Mientras el gobierno nacional denuncia a los directivos de Edesur y la dirigencia política aún no define la suerte de la concesión, buena parte de los vecinos del AMBA que están bajo su órbita padecen la desidia de una empresa que tomó la decisión de abandonar el país con una desinversión evidente. Hasta ayer eran más de 90 mil sin luz, sin contar quienes tienen un rato, se corta, vuelve a las horas, se vuelve a cortar.

Con una ola de calor que lleva un par de semanas, las manifestaciones y reclamos empezaron a abandonar las puertas de sus casas. Pasaron a las esquinas, luego a plazas, avenidas, y finalmente a las oficinas de Edesur, con dos sentimientos en común: enojo e impotencia. Gente que perdió todo lo de la heladera o que se les destruyeron los aparatos eléctricos; negocios que debieron tirar la mercadería; ancianos en geriátricos sin luz hace días; enfermos en pisos altos sin poder moverse en medio del sofocamiento.

La falta de empatía oficial dio paso a una organización vecinal y barrial, a través de improvisados grupos de WhatsApp. La solidaridad siempre viene de abajo.

Piernas maradonianas

“Todos los años veníamos teniendo problemas con Edesur, pero esta vez fue desastroso. Se intensificó en los primeros días de febrero. Desde ahí estamos uno o dos días con luz y tres, cuatro o cinco, sin luz”, cuenta a Tiempo Natalia Cosentino. Vive con sus dos hijos preadolescentes y su marido en un 8° piso en Donato Álvarez y Neuquén, Caballito. Uno de los barrios sobresaturados de edificios sin antes haber realizado una inversión en infraestructura y servicios.

Por la baja tensión se le quemó la bomba de agua. Cuando tiene electricidad, la heladera le funciona “raro”. Dice que en estos días de altas temperaturas sacó «piernas maradonianas» tras subir por escaleras 25 veces al día sendos baldes con agua. “Hay mucha gente discapacitada, personas mayores, es inhumano tratarnos así con 40 grados”, se lamenta esta periodista que hace streaming desde su depto y que por razones obvias ahora no puede.

Tras una importante protesta que confluyó el miércoles en Lacarra y Juan Bautista Alberdi, en las puertas de una de las sucursales de Edesur, la empresa restableció momentáneamente el servicio en el edificio de Natalia. Pero las intermitencias generan que no puedan pensar en un día a día estable. “Es una situación angustiante porque te condiciona en todo. No podés comprar comida, descansar”, explicaba el jueves. Menos de 24 horas más tarde, volvió a comunicarse con este cronista: se había quedado de nuevo sin servicio.

Amalia Costa tiene 50 años y una hija que acaba de cumplir los 15, con quien vive en Mataderos. “El 1° de marzo a las 17 me quedé sin luz hasta el miércoles que hicimos lío en la puerta de Edesur”, señala la mujer.

Algunos manifestantes rompieron vidrios y debió intervenir la Policía de la Ciudad. “El comisario de la seccional de Parque Avellaneda me tomó el número de cliente. Entró a Edesur cuando ya no había empleados y cercioró qué cuadrilla me correspondía. Recién ahí nos volvió la luz. Todo esto nos dejó marcados para siempre. Mi hija cumplió 15 el lunes. Fue el peor festejo que pudo haber tenido. Estábamos mal comidos, mal dormidos. Veníamos durmiendo en el balcón, porque era insoportable”.

Antes de ir a Edesur la asamblea vecinal pactó cortar avenidas, no sin antes discutir si correspondía interferir el tránsito y perjudicar a los automovilistas. Pero estas iniciativas terminaban siempre igual: la policía y los bomberos las disuadían.

Un mes a oscuras

Alejandro Volkind (40) y su hijo de 6, la pasaron mal. Viven en Lima al 900 (San Telmo) y durante un mes exacto no tuvieron luz. El miércoles 15 recién se restableció el servicio, pero antes se vio obligado a cortar junto a vecinos las inmediaciones de Lima y Estados Unidos, a pocos metros de la 9 de Julio. “Una vez que salimos a la calle, Edesur vino, levantó la palanquita, cambió algo y volvió la electricidad. Si no le ponés el cuerpo se hace difícil”. En el medio tuvo un fuerte golpe de calor: «vomité siete veces, terminé en cama. Se me quemó la fuente de la compu y me complicó la existencia”.

Su hijo lo acompañó en las movilizaciones. En el colegio, cuando tuvo que hacer un ejercicio sobre lo que significaba la crítica, dibujó una carita enojada y una frase: «4 cortes en 1 mes». Alejandro cuenta que hay casos peores: «en el noveno piso vive una mujer de 92 años. Hay insulinodependientes. Un kiosquero de la cuadra tiró toda la mercadería en la esquina. Perdió cientos de miles de pesos”. «

Eléctricos

Tanto Natalia como Alejandro coincidieron en revelar que en sus zonas (Caballito y San Telmo) construyeron en estos años varios edificios totalmente eléctricos, sin mejorar la infraestructura general de servicios de la zona. La especulación inmobiliaria destroza las identidades de sus barrios, pero también el bienestar cotidiano de zonas que no estaban preparadas para tantas torres.