Integrada por 42 relatos que abarcan del año 1536 a 1904, Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez (1910-1984), nació con vocación de clásico.

Los alumnos de varias generaciones conocen sus relatos más emblemáticos como “El hambre”, “La pulsera de cascabeles” o  “El hombrecito del azulejo”.

Además,  fue llevada al cine en1981 en una película que incorporó tres de sus relatos: “El hambre” dirigido por Alberto Fischerman, “La pulsera de Cascabeles”, por Ricardo Wullicher , y El salón dorado, por Oscar Barney Finn.

Fue publicada por primera vez en 1950. Cuando el autor murió, dijo Juan Carlos Gorostiza, por entonces secretario de Cultura de la Nación en el gobierno de Raúl Alfonsín: «Lo único que puede decirse es que su vida estuvo por demás justificada, porque solamente con su obra Misteriosa Buenos Aires ya estaría justificada la vida de cualquier hombre. Decir algo más sería agregar más tristeza».

Ensalzado por escritores como Vargas Llosa, otros, como Daniel Moyano, no encontraron en sus textos la fuerza que manifestaron otros escritores argentinos como Julio Cortázar.

Su figura excéntrica y su origen aristocrático que él representaba casi hasta la caricatura, como suele suceder, se impusieron a veces sobre su obra. De monóculo y sombrero, viajero incansable, privilegiado hablante del francés, Mujica Láinez se encargó de crear su propio mito.

En una nota aparecida en La Nación en septiembre de 2020 y firmada por Daniel Gigena, dice Cristina Piña: “Hay autores cuya obra por momentos tiene una amplia recepción pero después parece desaparecer en medio de los nuevos escritores. Pero, y eso es lo bueno, vuelve a desplegar sus atractivos. Creo que es lo que pasa con la de Mujica Láinez, cuya importancia lentamente vuelve a ser valorada. Porque, además de su prosa excepcional, elogiada por sus contemporáneos y luego hasta por Roberto Bolaño, sus historias, su disección de la clase alta argentina y su capacidad  para crear personajes inolvidables son un hito de nuestra literatura.” Y agrega: “Sus extravagancias marcaron una época y una forma de insertarse en la realidad. Nadie lo hizo y, probablemente, nadie pueda volver a hacerlo como él.”

En 1966, Aída Carballo realizó una serie de acuarelas, dibujos y pinturas para Misteriosa Buenos Aires. Carballo era, si se quiere, la contracara del famoso “Manucho”. No provenía de su misma clase social, era reservada y creaba en silencio. Su perfil bajo contrastaba con las notas altas que emitía la figura de Mujica Láinez. Sin embargo, su trazo tan sensible como preciso constituyó una maravillosa versión gráfica de la obra escrita.

Carballo fue, sin duda, una de las grandes grabadoras del país. Llevó su técnica hasta el preciosismo y el detalle, elementos detrás de los cuales se adivinaba la excelencia de su dibujo.

Dice de ella el dibujante Roberto Páez en una nota aparecida en la Revista Sudestada: «Aída no era una persona fácil de hacer amistades, pese a su innato sentido del humor y a su gusto por organizar fiestas de disfraces. Tenía una veta surrealista para hacer retratos crueles y dibujar apelando a su prodigiosa memoria, con ese trazo tan suyo, el que por momentos tiene algo de caricaturesco».

Y, en la misma revista cuenta Manuel Mujica Láinez hijo: “Con Aída se podían tener conversaciones íntimas sin ningún problema mientras uno no se acercara al tema sentimental.”

A pesar de ser tan distintos, el escritor y la artista plástica mantuvieron una relación muy estrecha, fruto de la cual, quizá, nacieron los dibujos para Misteriosa Buenos Aires. Podría pensarse que por sus diferencias a todo nivel, ambos eran como el agua y el aceite. Sin embargo, las ilustraciones de Aída demuestran que había por lo menos un plano de entendimiento absoluto y ese plano era el arte.

Quizá “Manucho” no tenga hoy la trascendencia que él mismo pensaba que iba a tener. Lo cierto es que, aunque es muy conocido, los escritores de hoy no suelen mencionarlo con frecuencia. Carballo, por su parte, es ampliamente reconocida en el ámbito de la plástica, pero su nombre no trasciende mucho más allá de ese círculo. Nunca trabajó para ser un miembro del star system del arte, sino todo lo contrario.

Su internación psiquiátrica ha pasado a formar parte del pequeño mito Carballo que circula en el ámbito de los admiradores de su obra, sin embargo y, afortunadamente, esto no la ha rodeado del aura un tanto romántica e idealizada de otros artistas que pasaron por la misma instancia.  Su obra es fruto de su sensibilidad y de su lucidez, de su absoluto rigor como artista.

La reedición de Maravillosa Buenos Aires con sus dibujos es un acontecimiento para celebrar no solo porque significa la reedición de un clásico, sino porque está presente una artista que debería ser conocida por un público mayor. Ella supo captar la esencia del sufrimiento personal, dejar volar la imaginación a grandes altura y supo también identificarse con el espíritu popular. La línea 86 de colectivos, por ejemplo, la homenajeó con un pase para viajar gratis en ella por su serie Los colectivos, de 1969. En esa serie, como en tantas otras, se mostró como una observadora sagaz de las costumbres cotidianas que, alejada de cualquier tipo de pintoresquismo realista, encaró poéticamente, dándoles una dimensión distinta.

Es un placer ver sus dibujos en un libro clásico y es sin duda un acontecimiento digno de festejar que alguna vez se hayan juntado el agua y el aceite.