Un 11 de septiembre de 1977 -mañana se cumplirán 46 años-, Argentina se disponía a disfrutar un gran día festivo en lo deportivo. Sería un domingo en triple turno. Por la mañana de nuestro país, Carlos Reutemann largaría en la primera fila del Gran Premio de Fórmula 1 de Monza –finalmente abandonaría en la vuelta 39-. Por la tarde, Guillermo Vilas jugaría la final del Abierto de Estados Unidos contra Jimmy Connors -y festejaría su segundo Grand Slam del año, una hazaña acorde al número 1 del mundo, aunque no reconocido por el ranking-. Y ya por la noche, Boca afrontaría la revancha de la final de la Copa Libertadores frente a Cruzeiro, en Belo Horizonte –perdería 1 a 0 pero igual se terminaría consagrando campeón de América tres días después, tras el desempate en Uruguay-.

Sin embargo, Cherif Omar Ainie Rojas, 21 años, militante, estudiante de Química en la UBA y también futbolero, tenía otros planes deportivos para ese día. Como cualquier buen hincha, prefirió seguir a su club, Vélez, que debía enfrentar a Quilmes en el sur del Gran Buenos Aires por la 26ª fecha del Metropolitano 1977. Al equipo de Liniers, además, le iba bien –era el escolta del entonces líder y futuro campeón, River-, por lo que al Chileno, Tito o Chato –sus tres apodos- no le importó ni la súper oferta deportiva de ese domingo ni que tampoco diluviara sobre Buenos Aires. La tormenta fue tan fuerte que, de los ocho partidos de Primera programados para las 15 de aquel día en el AMBA, sólo se completó ese Quilmes-Vélez: cinco se postergaron antes del inicio y dos se suspendieron en el entretiempo.

Pero sobre todo, al plan futbolero y velezano de Rojas ni siquiera lo frenó lo único vital: que ya lo persiguieran los dueños de la vida y la muerte de aquellos años. Todo ese éxtasis deportivo de Vilas, Reutemann y Boca ocurría en simultáneo bajo el horror de una dictadura que llevaba un año y medio, desde el 24 de marzo de 1976. Rojas salió de su casa en Caseros –en donde vivía con su mamá y su hermano- hacia Quilmes para ver a Vélez y nunca regresaría: desde entonces, pasaría a ser uno de los 30.000 desaparecidos.

No está claro si fue sorprendido y secuestrado dentro de la cancha de Quilmes o en sus inmediaciones. Tampoco, si llegó a ver el partido: algunos hinchas de Vélez creen haberlo visto en la tribuna visitante del viejo estadio del Cervecero, pero tampoco lo pueden confirmar. Lo concreto es que, así como el deporte llora y recuerda a rugbiers, futbolistas, tenistas y jugadoras de hockey -entre otras disciplinas- como víctimas de la dictadura, Rojas parece ser el único detenido y desaparecido mientras, como cualquier otro hincha, quería ver –o estaba viendo- un partido de su equipo.

Nacido en Chile pero residente en Argentina desde chico, «el Chileno» apenas tenía 21 años. Aunque todavía desconocida por la enorme mayoría del público futbolero, su historia comenzó a ser divulgada por un puñado de periodistas, entre ellos Edgardo Imas en la revista Un Caño -en 2011-, Oscar Barnade en el libro “Clubes de fútbol en tiempos de dictadura” -2018- y Facundo Soukoyan en la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino -2020-. Además este año, el 24 de marzo, la Agrupación Fortinerxs Memoriosxs realizó una jornada de homenaje a cuatro hinchas de Vélez detenidos desaparecidos, entre ellos Rojas, y colocaron baldosas con sus nombres en Juan B. Justo al 9200, enfrente al estadio. En 2022, ya lo habían hecho con otros cuatro simpatizantes de Vélez víctimas de la dictadura, entre ellos Juan Carlos Rugilo, sobrino del mítico arquero.

Rojas cursó el secundario en la escuela Eduardo Latzina, de Devoto, donde integró la delegación local de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), cercana a Montoneros. Ya como estudiante de Química en la UBA, era integrante de la Juventud Universtaria Peronista (JUP). También una placa lo recuerda en la Facultad de Ciencias Exactas. Según Albero Barba, compañero de militancia de Rojas en la UES, “Omar había zafado pocas semanas antes de su secuestro: logró escapar de una pintada en Villa Crespo en la que fueron sorprendidos por la Policía. Murió Jorge Livio, compañero del Otto Kraus”.

Su hermano menor, Isaac, reconstruyó aquel día: “No sabemos cómo viajó hasta Quilmes. Como no volvió, al día siguiente fui a Quilmes para averiguar si había habido incidentes y gente detenida en la cancha. En las sedes policiales que visité me respondieron negativamente. Por la noche, una patota interrumpió en nuestra casa en Caseros, revolvió todo y me llevaron a mí”. Según publicó Imas, “por lo que pudo ver y por los olores, Isaac se dio cuenta de que lo habían trasladado a uno de los lugares donde había preguntado por su hermano pocas horas antes. Las características se corresponden con el lugar conocido como El Pozo de Quilmes (uno de los mayores centros de detención clandestinos). Esto evidencia que Omar fue detenido en Quilmes”.

“Quilmes y Vélez jugaron en un campo de juego cubierto de agua”, publicó Clarín el lunes. Soukoyan abre una duda en su texto: “¿Por qué se jugó ese partido si todos fueron suspendidos? ¿Alguien sabía que el chileno iba a estar ahí? ¿La inteligencia del gobierno de facto tenía esa información? ¿Quién dio la orden para que la pelota rodara como fuera?”.

Hace pocos años, agregó Soukoyan, “llegaron los restos reconocidos gracias al trabajo del Equipo de Antropología Forense. (Rojas) Había estado ingresado como NN en el cementerio de Avellaneda. Su madre, Cristina Rojas, militante incansable de Madres, dio todo lo que podía para que la memoria de su querido Omar quede en el recuerdo como uno de los 30 mil que dejó la vida tras el sueño de un mundo más justo”. El fútbol empieza a recordarlo.