Las Lebac (Letras del Banco Central) fueron la gran estrella de la economía en 2017. Los títulos con respaldo oficial inundaron el mercado y concitaron el interés de los inversores y de quienes sin serlo monitorearon cada licitación para evaluar la marcha de la economía. Significaron, además, una señal clara de hacia dónde se volcaron los fondos que el gobierno se había ilusionado con que dinamizaran la producción, el empleo y el bienestar de la población.

A lo largo del año, el stock de letras (una herramienta con la que el Banco Central busca absorber liquidez para que el exceso de dinero no presione sobre los precios) creció 74% y llegó la última semana a $ 1,176 billones, una suma superior aun a la base monetaria. Las letras, además, son remuneradas: en la última licitación se convalidó una tasa de 28,75% para las colocaciones a 35 días. Por eso, mantener los títulos en circulación le cuesta al BCRA unos $ 330 mil millones de interés anual, alrededor del 3% del PBI.

Ese déficit, llamado cuasifiscal, es el costo de mantener un sistema en el que el Banco Central restringe la liquidez mientras el resto del gobierno, en su afán de reactivar la economía, hace exactamente lo contrario. La agresiva campaña de obra pública, que disparó la actividad en la construcción pero tuvo dispar efecto en el resto de los sectores, y la promoción de créditos hipotecarios indexados que vuelcan más dinero al sector inmobiliario, fueron algunos de los factores que inyectaron plata al mercado, la misma que el BCRA retira a tan alto costo por la ventanilla de al lado. Es la muestra de la falta de coordinación entre la política fiscal y la monetaria.

Las tasas altas y su correlato en el encarecimiento de los créditos para el sector privado no lograron bajar la inflación. La meta oficial de 17% para todo el año sucumbió en sólo nueve meses. Una de las pocas inversiones que rindieron menos que esa línea fue el dólar, sobreofrecido por el aluvión de deuda que colocó el gobierno para financiar su déficit. La reducción del desequilibrio primario se ve empalidecida por el alza de los intereses de la deuda, que prometen dejar el rojo financiero por arriba del 5% del PBI a fin de año.

Ese contraste entre tasas altas y dólar bajo potenció el «carry trade»: vender divisas y comprar Lebac, con una ganancia en dólares asegurada. Es la reedición de la bicicleta financiera popularizada cuatro décadas atrás, durante la dictadura militar, con Martínez de Hoz como ministro. Según el BCRA, por cada dólar que vino del exterior en octubre para inversiones productivas entraron siete para colocaciones financieras. Moraleja: es más fácil y rentable comprar Lebac que ponerse a trabajar.

Mientras tanto, como consecuencia del dólar barato, las importaciones crecen a un ritmo de 20% anual. Por eso el déficit comercial superó los U$S 6100 millones entre enero y octubre y ya rompió el récord de la historia económica de nuestro país. La contrapartida es que los precios de nuestros productos son caros para los compradores del exterior, por lo que las exportaciones dejan de ser competitivas. Para remediarlo y para hacer frente al vendaval de mercaderías extranjeras baratas que hacen recordar al menemismo, el gobierno explora cambios laborales que incluyen flexibilización, bajas de sueldos y otras medidas que abaratan los costos empresarios. Todo en el marco de una economía que, tras la abrupta caída de 2016 y la selectiva recuperación de este año, está al mismo nivel global que al comienzo del gobierno de Mauricio Macri. Es la economía real que no termina de tomar velocidad, mientras la actividad financiera marcha por una autopista. «