«Cualquier partido, por más miserable que parezca, tiene una complejidad shakespereana». Ezequiel Fernández Moores dice que leyó esa frase en un gran libro sobre el fútbol en Brasil. Si algo ha demostrado a lo largo de su vida de periodista deportivo es que ningún deporte se agota en la consignación de los resultados, la condena o absolución de sus protagonistas y las pasiones sobreactuadas para las cámaras. En Juego, luego existo (Sudamericana), una selección de sus columnas aparecidas en diferentes medios y compiladas, da cuenta de esa «complejidad shakespereana» y muestra las implicancias políticas, sociales y culturales de todo hecho deportivo.

–¿Crees que si comenzaras a trabajar hoy podrías hacer el periodismo que hiciste desde el principio?

–Creo que me costaría mucho y que quizá tendría que abrir un kiosco de 24 horas (risas). Hoy el periodismo es un poco eso, un kiosco de 24 horas que trabaja a demanda. Soy hijo de todas las transformaciones que sufrió el periodismo. A mí lo que me gusta es escribir y cuando comenzaron a pedirme recuadros para hacer más ágil la lectura sentí que eso atentaba contra el ritmo de la prosa. Yo confío en la complicidad con el lector. Ni qué hablar cuando comenzaron a decirme que los títulos tenían que tener palabras clave que facilitaran la búsqueda en Internet. Creo que un título debe ser ganchero y quiero que me lean, pero dejá que mi arma para enganchar al lector sea la palabra. Otro problema sería la docilidad, la adaptación que hoy te exige el medio en el que trabajás. Recuerdo redacciones en que la palabra se le discutía al jefe y no era una discusión jerárquica, sino profesional. Eso hoy no existe. Rige la obediencia debida.

–En la nota sobre el ajedrecista Bobby Fischer contás precisamente que escribiste muchísimo y que llamaste a tu jefe y le pediste que, si no entraba, achicaran la letra. Lo increíble es que lo hicieron.

–Sí, es que estaba seguro de que tenía una gran historia que, por otro lado, era una primicia mundial. Estaba en Islandia, un lugar al que seguramente no volveré nunca, y me entero de que Fischer estaba internado. Yo había hecho toda una preproducción. Había visto una película, había leído un libro sobre él, me había informado todo lo posible. Pero a la hora de los bifes, sólo tenía lápiz y papel. Es una de las notas que más me gusta y la confirmación de que lo más importante es la historia, aunque hoy, con el auge de la tecnología, te vendan que lo más importante es no sé qué. Yo sabía que había una librería que era la segunda casa de Fischer y también sabía que el librero no hablaba jamás con el periodismo. Pero comenzamos a hablar de Borges, de su relación con Islandia. Se distendió y fue así que me contó que Bobby estaba internado y grave. Sentí que no lo traicionaba si lo contaba, porque de entrada le dije que era periodista.

–En tu libro mencionás a Eduardo Galeano. ¿Cómo fue tu vínculo con él?

–Me llamó por teléfono cuando estaba escribiendo El fútbol a sol y sombra. Cuando me dijo que era Galeano pensé que era uno de mis hermanos que me estaba haciendo una joda. Durante los primeros tres minutos me quedé casi mudo para no caer en la trampa. Hasta que me di cuenta de que realmente era él. Leía mis notas de Página/12 y le interesaba hablar conmigo. A partir de ese momento fue un amigo. Cuando lo extraño, siempre recuerdo la vez en que los dos, muy escabiados, cantamos en un taxi a Zitarrosa. Volvíamos de una cena y el taxista estaba escuchando «El violín de Becho». El tachero no paraba de reírse de nuestras entonaciones a lo Pavarotti.

–En una de tus notas decís que el periodismo deportivo no investiga. ¿Es una particularidad de ese género o del periodismo en general?

–No me gusta generalizar. Hay colegas que investigan y lo hacen muy bien. No veo que la situación del periodismo deportivo sea muy diferente de la del periodismo en general. La diferencia es que, en muchos casos, los medios son socios del espectáculo comercial del deporte. ¿Cómo hace el periodista para investigar a su propio patrón? Otra diferencia es que el periodismo deportivo está pensado para aligerar la densidad de otras secciones, tiene el mandato de entretener. Y como el espectáculo del deporte se comercializa mucho más que, por ejemplo, el cultural, sobre todo en la televisión, si no sabés contar chistes, bailar, gritar, saltar, acogotar y humillar, no servís.

–¿Con qué formas de la censura te encontraste al investigar la situación de Boca cuando Macri se lanzó a la política?

–Boca le permitió a Macri dejar de ser Macri, un apellido mal visto, para pasar a ser Mauricio. Ni él ni su gente quisieron hablar para la nota que hice. Cuando la llevé a la revista comenzaron a demorarla, a poner excusas, a pedirme nuevos chequeos. Pero yo tenía documentos oficiales que respaldaban lo que decía. ¿Entonces, qué más? En un momento me cansé y puse un ultimátum. Finalmente se publicó. El discurso oficial del establishment periodístico es «vamos contra el poder, vamos a investigar». Cuando investigás a un cuatro de copas no pasa nada, pero cuando te metés con el poder todo se vuelve problemático.

–¿Qué arrojó esa investigación?

–Que había una tercerización absoluta, que los negocios eran de otros y que muchos de esos otros eran medios de comunicación amigos. El Grupo Clarín fue muy beneficiado. Boca se convirtió en una sociedad anónima. No se puede negar que su gestión fue exitosa en términos deportivos y con el éxito entra más guita y es más fácil hacer negocios. Bianchi no era la opción de Macri para director técnico, pero fue un poco el salvador. Macri decía que luego de dirigir Boca gobernar el país iba a ser muy fácil. Pero quedó demostrado que los problemas de un país no se solucionan poniendo un Virrey.

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