Me levanto del suelo donde quedé después del pitazo final y respiro. Me siento lo más erguido posible frente a la computadora que esperó con paciencia todo este partido imposible de pensar. Pero hay que pensar igual y seguir porque somos Boca y esto que duele también es Boca.

Más allá del resultado, el mundo Boca quedó sumergido en un océano de mística que hacía muchos años no se vivía así. Alguien que vive el fútbol del lado de afuera me decía que todo lo que está alrededor de la séptima es como la astrología, un abrirse a creer en que solo es cuestión de leer los signos y trazar las líneas que anticipan lo inevitable. Y es que en muchas cosas la sensibilidad bostera de 2023 heredó la transformación espiritual de todo nuestro país después del 18 de diciembre de 2022. Hoy es más sensato elegir creer en que tus colores te van a hacer feliz que armar un plazo fijo.

La numerología dio todo lo que pudo pero incluso permitió otra coincidencia que duele: esta final de Libertadores es el séptimo partido consecutivo sin que el club de la Ribera pueda ganar.

¿Existe la mística en el fútbol sin finales felices? Creo que sí. Y no necesariamente sea el reverso de la mística, que es la mufa. Lo Boca -esa nube de sentido infinita- expandió la relación con la espiritualidad este año cuando vio evidencias irrefutables de que el camino hacia la Copa estaba marcado. Hay ahí una resistencia al fútbol contemporáneo en el que lo único que vale para tantos que comentan de formas más o menos profesionales es el merecimiento estadístico de pases y duelos ganados y posesión y lo peor de todo, el buen juego. Entelequias que se tuercen según convenga. Nada es más antipopular que reclamarle belleza o gracia a la pasión. Y que nadie se olvide que pasión viene de pathos, que en la antigua Grecia -ahí donde nació la competencia deportiva- remitía al recorrido, el trayecto, el largo y sinuoso camino de sentires y sufrires. No hay grandeza más grande que la grandeza de llegar desde el principio hasta el fin, cueste lo que cueste, intentando ser feliz.

Las fotos infantiles de este mediocampo centennial que pisó el impredecible pasto carioca de este sábado me hacen llorar. La vianda compartida de Valentín Barco con sus padres mientras volvían de las pruebas a su natal 25 de Mayo, el fondo de tierra donde se crió el pequeño Cristian Medina, siempre con el azul y oro encima. También los agradecimientos a dios de Equi Fernández cada vez que le ponen un micrófono delante. Vicente Taborda debutando en la Copa con la pelota en los pies y la cabeza levantada cuando ninguno de los históricos ya corría. A Boca le faltó plantel pero tuvo hinchas en cancha, en las tribunas y afuera del Maracaná, en el Sambódromo, en la playa de Copacabana, en las comisarías de Río, entre las nubes de gas lacrimógeno de la policía militar brasileña, en la defensa callejera contra las banditas hasta hace horas vírgenes de Libertadores que vinieron a impedir la fiesta vestidos de Fluminense. Esto no es un club, es una forma de ser humanos. En la Ciudad Maravillosa, en las islas Malvinas o en Gaza movés una piedra y aparece Boca.

Juan Román Riquelme, el monumento viviente, la voz en los pies y la magia neuronal, la lengua armada de verdades contra los mercaderes del templo, la figura política más importante que parió el conurbano bonaerense en lo que va del siglo XXI, ¿cómo saldrá de todo esto? En principio, hay elecciones el 2 de diciembre. El negro de Don Torcuato que Mauricio Macri desprecia casi tanto como a Sergio Massa buscará la reelección a pesar de esta estocada durísima al corazón. Lo van a ir a buscar porque el ex presidente de la Nación ya casi no tiene territorios donde campear y quién sabe el efecto anímico que implique para la mitad más uno de la población argentina al momento de elegir los destinos del país en quince días. Si sobrevive en las urnas, Román debe identificar que Boca necesita dejar de sufrir los pecados recurrentes de Fabra, la falta de autoestima de Benedetto, quizás también buscar un reemplazo para Almirón.

Aunque en breve los vendedores de verdades titulen, otra vez crisis en Boca, aunque caigan baldazos de memes, aunque la amargura sea sentido común, lo que nadie va a impedir es que en mi cabeza siga sonando y sonando la única manera de entendernos entre quienes sentimos estos colores así. Un rosario de aguante que paso entre los dedos ahora y para siempre: Boca, Boca, Boca, Boca, Boca, Boca, Boca…