St. Vincent nació en 1982 como Anne Erin Clark y luego fue “Annie” Clark hasta llegar a su nombre artístico actual, que refiere no sólo a una de las cantantes y multiinstrumentistas más prolíficas de la escena, sino también a un pasaje de estadios identitarios que se reflejan en su música y –como no podía ser de otra manera– en su biografía. Oriunda de Oklahoma, creció en Texas: dos de los estados más conservadores de Estados Unidos, que forman parte del llamado Bible Bent (Cinturón Bíblico). Siendo artista, joven y mujer en ese punto del globo, ¿cómo no mutar? En ese proceso también lo hizo con los géneros musicales de los que se nutre: su obra revisita el indie, el soft rock, la electrónica, el pop y la lista sigue.

Todas estas expresiones artísticas y recorrido personal se ven plasmadas en Daddy’s Home, su flamante disco de título sumamente sugestivo: el padre de la artista, Richard Clark, fue encarcelado en 2010 en el marco de una causa de fraude financiero por 43 millones de dólares. ¿Cómo será esa casa paterna? ¿Y cómo se vio afectada por la divulgación de dicha condena? Porque vale mencionar que se trató de un caso revelado por la prensa muchos años después de sucedido, tanto la artista como su entorno mantuvieron la información en privado en un mundo que no se satisface hasta conocer absolutamente todo de todos. Cuidadosa de su vida personal, St. Vincent incluso evita referirse al noviazgo que sostuvo con la actriz y modelo británica Cara Delevingne, algo por lo cual los tabloides amarillistas no dejan nunca de preguntarle e, incluso, otros miembros del star system usarían, gustosos, para algo tan banal como promocionarse.

Daddy’s Home es su octavo disco, tras su debut Marry Me (2007), Actor (2009), Strange Mercy (2011), Love This Giant (2012, junto a David Byrne), el homónimo St. Vincent (2014) y las dos versiones de Masseduction (2017 y 2018, respectivamente). La nueva producción cuenta con catorce sólidas canciones distribuidas en poco más de 43 minutos, y es tan sinuosa como su vida: que incluyó un paso por la prestigiosa Berklee College of Music (por la que pasaron, solo por nombrar algunos, Quincy Jones, Vinnie Colaiuta, Juan Luis Guerra y John Petrucci) hasta ser convocada para ocupar el lugar de Kurt Cobain en la ceremonia de incorporación de Nirvana al Salón de la Fama del Rock & Roll.

El álbum abre con “Pay Your Way in Pain”, que tras diez segundos de sonidos aparentemente inocentes y risas joviales que poco tienen que ver con el título, se despacha con una sucesión de sonidos graves sobre el pulso de potentes bajos, teclados y golpes a la batería. Luego es el turno de “Down and Out Downtown”, con un impecable uso de citar, sintetizadores y coros. Este verdadero colchón sonoro le da paso al tema homónimo al disco, una ¿irónica? ¿risueña? reflexión sobre la justicia, la iglesia y, cómo no, el hogar paterno (no sabemos si paternal).

“Live in the Dream”, el cuarto track, es el más largo del disco con sus seis minutos y medio, una saludable rareza para una artista tan popular en tiempos en los que la brevedad marcan el ritmo del mercado de la música. El quinto es el hermoso “The Melting of the Sun” que, cuando pensamos que es una referencia al mito de Ícaro, nos damos cuenta que se trata de un hipertexto inacabable que conversa con Joni Mitchell, David Bowie, Nina Simone y hasta el “Corvette” de Prince. En definitiva, un homenaje genuinamente pop a la altura de sus heroínas y héroes.

El álbum continúa con el primero de tres extraños interludios noise de menos de un minuto que están distribuidos en la lista: “Humming (Interlude 1)”. Luego, dos canciones bien distintas (la casi recitada “The Laughing Man” y la bailable “Down”) y, otra vez, una pausa zumbadora: el “Humming (Interlude 2)”. La última parte del trabajo se compone de la melódica “Somebody Like Me”, con un destacado uso de la guitarra; “My Baby Wants a Baby”, un rockero replanteo del deber ser; la casi acústica por completo “…At the Holiday Party”; “Candy Darling”, una bellísima conversación entre voces, guitarras y teclados; y “Humming (Interlude 3)”, que en esta ocasión más que un interludio, es una bajada de telón.

Revisitando el pasado con una actitud nostálgica en su justa medida sin utilizar clichés y apostando por una construcción en presente que apela a un interesante futuro, St. Vincent lo hizo de nuevo: el pop es cosa seria, aunque algunos sigan insistiendo lo contrario.