Ser hermano de un genio no es fácil. Tampoco debe de hacerlo sido para Stanislaus, el hermano tres años menor de James, quien teniendo una carrera de profesor en Trieste y talento propio, ocupó un segundo plano, si se tiene en cuenta la genialidad creativa de James. Si algún mérito se resalta en él es, precisamente, el de haber dejado un valioso testimonio de la infancia y juventud de quien sería el autor de El Ulises.

“Lo que el hermano de Joyce ha logrado –dice T.S.Elitot en el prefacio original, como si el apellido Joyce solo le perteneciera a James- es vincularnos con el ambiente familiar en el que crecieron los dos muchachos, con pormenores que nadie como él podría ofrecer. Lamentamos que haya muerto dejando inconcluso el libro; ya lo tendremos, de alguna otra fuente, el relato de Stanislaus de sus años de madurez en Trieste. Pero nos sentimos afortunados de que un hombre que observaba a su hermano y estudiaba a su hermano, asidua, admirativa y celosamente, como nadie lo ha hecho, nos legara una información tan completa de su infancia y juventud en Dublin.”

Con el prefacio de T.S.Eliot y la introducción de Richard Ellman originales, el sello Hache de Adriana Hidalgo publica los recuerdos de infancia y adolescencia  aparecidos en 1957 y registrados por el hermano de  quien fuera el mayor innovador de la literatura del siglo XX.

“Mi hermano James Joyce –dirá en otro párrafo Eliot- es también una exposición notable de las relaciones entre el hombre famoso y su hermano, cuya existencia el mundo desconocía.”

Pero Stanislaus parece haber tomado bien el hecho de escribir entre bambalinas lo que su hermano protagonizaba en el gran escenario de la notoriedad literaria y es así que lega a la posteridad más de 300 páginas referidas al célebre autor del Ulises en la etapa más temprana de su vida.

Richar Ellman, quien sería el gran biógrafo de James Joyce lo dice de manera clara y contundente: “Ser hermano de un autor famoso confiere grandes obligaciones y muy pequeñas distinciones. El profesor Stanislaus Joyce, que murió en Trieste el 16 de junio de 1955, a los setenta años, sobrellevó su singular carga con nobleza y disconformidad.”

Además de escribir las memorias de su hermano que quedaron inconclusas, asumió una actitud de hermano mayor a pesar de ser menor. Como un hermano mayor cuida de los posibles daños físicos que el grupo escolar pueda infligirle a su hermano menor, Stanislaus  “combatió con ferocidad –según palabras de Ellman- el derecho de los demás a criticar a James.”

A pesar de las diferencias, tanto James como Satanislaus tenían algo en común que los unía y era la violenta figura del padre que luego sería utilizada literariamente en la obra capital de James, Ulises.

El hermano menor es consciente de  los “defectos” del mayor, pero aun así no deja de considerarlo un ser excepcional. “Jim -dice- , quizá es un genio con una mentalidad minuciosamente analítica. Tiene, sobre todo un orgulloso egoísmo lleno de voluntad y rencor, fuera de lo cual, de vez en cuando, escribe un poema a o una “epifanía” o bien cae en  la mezquindad del deseo y el capricho, que fue en principio rigor protestante, quizá fruto de la desesperación, pero que ahora tiene fuertes raíces -¿o desarrollo?- en su naturaleza; un verdadero Yggdrasil. Tiene un coraje moral tan extraño que creía que llegaría a ser un Rousseau de Irlanda.”

Ejerciendo quizá un papel paternal, Stanislaus está atento tanto al humor de su hermano como a sus finanzas. Lo consuela de los fracasos de los que luego la historia habría de recompensarlo con creces. Entre 1906 y 1914, casi de manera sistemática, los editores les devuelven sus trabajos. Allí está el hermano menor no solo para reconfortarlo de su mala suerte, sino también para evitar sus desatinos que podrían impedir la publicación de sus escritos. Stanislaus es el encargado de hacer prevalecer algún sentido común en las impulsivas reacciones de su hermano.

El libro consta de cinco capítulos: “La tierra”, “El retoño”, “Cruda primavera”, “Maduración” y “Primera floración”.

El primer recuerdo, aunque desdibujado, que Stanislaus narra en “La tierra” es el de una representación teatral de la historia de Adán y Eva, que él, James y una hermana un año mayor que Stanislaus representan para deleitar a los padres y a la niñera. Stanislaus asume el papel de Adán, la hermana, el de Eva, mientras que James representa a un diablo de larga cola “hecha probablemente con una toalla o una sábana enrollada”. Varios de los personajes que por aquel entonces formaron el mundo de James, entraron luego, elaborados por su talento, en diversas obras literarias. Por ejemplo, la primera maestra de James, aparecería en Retrato del artista adolescente como la señora Riordan.

“El retoño” comienza con la entrada de James a la escuela, el Wood College de Clongowes  cuando tenía seis años y medio. “Todo lo que lo rodeaba –dice Stanislaus- le era indiferente, un niño entre niños. Fue siempre el primero en su curso y se mantenía en perfecto estado de salud. Sus cartas generalmente comenzaban. ”Querida mamá, espero que te encuentre bien y papi también. Por favor envíame…” Hacia el final del capítulo, Stanislaus narra la influencia que Henrik Ibsen marca en el joven James, quien se esforzaba por cultivar la poesía y familiarizarse con el pensamiento europeo. Deja constancia también de la llegada de una de las obras del autor de Casa de Muñecas, El constructor que James lee obsesivamente durante la noche.

En ”Cruda primavera”, Stanislaus da cuenta de la carta de Yeats le escribe a su hermano del 18 de diciembre de 1902. En ella le dice: “Su técnica poética es mejor que la de cualquier dublinés de mi época. Merecería ser la obra de un joven en contacto con el ambiente literario de Oxford.” “Mi hermano –observa Stanislaus- no era un producto de un ambiente literario como el Oxford (…). A pesar de su aparente ecuanimidad, sufría más que yo, debido al apego a nuestro padre y estar acosado por la visión de lo que la vida debía ser.” Culmina con una conferencia de James sobre Ibsen, que por entonces era casi un desconocido en Dublin. En ella esboza cuál es en ese momento su posición frente a la literatura reivindicando  el derecho del artista a defender libremente su personalidad.

En “La Maduración” el hermano menor comienza defendiendo al mayor de sus opositores literarios, entre los que se cuenta Ítalo Svevo. En el medio de la discusión se encontraba la Iglesia, a la que se lo acusaba de haber abandonado aunque no fuera cierto. El capítulo termina con su viaje a París “escasamente provisto de ropa y poco más que el pasaje en el bolsillo para realizar sus ambiciones”.

El quinto y último capítulo , “Primera Floración” comienza con el encuentro de James con Yeats en los días en que se detuvo en Londres y culmina en Trieste.

Uno de los mayores valores de los registros de Stanislaus, quien en los últimos tiempos permaneció alejado de su hermano, es haber dado cuenta, entre otras cosas, de que todos los personajes de su escritura tienen que ver con su propia vida. Incluso al famosísimo Stephen Dedalus ,que suele identificarse con la figura del propio Joyce, es reivindicado por su hermano como un producto absoluto de su imaginación.

Más allá de las observaciones que, de cualquier escritor del que se trate, aportan siempre más a la biografía que a los obras en sí mismas, el libro de Stanislaus Joyce puede ser tomado como una aproximación a la obra de su hermano, al ambiente en la que la escribió y a la ruptura que estableció con la literatura de su época. Es un  testimonio de la fidelidad a un hermano que supo reconocer el precoz talento del otro y que se ocupó de dejar testimonio de él por si la posteridad, que suele ser ingrata, acaso lo pasaba por alto y se olvidaba de reconocerlo. Una lectura imprescindible para joyceanos a ultranza y para todos aquellos que circundan la obra de Joyce pero que, temerosos de prestigio enorme, se sienten temerosos de abordar su escritura.