Fernando Signorini no lo llora. El hombre que mejor conoció el cuerpo de Diego Maradona dice que no le quiere dar el gusto a la muerte. Desde los años en Barcelona, Signorini atravesó el paraíso maradoniano, entre Nápoli, México 86 e Italia 90. Y estuvo en las vueltas de Sevilla y el Mundial 94. Fue preparador físico, amigo y confidente. Volvía de correr cuando lo llamaron para avisarle que Diego había muerto. Llegó a su casa, prendió la televisión y, desde ese momento, eligió el silencio público. Y no participó de ninguna ceremonia. Fue su propio homenaje ante tanto ruido. También ante tanto circo. Desde ese día, Signorini acumula más de 600 mensajes de WhatsApp sin leer. Hay saludos pero sobre todo pedidos de entrevistas de todo el mundo. No da abasto a responder. Mientras muestra la pantalla del teléfono, entran más mensajes. Su palabra, la del hombre que una vez dijo que con Diego iría a cualquier parte pero con Maradona ni a la esquina, era una de las más requeridas. Signorini accedió a esta charla para recordar a Diego con la alegría de su fútbol, para reconstruir al atleta excepcional, para admirar al amigo. Todo lo que le queda en la memoria.

-¿Cómo lo vas a recordar?

-Como lo mejor que me pasó en mi vida. Yo hubiera tenido una vida ordinaria y él me dio una vida maravillosa. Y lo voy a recordar como si lo fuera a ver en cualquier momento. No le voy a dar el gusto a la puta muerte de andar derramando lágrimas. Yo lo recuerdo con alegría, con una sonrisa. Morir es una costumbre que sabe tener la gente, como dice el poema de Borges.

-¿No era evitable una muerte así?

-Sí… Sí, pero para eso era necesario que estuvieran otro tipo de personas al lado de él. El virus lo tenía, pero no se lo alimentes. Creo que se pudo haber evitado. Pero no quiero hablar absolutamente de nadie porque cada quien sabe qué hizo.

-Siempre se construyó la idea del entorno de Diego.

-Porque él lo quería. Ahora, él necesitaba lo que él creía que le hacía bien. Una vez, hace mucho tiempo, yo estaba en Independiente con (César Luis) Menotti, después de leer que decían que a Diego había que cambiarle el entorno, los amigos, y salí a decir que yo prefería que Diego se muriera antes de que lo despersonalizaran de esa manera. ¿Con qué autoridad alguien le va a cambiar los amigos a alguien?

-¿Se le podía decir que no?

-¡Como a cualquiera! Yo le dije que no cuando quiso hacerme un contrato apenas nos conocimos. Y otra vez conté en una terapia grupal con él que una noche me llamó y me invitó a tomar, me decía que eso los liberaba, que les hacía hablar de un montón de temas, y yo le dije que no, que además eso costaba mucha plata y el día que yo no estuviera con Maradona no iba siquiera a tener cómo pagarlo. Me levanté y me fui. Ese día me hizo una prueba, a ver si yo era la autoridad, la figura paterna, si yo le decía que sí la historia hubiera sido otra.

-Vos nunca te hiciste la imagen de Dios, sabías que no era infinito.

-Yo siempre le dije que era ateo. Cuando le pasó lo de la operación, me hicieron una nota y yo dije que era como el Ave Fénix, que Diego me prometió que iba a venir a mi velorio; así que no creía que me iba a fallar esa vez tampoco. Pero el día de su cumpleaños lo vi mal.

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(Foto: Instagram: @signorini)

-¿Con qué Maradona te quedás?

-Con el anterior a la lesión en Barcelona. Diego estaba increíble, era un flipper. Después, a excepción de México 86, el primer año en el Nápoli, en 1984, también fue majestuoso. Diego recibía quince pelotas en todo el partido. Los compañeros no se la pasaban porque estaba marcado. Hasta que hubo una reunión y Diego les pidió que se la pasaran igual, que se la tiren. Y ahí le dije a Diego que la mejor manera de ser solidario en ese equipo era, como en Argentinos, no dársela a nadie. Que gambetee a todos. Eso habrá sido la decimotercera fecha. A partir de ahí, hizo más puntos que el Verona, que fue campeón. Diego fue el goleador del campeonato. Y el equipo salió octavo.

-¿Cómo recuperó la precisión después de la lesión en Barcelona?

-Había quedado con una limitación severa. Lo hicieron mierda. Algunos le decían que se olvidara de jugar. Llamó a Aldo Divinsky, kinesiólogo de Argentinos. Pero no logró nada. Buscamos al mejor especialista del mundo, que era el director de los servicios médicos del fútbol americano, pero le dijo que se iba a tener que acostumbrar a la limitación. Así que empezó a patear, con la imagen mental de siempre, pero el pie no le respondía. Diego tomaba dos pasos de carrera y le daba, de bien cerquita. Después fueron cuatro pasos, cinco pasos, y le daba. Hasta que empezó a calibrar. Se cansó de hacer goles de tiro libre, tuvo que hacer un acomodamiento biomecánico. Por eso para mí el gol a la Juventus es el más impresionante de todos. Porque es imposible de hacer. Cancha mojada, pelota mojada, seis metros y medio entre la barrera y el arco. Y la pelota subió y bajó. Imposible.

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(Foto: Daniel García – AFP)

-¿México 86 fue la cumbre en términos físicos y futbolísticos?

-Él me había advertido que en el Mundial 82 se había sentido quemado. Porque eran entrenamientos largos. Carlos Bilardo aceptó que Diego me llevara y que trabajáramos aparte. Una de las lecciones sobre eso me la dio el propio Diego. Cuando empezamos, le expliqué que teníamos que hacer una prueba de esfuerzo en la que debía correr al máximo de sus posibilidades durante doce minutos. Un test de Cooper. Terminó con las manitos en jarra, fastidioso. “Esto no sirve para nada”, me decía. Era nuestro primer día. “¿Cuántos metros tenía que hacer?”, me preguntó. “3600, hiciste 2550”, le dije. “¿Y vos cuanto hacés?”, insistió. “Mínimo 3200”, le respondí. Y ahí me tapó la boca: “Bueno, entonces el domingo jugá vos”.

-¿Cómo describirías el cuerpo de Diego?

-Era un privilegiado. Cuando fuimos a Roma para ver al doctor Antonio Dal Monte, un especialista del Comité Olímpico Nacional Italiano, el tipo me dijo: “Tu amigo hubiera sido un excepcional piloto de guerra”. Porque tenía una inusual vista periférica. Por eso preguntaban si tenía ojos en la nuca. Eso te viene o no tiene. El mismo Dal Monte decía que la capacidad de reacción al estímulo que tenía Diego era más veloz que la de los mejores atletas del mundo.

-¿El trabajo era físico pero también mental?

-Por supuesto. En México, antes del Mundial, un día entro a la habitación que ocupaba con Pedro Pasculli. Diego estaba en la cama, leyendo una revista. Le guiño el ojo a Pedro y le empiezo a hablar: que qué cagones son todos estos que vienen al Mundial, que Platini, Zico, Rummenigge dicen que prefieren que brille el equipo a un lucimiento personal. Y el que te jedi también. Ahí Diego se dio cuenta, y me re cagó a puteadas, me echó. Al otro día vino toda la prensa internacional. Diego empezó a hacer jueguitos con Claudio Borghi, hizo una nota con Bobby Charlton que estaba para la televisión inglesa. Y al día siguiente, en el desayuno, agarro un diario y leo el título: “Maradona abre el fuego: seré yo la figura del Mundial”.

-Algunos dicen que en la preparación en La Pampa, antes del Mundial 94, fue nuestro Rocky.

-Se recreó eso más o menos. Él tenía que trabajar su propio peso muscular, yo no quería gimnasio ni nada. Y el campo era especial para eso. Además, le hacía serruchar madera. Llegó a La Pampa en vuelo con Marcos Franchi. Nosotros estábamos con Don Diego esperándolo en la casa. Cuando llegó, buscó la televisión pero no había señal. “¿A dónde me trajiste, Ciego, la puta que te parió?”, me dijo. “A Fiorito”, le dije. Pero la pasó fenomenal.

-Vos siempre decís que un gramo de tejido cerebral pesa más que 80 kilos de músculo.

-Y sí. Una vez le medimos el muslo a Diego. Tenía 66 centímetros. Era una cosa tersa, una textura que parecía de seda. Pero creo que el costado emocional fue lo que lo mató. En 1994, el doctor Néstor Lentini me recomendó un mapeo cerebral por el tema de la adicción. Y ahí ya salió que tenía necrosis. A mi me había despertado sospecha porque en algunos entrenamientos yo le pedía que me la devolviera de espalda, después de que picara y me la ponía en el pecho. Y con los años había perdido la referencia.

-A la vez, la cabeza de Diego funcionaba con velocidad.

-Él aprendió a hablar italiano antes que yo. Eso era innato. Jugara a lo que jugara hacía la diferencia. Y tenía una coordinación increíble. Fijate el segundo gol contra Bélgica. Si vos congelás la imagen, decís seguro que se cae. Pero no se cae. O el gol contra Italia. Flota en el aire.

-Y la cabeza política, ¿cuándo nace?

-La invitación de Fidel en 1987 lo llenó de orgullo y entusiasmo. No sé si al Che Guevara le hubiera gustado ser Maradona, pero a Maradona le habría encantado ser el Che Guevara. Él ya tenía ganas de conocer a Fidel. Estuvimos nueve días en Cuba esperando para verlo. Estábamos en Varadero, en la playa, cuando nos avisaron que nos iba a recibir. Fuimos con Doña Tota, Claudia, Dalma y el periodista Carlos Bonelli. Fue increíble. Habremos llegado a las seis de la tarde. Tipo 9 nos hicieron entrar en el Palacio de la Revolución. Diego y Fidel se dieron un abrazo grande, afectuoso. Fidel empezó a hablar de cocina, sabía de todo, parecía un chef. En un momento le preguntó a Diego por cómo patear los penales. Diego le dijo que tomaba carrera, apoyaba al pie derecho y cuando el arquero se movía a un palo él le pegaba al otro. “¿Y si se queda parado?”, preguntó Fidel. Le pego fuerte a un palo. “¿Y cómo haces para no mirar la pelota?”, le preguntó. “Ya se donde está”, dijo Diego. Fidel se dio vuelta y le dijo a un colaborador: “Anota eso”.

-A Messi también lo conociste, ¿te gustó su homenaje?

-Me pareció fantástico. Porque no me lo esperaba. No se apuró, esperó a que se fueran todos. Y fue maravilloso. Todos decían que Diego estaba mal con Leo. Pero nunca me voy a olvidar cuando lo aconsejó con los tiros libres: “Cuando le entrés a la pelota no le saqués el pie tan rápido, porque sino no sabe lo que vos querés”. Y pum, la clava en el ángulo. Era el maestro dando los consejos que le habían dado a él.

-¿Qué va a simbolizar ahora?

-Ya lo simbolizaba. Diego es la reivindicación de millones y millones que veían que era un tipo que nunca renunció a su condición de clase, que se oponía al poder. Y que como decía Oscar Wilde, se revelaba ante cualquier injusticia en cualquier parte del mundo.