneo, esa falta antecedentes dentro de las letras argentinas la que provoca que su obra parezca “salida de un repollo”.

La galaxia Borges y el Big Bang latinoamericano

“Si queremos un equivalente a la revolución que produjo Poe en el siglo XIX, tenemos que dar el salto de Arlt a Borges.” Gamerro sostiene que a partir de Ficciones “la de Borges es una obra independentista, porque ahí “también tenemos a un autor que si bien no se independiza de Europa (porque está todo el tiempo mirando y pensando en ella), consigue innovar en la cultura europea y mundial”. Para él, Borges es “un autor que no sólo influye sobre los europeos, sino que de a poco se va convirtiendo en ineludible”.

Finalmente menciona a las novelas del boom latinoamericano, con Rayuela de Cortázar entre ellas, aunque destaca que se trata de una influencia que tiene carácter colectivo. Gamerro recuerda que ese conjunto de obras y de autores, que incluye a los últimos ganadores latinoamericanos del Premio Nobel, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, “definitivamente colocaron a la literatura latinoamericana en pie de igualdad con la obra de los autores europeos”. Para validar este concepto se apoya en una afirmación del crítico estadounidense Harold Bloom, quien alguna vez señaló que “posiblemente en la segunda mitad del siglo XX la novelística más influyente y decisiva, la que estableció un parámetro, fue la latinoamericana”, incluso “por encima de la europea y de la norteamericana”.

Un espejo político

“En el siglo XIX no sé concebía la tarea política como separada de la tarea literaria: los políticos eran escritores y los escritores eran políticos”, recuerda Gamerro para ilustrar la influencia de las letras en las primeras décadas de la vida política local.  “A nadie se le ocurría ignorar a la literatura a la hora de discutir qué clase de país se estaba tratando de fundar”. Será la aparición del radicalismo, al filo del siglo XX, la que comience a poner distancia entre la política y las letras. “Con el radicalismo aparece algo nuevo, que son los políticos profesionales”, sostiene el autor de El libro de los afectos raros. “Ya no hay una cuestión de clase que defina la entrada a la política, sino que se la concibe como un trabajo. Y al mismo tiempo surgen los escritores profesionales, un doble fenómeno que separa un poco las aguas entre política y literatura, porque ya no hace falta ser escritor para ser político, ni ser político implica necesariamente ser escritor.” En ese punto, sostiene Gamerro, radica “la gran diferencia entre Sarmiento o Mitre con Hipólito Yrigoyen”.

Sin embargo hay un punto de inflexión definitivo en ese proceso de escisión entre lo político y lo literario: el surgimiento del peronismo. “Su aparición es clave, justamente porque la narrativa acerca del país que se intenta construir ya no pasa por la literatura”, asevera Gamerro, quien cree que en buena medida “la hostilidad de los escritores hacia el peronismo” es una “reacción indignada ante ese ninguneo”. Los escritores estaban acostumbrados a ser voces activas en el escenario político y de algún modo el peronismo les dice “que ya no se los necesita para pensar el país”. “Ustedes hagan lo suyo, escriban cuentitos, que las ficciones del mundo peronista las vamos a hacer nosotros”, resume.

Literatura clarividente, escritores ciegos

A Gamerro le interesa pensar de qué forma la literatura pudo haber funcionado (o no) “como espejo del futuro”, anticipándose a procesos sociopolíticos inminentes. Para ello retoma una idea de Piglia, quien sostenía que “en su obra Arlt pudo anticipar la serie de las dictaduras que vendrían”. De hecho, recuerda que “la de Uriburu ocurre inmediatamente después de la publicación de Los siete locos” y que hasta “la última de las dictaduras también estaría anticipada en la obra de Arlt, una idea que Jacobo Timermann esboza en su libro Preso sin nombre, celda sin número”.

En cambio cree que los escritores de la época  “no se vieron venir ni por asomo el final de la época colonial” y que los procesos revolucionarios del siglo XIX constituyeron “un hecho político que los tomó por sorpresa”. Para Gamerro “esa inmovilidad, esa parálisis del mundo colonial previo a las gestas de la independencia está bien retratada en Zama”, la novela que Antonio Di Benedetto publicó en 1956. “Recordemos que entre las fechas históricas en las que transcurre la novela, la ultima es 1799. Y al leer Zama es inimaginable pensar que de ahí puede surgir algo como la Revolución de Mayo”, señala. Y sostiene que uno de los logros de Di Benedetto en su novela es el de “transmitir o recrear lo impensable, lo invisible que podía ser el proceso de la independencia unos pocos años antes”.

En ese sentido, Gamerro sugiere que esa “invisibilidad” de lo inminente se da otra vez al final de la dictadura, “que también sucedió a partir de un hecho inesperado, como la Guerra de Malvinas, y no se puede decir que alguien lo haya visto con anticipación”. A lo sumo, concede, se podría aceptar que “Fogwill lo vio en el momento en que ya estaba ocurriendo”, cuando escribía Los Pichiciegos en 1982, “pero no antes”. En la misma línea, el autor de Las islas cree que “tampoco hay nada en la literatura argentina que permitiera anticipar esa invasión extraterrestre qué significó el 17 de octubre”, a diferencia del final del gobierno de Rosas, que “no solo estaba anticipado, sino declarado, declamado y deseado”.

La historia como ficción

Consultado acerca de por qué un hecho de un valor simbólico tan grande como la Revolución de Mayo no ocupa un lugar más preponderante en la narrativa argentina, Gamerro recuerda que “la Revolución está tratada y muy bien en la obra de Andrés Rivera, sobre todo en La revolución es un sueño eterno”. Aún así cree que esa posible ausencia de referencias tal vez se deba a que “todo el trabajo literario ya estuvo realizado y obturado por la historia de Mitre, que por otra parte, como ocurre con buena parte del relato histórico, en buena medida también es ficción”. En el mismo sentido cree que el hecho de haber convertido a esos relatos tan potentes “en la columna vertebral del discurso oficial sobre el nacimiento de la patria” quizás pueda servir para explicar “por qué después no hubo una producción importante” que los abordara “desde lo que específicamente consideramos como literario”.

Sin embargo Gamerro recuerda que el corpus literario es una mera contingencia atada al presente y que “todo lo que se pueda decir acerca de por qué no hay una producción literaria importante sobre la Revolución de Mayo” puede dejar de tener valor mañana mismo. “Por ahí el mes que viene aparece una novela genial o una serie de cuentos sobre el tema y nos tapa la boca. Así que lo mejor tal vez sea no decir demasiadas pavadas al respecto”.