Podría parecer mentira que esa figura delgada, de voz aguda, anteojos gruesos, sonrisa apacible y genuina humildad encerrara una tenacidad y convicción inquebrantables. Pero pocas personalidades en la historia del tango y de la cultura argentina lograron construir una obra tan amplia, audaz y en plena evolución sin perder su estilo.

Osvaldo Pugliese y su orquesta típica –su herramienta expresiva y también de militancia– crearon un lenguaje musical único e irrepetible. También un formato de gestión cooperativa día a día más influyente. A 25 años de la muerte del pianista, director, compositor y arreglador, su vida y su música continúan siendo apasionantes.

Pugliese no nació por generación espontánea. Su padre era un flautista aficionado y su hermano Roque tocaba el violín y componía. Mucho después, ese linaje se extendería con su hija Beba, también pianista, y su nieta Carla, bandoneonista. El clima de época, a principios del siglo XX, tenía al tango en ascenso y al pequeño Osvaldo ya era un apasionado de la música.

Antes de los 9 años, empezó a tocar de oído el violín y a los 15 ya participaba de un trío. Hasta que un día volvió a su casa y se encontró un piano: «Para que comiences a estudiar, atorrante», le dijo compinche su padre. Pugliese estudió y no dudó en incorporarse a toda aventura musical que estuviera a su alcance.

En los años ’20 participó de diversos proyectos que, entre otros, incluyeron tocar con la bandoneonista Paquita Bernardo, sumarse a la orquesta de Pedro Maffia y armar un sexteto con Elvino Vardaro. En esos tiempos compuso «Recuerdo», uno de sus tangos más emblemáticos, que rápidamente le dio nombre y prestigio. «Marcó un nuevo camino en la composición del tango. Encierra un concepto moderno en su estructura armónica y en el imprevisto desarrollo de la línea melódica», opinó el mismísimo Julio De Caro.

Más tarde Pugliese se sumó a otras agrupaciones –una incluyó fugazmente a Alfredo Gobbi y Aníbal Troilo– y pasó por la orquesta de Pedro Laurenz. Pero su deseo estaba muy claro, y tras varios intentos y las dificultades propias de todo comienzo, en 1939 logró estabilizar su orquesta típica en el Café Nacional y en 1943 concretó su primera grabación. Nunca más abandonaría ese formato.

Su orquesta desarrollaba una clara herencia decariana y cierta velocidad dominante en la época –la influencia de D’Arienzo era muy poderosa–, pero de a poco ya comenzarían a asomar aspectos decisivos de su estilo. Con el tiempo, Osvaldo Ruggiero (bandoneón) y Enrique Camerano (violín) fueron creciendo como intérpretes, compositores y arregladores, y resultaron fundamentales en el lenguaje de la orquesta. Cada uno, a partir de su temperamento y creatividad, forjó junto a Pugliese modos expresivos únicos. Ruggiero compartió más de 28 años en la orquesta y es considerado uno de los bandoneones esenciales de la historia del tango.

Organismo vivo

Para muchos, el cenit estético de la orquesta fue en los ’50 y ’60. En ese período se consolidaron todos los elementos dinámicos y compositivos del lenguaje pugliesiano. Pero la orquesta siempre fue un organismo vivo –en contraposición a otras que permanecieron inalterables por décadas– y casi todas las etapas tienen su encanto. El mayor clasicismo de los años ’40 –con la voz del mítico Roberto Chanel– resulta entrañable, así como la renovación de 1969 ofrece una frescura y variantes armónicas muy atractivas.

Pero, ¿de qué se trata el lenguaje musical de Pugliese? De un abanico de recursos que incluyen variantes rítmicas, como el estilo «yumba», con acento en los tempos uno y tres del compás, el 3-3-2 y las formas camperas, entre otras. También desarrollaba un manejo «caprichoso» del tiempo (con los famosos rubatos, donde se aceleraba o se hacía más lento el tempo hasta en el mismo compás); jugaba con la dinámica en el volumen (se tocaba muy fuerte, pero por momentos más bajo para potenciar los contrastes); y daba lugar a los lucimientos solistas (de Ruggiero y Camerano), pero también los diálogos y contrapuntos. El sonido perlado del piano de Pugliese (nunca ostentoso, siempre ajustado y creativo) fue otra de las márcas registradas de la orquesta.

«Cuando entré la orquesta lo tenía todo», puntualiza Víctor Lavallén, bandoneonista de la orquesta entre 1959 y 1968. «Sonaba como nadie –agrega– pero el maestro siempre nos pedía más. Yo me animé a arreglar gracias a él. Sumamos, pero siempre dentro del estilo.»

Algunas de las composiciones más celebradas de Pugliese fueron «La Yumba» (himno y suerte de declaración estética de la orquesta), «Negracha» y «Malandraca» (emblemas por su audacia rítmica), «La Beba» (dedicada a su hija), «Adiós Bardi» y la mencionada «Recuerdo» (entre las más líricas). Ruggiero se distinguió con «N.N.» y «Yunta de oro», Emilio Balcarce con «La Bordona», e Ismael Spitalnik con «Bien milonga», entre muchas otras composiciones y otros autores de la orquesta.

Pero si en el tango los arreglos adquieren casi una dimensión de nueva composición, en la orquesta de Osvaldo Pugliese alcanzaron un brillo particular por la riqueza de variantes del estilo y el aporte de los músicos. Mario Demarco, Spitalnik, Alcides Rossi, Victor Lavallén, Julián Plaza, Emilio Balcarce, Rodolfo Mederos, Juan José Mosalini y Daniel Binelli, entre muchos otros, supieron dejar su huella. Alcanzaron gran reconocimiento las versiones de «Emancipación», «Nochero soy», «La mariposa» (admirada hasta por Piazzolla), «A mis compañeros», «Marrón y azul», «A los amigos», «Gallo rojo», «El andariego» y «Zum», entre otras.

En buena parte de este recorrido y hasta 1983, Pugliese sufrió persecuciones, prohibiciones y reiteradas detenciones por su militancia en el Partido Comunista. Padeció vedas para tocar en la radio (fuente de ingresos y visibilidad notable para las orquestas de la era dorada del género) e incluso para tocar en vivo. «Era una lucha feroz para tener trabajo. Porque la orquesta viajaba al interior y muchas veces no dejaban tocar a papá y otras ni a la orquesta. Parecía que nos querían matar de hambre. Mi mamá fue un gran puntal en esos momentos», revela Beba Pugliese.

Más allá de tantas dificultades, don Osvaldo nunca bajó los brazos. Su actividad militante también incluyó un gran protagonismo en la creación del Sindicato Argentino de Músicos, y cuando las compañías discográficas comenzaron a darle la espalda al género fundó el sello Stentor y hasta creó un boliche para tocar que bautizó (como no podía ser de otra manera) La Yumba. El primer peronismo siempre lo miró con desconfianza y no faltaron suspensiones de shows y detenciones injustificadas. Pero hubo un reencuentro: el maestro junto a su orquesta tocaron en los festejos populares por la vuelta de Perón a la presidencia, en 1973. Fue entonces cuando el líder popular se acercó al músico y le dijo: «Gracias por perdonar». La escena concluyó con un fuerte apretón de manos.

Crisis y oportunidad

Para mediados de los ’60, la popularidad del tango había sufrido una fuerte caída. La industria apostaba a modelos globales, y expresiones grotescas como El Club del Clan ganaban el centro de la escena. Esto determinó una crisis laboral que sacudió a la escena y en particular a las formaciones grandes. La orquesta de Pugliese padeció su sangría más profunda. Ruggiero, Lavallén, Herrero, Balcarce, Rossi y Plaza formarían el Sexteto Tango y también se llevarían al cantor Jorge Maciel. Fue un golpe duro para el maestro. Pero se sobrepuso y en sus propios términos.

Con la gran ayuda del bandoneonista Arturo Penón, Pugliese comenzó a convocar a jóvenes de gran talento como intérpretes y arregladores. Algunos de ellos fueron Mederos, Binelli, Mosalini y Mauricio Marcelli. Esta etapa también fue muy formativa e influyente para numerosos músicos de la actualidad.

«Ensayamos casi un año antes de salir a tocar. Todos juntos y por fila de instrumentos. Trabajábamos desde las marcaciones más básicas a los rubatos más complejos. La música de don Osvaldo tiene tantas particularidades que así lo exige. Un sesionista jamás podría tocarla», detalla el bandoneonista Rodolfo Mederos (69/74).

Marcelli (69/73), primer violín de esa etapa, agrega: «Hicimos un gran esfuerzo para aprender y continuar el estilo. Y después sumar alguna influencia nueva, propia de nuestra mirada, que era la de gente más joven. Creo que se notan novedades armónicas y rítmicas. Pero todo eso se logró por el estímulo de Osvaldo.»

Muchos tangueros abrazan fervorosamente las composiciones o versiones instrumentales de la orquesta, y no tanto los tangos cantados. En muchos casos, estos no alcanzaron la misma excelencia y el paso del tiempo fue cruel con algunas letras. Pero muchos lograron el favor popular. Para el propio Osvaldo, «tanto Chanel como Morán fueron los dos cantores que se enchufaron profundamente en la manera, forma y contenido de la orquesta». Pero Jorge Maciel también tuvo mucha llegada popular y Miguel Montero, Alfredo Belusci y Abel Córdoba, entre otros, supieron encontrar su camino.

«Para mí, la orquesta de Pugliese fue la máxima expresión del tango de todos los tiempos. ¡Se me ponía la piel de gallina de sólo escucharla sonar atrás mío! Cantar con el maestro era una gran responsabilidad y placer», confiesa Abel Córdoba, quien estuvo 32 años en la orquesta.

A sus 80 años, el 26 de diciembre de 1985, Osvaldo Pugliese hizo realidad el sueño suyo y de su hinchada: tocar en el Colón. Fue una reparación histórica y una fiesta. La orquesta seguiría su camino con varios cambios de músicos, pero la misma convicción.

Su última presentación fue en la Casa del Tango, el 25 de junio de 1995. Un mes más tarde, el corazón de don Osvaldo dijo basta. Dejó una obra descomunal de más de 450 grabaciones, un estilo único y un ejemplo de convicciones practicadas todos los días. Pugliese es pasado, presente y futuro.