Cuando la Revolución Industrial dejó de ser un cambio profundo para perpetuarse en la historia como canon de la sociedad británica, comenzó a ser evidente que el status quo de la producción capitalista tenía muy poco de “revolucionario”, en lo concerniente a la acepción más seductora del término. Con el correr de los años, el valor revolucionario migró del gris interior de las fábricas al también oscuro exterior que las alojaba y, en dicho proceso, al quehacer cultural de los obreros que dejaban jirones de sus vidas en precarias condiciones laborales. Y aquí no hay metáfora: dos falanges de dos dedos que musicalizaron los ’70 quedaron perdidas para siempre tras ser aplastadas por una prensa fabril.

A comienzos de 1970, Black Sabbath lanzó su disco debut, homónimo, y sentó las bases de lo que sería su carrera de más de cinco décadas: música oscura para un mundo que lo es aún más. El 18 de septiembre de ese mismo año rubricó una firma ineludible en la historia del heavy metal lanzando “Paranoid”, una sublime obra de arte ahogada por el humo de las chimeneas de Birmingham y de las bombas lanzadas sobre la población civil en la Guerra de Vietnam. Para muchos críticos y fanáticos, este disco es la producción cumbre de John Michael “Ozzy” Osbourne en voz, Anthony Frank “Tony” Iommi en guitarra (tocada con las prótesis que reemplazanlos trozos de sus dedos arrancados por la maquinaria industrial), Terence Michael Joseph “Geezer” Butler en bajo y William Thomas “Bill” Ward en batería.

El arte de tapa de la placa es icónico, y muestra a un guerrero atacando con escudo y espada en mano. Pero está desenfocado, repetido tres veces que parecen miles, violentando en infinitas ocasiones, sin sentido alguno. Los colores están saturados, el fondo del paisaje oscurecido… es imposible evitar sentirse incómodo frente a lo que podría ser una imagen lisérgica, pero que apela a una distorsión de quien la mira: el título del disco no deja dudas al respecto. El CD abre con “War Pigs”; era voluntad de la banda que ese fuera el título del álbum, pero la discográfica se negó, por lo que la segunda canción, “Paranoid”, fue la elegida para pasar a la historia como la nomenclatura de este trabajo ineludible en cualquier lista de “mejores discos de hard rock”, “mejores discos de heavy metal”, “mejores discos de rock”, “mejores discos de música británica”, y la lista sigue.

“War Pigs” es el tema más largo del CD: sus casi ocho minutos representan aproximadamente una quinta parte de la duración total del álbum. Se trata de una declaración de principios antibélica, relacionando directamente al horroroso pragmatismo de la guerra con figuras metafóricas diabólicas, tejiendo un puente estético entre un realismo palpable y el miedo a lo que no podemos ver ni tocar, pero sí sentir. El tenso final de la canción desemboca en “Paranoid”, himno ineludible del género, que se constituye como una suerte de “lado B” del tema previo: una declamación breve, directa, a la que los músicos se ven sometidos a causa de lo denunciado en “War Pigs”: la paradójicamente lógica locura. Que un grupo de cuatro jóvenes de no más de 22 años nos digan “I tell you to enjoy life, I wish I could but it’s too late” es un llamado de atención que nunca tiene que obviarse.

La placa continúa con “Planet Caravan”, una pieza tan extraña como fantástica. Es aquí en donde el grupo amplía los márgenes del género y, también, de la percepción, vinculándose con las expresiones artísticas psicodélicas de la época. Pero el viaje es corto: llega “Iron Man”, una marcha que arrolla con todo lo que se encuentra a su paso, de igual forma que lo hace el protagonista de la letra que tampoco deja de marchar: se trata de una canción cíclica, una redundancia infinita pero que a la vez se enriquece en cada una de sus capas. Es un monstruo grande que pisa fuerte que, queda demostrado, ha influenciado a numerosas obras del cancionero popular que abarcan desde piezas folclóricas latinoamericanas hasta, por ejemplo, a “The Brainwasher” del dúo francés Daft Punk.

La quinta canción es “Electric Funeral”, explícita desde el título. Los instrumentos parecen gritarse entre sí, no ejecutarse, y esa declamación resulta arrolladora, es imposible desentenderse de ese velorio metalero. El disco sigue con “Hand of Doom”, que no sólo continúa con la propuesta de la canción anterior, sino que la profundiza: las vociferaciones y machaques son tan importante como los susurros y los silencios. Cuando miramos una película de terror, por ejemplo, la antropología de nuestra mirada nos brinda herramientas para interpretar que, en los momentos en los que “parece no pasar nada” son aquellos en los que tenemos que estar a la espera de un susto memorable. De igual modo, en esta canción, los silencios no sólo preparan el terreno de un aluvión sonoro, sino que rebosan de significados en sí mismos.

El séptimo tema, “Rat Salad”, es el más breve de la placa, el único instrumental y tiene como principal característica un extenso solo de batería. El disco cierra con “Fairies Wear Boots”, que mixtura la crítica a la guerra con las influencias mitológicas y un sonido clásico que se profundizará en el siguiente disco del grupo, “Master of Reality”, también de un nivel altísimo. El final de esta canción, y por ende del CD, discurre en un fadeout que pocas veces logra producirse con tal precisión conceptual.

En este 50° aniversario de “Paranoid” en pleno 2020 no alcanza con el recuerdo nostálgico del lanzamiento de un disco: es menester estar a la altura de su monumental legado y trabajar como en las desquiciadas fábricas de Birmingham, pero llenándolas de humanidad, para que el mundo deje de ser un lugar tan amenazante, oscuro y, sobre todo, paranoico.