Después de dos años difíciles, cuando cada país se enfocaba en asuntos domésticos, la relación China-América Latina está reemergiendo en 2022. En lo que va del año, Argentina se unió a la Iniciativa Franja y Ruta y la empresa china Xijin anunció una nueva inversión de una fábrica de carbonato de litio en Argentina. Además, el Banco de Desarrollo de China firmó un préstamo de 500 millones de dólares para el Banco do Brasil, el primero desde 2019.

Hasta ahora, la inversión china se ha enfocado en la extracción y la infraestructura. En Argentina, llegaron las empresas petroleras chinas CNOOC y Sinopec y financiamiento para centrales hidroeléctricas y ferrocarriles. China abrió una nueva fuente importante de inversión y divisas. Sin embargo, también profundizó la dependencia en sectores primarios, exacerbando la inestabilidad económica y los conflictos socioambientales asociados con la minería, los hidrocarburos, y las megaobras de infraestructura.

Con el nuevo comienzo de 2022 viene la oportunidad de definir sus prioridades para esta relación. Existen varios modos de orientar la próxima ola de inversión china hacia el desarrollo económico justo y sostenible, entre ellos la industrialización de los nuevos minerales, la transición energética y los posibles canjes de deuda por naturaleza o clima. Inversionistas chinos ya ha se han mostrado interesados en los primeros dos formatos. Falta proponer el tercero.

La importancia cada vez mayor de nuevos minerales significa que hay tiempo para establecer una industria local que apoye el empleo digno y el valor agregado. El anuncio de Xijin, de la construcción de una fábrica de carbonato de litio en Argentina, es solamente el más reciente en ese sector. Su par Ganfeng ya está involucrada en la industrialización de litio en Argentina y México.

China también ya mostró interés en colaborar en la transición energética en América Latina. El parque solar Cauchari figura entre las cinco instalaciones solares más grandes, apoyado con inversión o financiamiento chino en el exterior. Además, Brasil tiene más inversión china en energía solar y eólica que cualquier otro país fuera de la misma China.

Una tercera avenida que todavía falta desarrollar es la reestructuración verde de la deuda nacional. La deuda actual limita la capacidad de invertir en la recuperación de la pandemia y sus metas de desarrollo sostenible de largo plazo. Para varios de los países de la región –incluyendo Argentina y Ecuador– China es el acreedor bilateral más importante y esas deudas se renegociarán en este año.

Ambos países han propuesto canjes de deuda por naturaleza o clima y convertir una porción de sus compromisos financieros en compromisos ambientales. En noviembre, los presidentes Guillermo Lasso y Alberto Fernández llevaron sus ideas a la conferencia mundial climática: una nueva reserva marina ecuatoriana y un compromiso de transición energética argentina. Los dos presidentes regresaron de la conferencia con las manos vacías.

Ambos pueden tener más éxito al proponer estas ideas directamente a China. El nuevo Fondo de Kunming de China busca financiar proyectos de biodiversidad como la reserva marina ecuatoriana. Las metas climáticas argentinas necesitan socios chinos, con su tecnología de líneas de transmisión para largas distancias como las que separan las regiones con mayor potencial solar y eólico de los centros urbanos. Un canje de deuda por equidad en proyectos renovables podría apoyar la transición energética argentina y hacer más económicamente sostenible su deuda.

Argentina y sus vecinos ahora tienen la posibilidad de definir el nuevo capítulo de relaciones con China en sintonía con sus propias prioridades. Aprovechar esta posibilidad será cuestión de voluntad política, estrategia institucional y dedicación a las mismas metas que han caracterizado la historia reciente de la región: crecimiento económico inclusivo y sostenible.