Derechazo fulminante de Mario Vargas Llosa. Trompada brutal, artera, sin duda certera. Gabriel García Márquez queda grogui: anteojos rotos, nariz sangrando feo, el ojo izquierdo en compota. No va más. Fallo unánime: nocaut a una amistad.

Desde los años setenta, la pelea de los pesos pesados de la literatura latinoamericana ha tenido ribetes dignos del mítico combate entre Ali y Foreman. Acaeció en febrero de 1976, en el auditorio de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica de México, un teatro del Distrito Federal donde se proyectaba, en función privada para la prensa, La odisea de los Andes, un documental sobre los rugbiers uruguayos que tuvieron que comerse a sus camaradas para sobrevivir. El guion del film lo había escrito el autor de Conversación en La Catedral.

Entre el distinguido público se encontraban Mercedes Barcha, la esposa de Gabo; Patricia Llosa Urquidi, prima y señora de Vargas Llosa; la fotógrafa María Luisa Mendoza y la escritora Elena Poniatowska, quien sugirió un restaurante cercano al que acudieron para conseguir un bife crudo, así bajaba la hinchazón en el ojo herido del colombiano.

La portada del nuevo libro de Bayly.

Los popes del boom latinoamericano eran amigos entrañables, compadres, culo y calzón hacía diez años. Se habían conocido en el aeropuerto de Caracas, en agosto de 1967. Vargas Llosa, con apenas 31 pirulos, era ya un narrador consagrado y alabado por la crítica. Don Gabo arañaba las cuatro décadas y acababa de conquistar el éxito y la eternidad con Cien años de soledad. García Márquez era el padrino de Álvaro, hijo mayor del peruano. Vargas Llosa sostenía que el colombiano era Dios, o mejor, que había matado a Dios para erigirse como un insolente Dios de la literatura. Lean Historia de un deicidio, ahí detalla en un ensayo Marito su hipótesis.

Pero no nos vayamos por las ramas. El tema es que contra todo pronóstico -se sabe que las estadísticas fallan en cuestiones de box y amistad-, la relación se hizo añicos esa velada en la capital azteca. Cuentan que esa tarde Gabo se acercó a Marito con los brazos abiertos diciéndole: “¡Hermano! ¡Hermanazo!”. El escritor peruano respondió el convite con el gancho matador. El más famoso de la literatura sudamericana. Vargas Llosa escribió con su boca sólo ocho palabras antes de dejar el teatro: “Es por lo que le hizo a Patricia”.

¿Qué le hizo Gabo a la mujer de Vargas Llosa? ¿Por qué el autor de Los cachorros le asestó terrible derechazo? ¿Qué causas dinamitaron su amistad indestructible? ¿Por qué nunca más hablaron? ¿Por qué se volvieron enemigos íntimos? Estas preguntas y mil y una más son la génesis de Los genios, la nueva novela del periodista y escritor peruano Jaime Bayly. Sin prejuicios por favor, lector, a la hora de encarar la obra del polémico peruano. Los genios es un libro brillante, hilarante y fascinante que, con las licencias que regala la ficción, reconstruye los años de gloriosa amistad y dañina enemistad de los Nobel de Literatura.

El periodista peruano Jaime Bayly.

“Algo que se aprende, tratando de reconstruir un suceso a base de testimonios, es, justamente, que todas las historias son cuentos, que están hechas de verdades y mentiras”. Cuánta razón. El párrafo escrito por Vargas Llosa en Historia de Mayta está tatuada como epígrafe del libro de Bayly. Lejos de la literatura del yo, ese anaquel en el cual el peruano le pasa el trapo a más de un escriba inflado por los críticos, Los genios es una obra con dosis desparejas de realismo mágico y, bastante, de realismo a secas. El escritor del flequillo eterno -¿sigue siendo un enfant terrible?- se apoya en una investigación que le quitó varios años de vida. Dialogó con amigos de los escritores y testigos de la pelea: Tomás Eloy Martínez, Álvaro Mutis, Apuleyo Mendoza y siguen las firmas. “Es el libro que más he tramado y maliciado. Es una autopsia de una amistad muerta. Este libro está en mis vísceras y en mis entrañas. He querido convencerme yo mismo de qué fue lo que pasó. No tengo pruebas, no tengo fotos ni estuve ahí. Solo tengo testimonios y desde luego, claro, interviene la ficción, la mirada del novelista que lo colorea, lo enriquece”, confesó el periodista en una entrevista sin sonrojarse.

Bayly también pega en la novela.

Bayly humaniza a los dioses de las letras: desnuda sus miserias y virtudes. Los hace de carne y hueso. Chismes de alcoba, el detrás de escena del mundillo literario, los dramas familiares, las disputas ideológicas con lupanares incluidos. También, el libro es un fresco del boom y el crack de la literatura de nuestro continente en la segunda mitad del corto siglo XX.

“Es un montón de mentiras”, escupió Vargas Llosa hace algunas semanas contra la obra de su paisano. En efecto, don Mario, las novelas no pueden hacer otra cosa que mentir. Usted lo dejó clarito en La verdad de las mentiras: “No se escriben novelas para contar la vida, sino para transformarla”.