El juicio que María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, le inició al escritor Pablo Katchadjian, autor de El Aleph engordado por plagio y fraude es de larga data, pero no deja de producir novedades. Luego de haber perdido el juicio, Kodama deberá pagar las costas del mismo en el lapso de unos pocos días. De no hacerlo, podrían embargársele los derechos de autor de la obra de Borges. La cifra de las costas asciende a 888.500 pesos.

El juicio fue iniciado en 2015 y Katchadjian fue sobreseído en 2017, pero la obra a la que le sumó 5600 palabras, el célebre cuento que tenía 4000, es del 2009. Aunque las decisiones del a Justicia puedan resultar a veces incomprensibles para los legos, la noción de “plagio” sonaba poco aplicable, ya que el libro de Katchadjian incluía el título y el texto de uno de los cuentos más conocidos de Borges, tanto en la Argentina como en el mundo entero. El título, además, incluía el procedimiento utilizado, es decir, el “engorde” de un libro preexistente, procedimiento que, quizá, le hubiera arrancado una sonrisa al propio Borges, ya que estaba emparentado de alguna manera con su espíritu curioso y experimentador.  

Lo cierto es que, si bien las discusiones literarias no suelen trascender fuera de un reducido círculo, esta tuvo repercusión más allá de los grupos dedicados a la literatura. Bien dicen que Borges es un autor menos leído que  conocido a nivel popular. Basta para comprobarlo con mirar el programa de la TV pública Quién sabe más de Argentina conducido por Roberto Funes. Cuando se le pregunta a los participantes quién es el autor de un cuento o incluso de una novela, aunque Borges nunca cultivó ese género, si el participante no sabe la respuesta, inmediatamente contesta Borges en la seguridad de que mencionando su nombre tiene muchas chances de acertar.

Ricardo Strafacce, abogado de Katchadjian le dijo a Télam «Lo importante acá es que si Kodama hubiera ganado este juicio se hubiera producido una gran autocensura por parte de los escritores, por miedo a ser procesados y condenados«. Y agregó: «Que Kodama pierda y que tenga que pagar cerca de un millón de pesos hace que los escritores sepan que no es gratis emprender una aventura judicial de esta naturaleza, que volverse una litigante serial tiene su costo».

Quizá lo más interesante del juicio de Kodama, más allá del mal rato que pasó Katchadjian que solo publicó 200 ejemplares de un libro experimental que no tenía fines de lucro, es que el juicio hizo circular en la sociedad cuestiones literarias que generalmente le son ajenas. Los conceptos de propiedad intelectual, plagio, experimentación, libertad de expresión, intertextualidad y derecho a la intervención de una obra dejaron de estar restringidos a reducidos grupos literarios para volverse públicos.

Por otra parte, obligó a diversas instituciones a hacer declaraciones. El PEN, comunidad internacional de escritores por la libertad de expresión y creación, calificó la intervención de la Justicia como  «la judicialización desmedida del acto creativo» y hubo numerosos repudios al procesamiento. Reconocidos escritores de la talla de Ricardo Piglia y César Aira se pronunciaron a favor de Katchadjian y contra la concepción de Kodama quien afirmaba  que el escritor había engordado el texto “distorsionando uno de los más célebres trabajos de Borges, convirtiéndolo en un pastiche…”

En una nota aparecida en la revista Anfibia y firmada por Natalia Gelós, esta le pregunta a Katchadjian si nunca pensó que Kodama podía hacerle juicio. El escritor contestó: “No. Yo no pienso en Kodama. Nadie piensa en Kodama. Yo no sentí que estuviera haciendo nada malo, ni que estuviera molestando a nadie. Nadie me lo preguntó tampoco. Si me lo hubiesen preguntado en ese momento hubiera pensado que quizá no le gustaba ¿pero cuánto puede hacer una lectora que se enoja? Yo no publiqué el cuento de Borges.  Publiqué una novela mía. Es distinto. El plagio no es un concepto literario. Es un concepto jurídico, legal, lo que sea, pero no es un concepto literario. Yo estaba pensando en literatura.”

Quizá como pocas veces sucede con la literatura, el tema adquirió dimensiones inesperadas al punto de que en la Biblioteca Nacional se llevó a cabo un acto de desagravio a Katchadjian en el que intervinieron, entre otros, el propio autor de El Aleph engordado, César Aira, María Pía López y Jorge Panesi.

El experimento de Katchadjian llegó a un lugar que seguramente él jamás hubiera sospechado, la Corte Suprema. El sobreseimiento, obviamente, debe haberle proporcionado un gran alivio. Pero los ecos de la disputa no parecen haberse apagado y es posible que a Katchadjian se lo identifique injustamente más con el escándalo que produjo su experimento que con sus aportes a la literatura.

Por otra parte, es preciso destacar que nunca utilizó la judicialización de su libro como posible estrategia publicitaria. Siempre mantuvo un perfil bajo y acordó con la editorial que lo publicó que la obra fuera retirada del mercado. No tuvo declaraciones altisonantes. Más bien expresó siempre a través de su actitud una gran perplejidad por el rumbo que había tomado su decisión de experimentar con un texto ultra conocido, de un escritor ultra conocido.  El escándalo no parece ser algo valorado por Katchadjian.  Pero cada noticia acerca del desarrollo de la disputa judicial vuelve a ponerlo en una exposición indeseada sin que pueda dejar definitivamente atrás el alto precio de intranquilidad y angustia que pagó por su afán experimental.