Poco más de un año después de la separación de The Beatles y en medio de un fenomenal éxito personal con su tema «My Sweet Lord», George Harrison organizaba hace 50 años el «Concierto para Bangladesh», primer recital de rock benéfico que abrió una tradición extendida hasta hoy con memorables ediciones como el Live Aid de 1985.

Para el festival realizado el 1 de agosto de 1971 en el neoyorquino Madison Square Garden, Harrison se rodeó de sus amigos más cercanos entre las estrellas de la época, como el caso de Leon Russell, Billy Preston, tecladista que colaboró con The Beatles en «Let It Be»; su excompañero en la popular banda de Liverpool, Ringo Starr; y su maestro de sitar y gran influencia, el indio Ravi Shankar.

Pero sin dudas dos de los platos fuertes de esa noche fueron las presencias de Bob Dylan y Eric Clapton, a quienes por diferentes motivos no era muy común verlos en un escenario en aquellos tiempos.

La movida benéfica, que incluyó el lanzamiento de un exitoso disco en vivo triple producido por Phil Spector y una película documental dirigida por Saul Swimmer, recaudó poco más de 240.000 dólares que, muy a pesar y disgusto de su organizador, tuvieron un destino real que nunca quedó del todo claro.


Sin embargo, más allá del efecto palpable que este concierto benéfico tuvo para sus eventuales destinatarios, las figuras que aceptaron ser parte del show, el contexto en el que se produjo y el legado dejado en torno a la posibilidad de que el rock abandone por un momento el glamour y el hedonismo y actúe de manera solidaria, lo convirtieron en uno de los grandes acontecimientos en la historia del género.

Entusiasmado desde hacía varios años con la cultura hindú, el exbeatle había seguido de cerca las luchas por la liberación de Bangladesh del dominio paquistaní, y había quedado impactado por el nivel de indigencia de su población, golpeada por los estragos de la guerra, a la que se le sumaban destrozos por un ciclón e inundaciones.

Ante el desastre humanitario sin precedentes que condenaba a millones de personas a la hambruna, Harrison acordó con Ravi Shankar organizar el inédito concierto benéfico, a sabiendas de que apenas unos llamados telefónicos a algunos de sus famosos grandes amigos permitirían conformar una grilla de ensueño, tal como se ve en el documental.

De esa manera, George no solo obtuvo el sí de varias figuras muy activas en aquellos días, sino también el de Clapton, quien regresaba tras una reclusión forzada por uno de sus picos de adicción a la heroína; y el de Dylan, quien desde su mítico accidente en moto de 1966, solo había tocado en un homenaje a su admirado Woody Guthrie y en el Festival de la Isla de Wright, de 1969.



No tuvo la misma suerte con sus excompañeros Paul McCartney, aún con las heridas abiertas por la separación de la banda y enredado en reyertas judiciales con el resto de los miembros del grupo; y John Lennon, quien declinó participar ofendido porque la invitación no incluía a Yoko Ono.
Sin embargo, de manera increíble, era Harrison en ese momento el exbeatle con la carrera solista más exitosa, gracias al suceso de su disco «All Things Must Pass» y su megahit «My Sweet Lord», y la sola presencia junto a Ringo en el escenario alcanzó para que los fans deliraran al ver por primera vez a dos miembros de la famosa banda interactuando en público desde su disolución.

Los momentos rescatados para el disco lanzado en diciembre de ese año incluyeron la actuación de Ravi Shankar, con sus ragas y una irónica intervención previa ante el aplauso del público cuando terminó de afinar su instrumento. «Gracias. Si disfrutaron tanto con la afinación, espero que disfruten aún más la interpretación», lanzó.

También contenía la actuación plena de Dylan; algunos pasajes a cargo de Leon Russell; «That´s The Way God Planned», flamante éxito de Billy Preston, producido por Harrison; y las celebradas intervenciones del exbeatle, con «While My Guitar Gently Weeps», junto a Clapton; y «Something», con Ringo, entre otras.

«Si compran un solo disco en 1972, por el amor de Dios, que sea este», escribió el crítico Richard Williams en la legendaria publicación musical Melody Maker; en tanto que su par, Robert Christgau manifestó que si los fans «mandaban un cheque directamente a los damnificados, se ahorrarían los intermediarios», lo cual demuestra la disparidad de criterios a la hora de evaluar el resultado artístico del encuentro.

Lo concreto es que no solo fue un fenomenal suceso artístico que dejó satisfecho al público y se reflejó en la venta de álbumes -acaso la marketinera presentación de una suntuosa caja con tres vinilos y una portada con la foto de un niño hambriento haya ayudado a que así sea-, sino que además abrió el camino para que rock y solidaridad se encontraran en futuras ocasiones.

Un concierto para los refugiados de Kampuchea en 1980, el megaconcierto Live Aid en 1985 y el Live 8 de 2005 son apenas algunos de los ejemplos más reconocidos de esta tradición.