Como El palacio y la calle, la novela de Miguel Bonasso anclada en hechos reales en la cual se basa Diciembre 2001, la serie de ficción dirigida por Benjamín Ávila (Infancia clandestina) se abre con la sangrienta represión hacia los manifestantes que se habían movilizado el 20 de diciembre para pedir la renuncia del ministro de economía Domingo Cavallo (Luis Machín) o que, en el contexto global de descreimiento de la política y los políticos esgrimía el slogan “Que se vayan todos”.  En la primera escena, el docente y militante social Héctor “El Toba” García (Sergio Prina), contempla azorado el momento en que, en pleno centro porteño un joven barbudo con rastas es tiroteado por la policía. Verdadero héroe en medio del estallido, “El Toba” corre desesperado a auxiliar a riesgo de ser ultimado, por escasos milímetros escapa de las balas y a fuerza de desesperados primeros auxilios logra salvar la vida de Martín “El Tinta Galli”, tal el nombre del muchacho de rastas y barba renegrida. Otras y otros no corrieron la misma suerte y pasaron a engrosar la lista de 39 asesinados y más de 200 heridos, sacrificados en nombre de la renta financiera.

A continuación de ese potente comienzo, se suceden un racconto de escenas e imágenes documentales que, a vuelo de pájaro dan cuenta de cómo se llegó a este estado de cosas. El calendario retrocede a 1989: asistimos a la asunción presidencial de Carlos Menem y su incitación de líder milenarista a lo que sigan en el camino de hacer entrar Argentina al Primer Mundo. Acto seguido saltamos a 1991 y vemos a Cavallo anunciando el Plan de Convertibilidad que, como por encantamiento, decretaba que el peso argentino valía lo mismo que el dólar. Pero no era magia: el correlato que mantenía la ficción de la paridad peso-dólar eran las privatizaciones -de Aerolíneas Argentinas, teléfonos, luz, gas y petróleo, entre tanta entrega del capital nacional-, el permanente endeudamiento externo, el desempleo y la exclusión social de la mayoría de la población. Finalmente, se presenta el triunfo de la Alianza que permitió el fin del menemismo y el ascenso de De la Rúa-Álvarez con una clásica fórmula: cambiar algo (el signo político, sumar la promesa de disminuir la corrupción y acaso algún gesto de austeridad) para que no cambie nada en términos de modelo económico.

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Este prólogo supone la carta de intención del director. En efecto, en Diciembre 2001 Ávila propone un ejercicio de memoria histórica que implique mirarnos en el espejo de lo que fuimos para evitar los costados más destructivos. Para ello, se centra en aquel año que dividió aguas y puso en abismo a la sociedad argentina al manifestar el estrepitoso fracaso de las políticas neoliberales.

Para sus propósitos, el guion de Mario Segade (El puntero) se vale de un personaje puramente ficcional: Javier Cach (Diego Cremonesi), un militante radical que se desempeña como asesor de la Jefatura de Gabinete del gobierno de Fernando de la Rúa (Jean Pierre Noher) y que, en términos narrativos, es el punto de vista principal en el que se pretende situar al espectador.  El otro punto de vista y personaje ficcional es Inés Bruno (Cecilia Rosetto), una enfermera y madre de Cach que sufrirá en carne propia los efectos de la política económica y las consecuencias de su propia ceguera clasemediera.

La acción comienza en marzo del 2001, cuando a poco de la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez (Fernán Miras) y en el contexto de una severa crisis política y económica el presidente De la Rúa acude primero a Ricardo López Murphy (que poco tiempo antes había alentado el arancelamiento y desmantelamiento de la universidad pública) y finalmente a Cavallo para sanear las maltrechas finanzas y, para que, padre al fin de la convertibilidad, impida la devaluación del peso. Eso, desoyendo las advertencias de parte de su equipo y en particular de su correligionario Raúl Alfonsín (Manuel Callau), que le advierten del capitalismo salvaje de ambos.

Conforme avanza la narración y se precipita el final decembrino, la ficción describe a un tozudo De la Rúa cada vez más alejado de la calle y de la realidad y más empeñado en mantener la ficción monetaria que alimentó las fantasías de arribismo social de la clase media y condenó a la pobreza a los sectores populares. El resto del Palacio -o la mesa chica del poder- conformada por Antonio de la Rúa y el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo (los siempre efectivos Ludovico Di Santo y Luis Luque, respectivamente) oscila entre el desconcierto, la ineficiencia y la arrogancia.  Y, en forma concomitante y de manera más acelerada tras el triunfo peronista en las elecciones de medio término de octubre, se acrecienta el poder del antagonista, un Eduardo Duhalde (César Troncoso), que, junto a su esposa Hilda “Chiche” (Alejandra Flechner) se presentan proclives a las conspiraciones, a las traiciones y al “vale todo” para socavar y decretar el fin del gobierno de De la Rúa.

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En sus tres primeros capítulos -titulados «El principio del fin», «La plata no llega» y «Más vale malo conocido»-, Diciembre 2001 presenta algunas fallas y muchos aciertos. Entre los primeros cabe señalar ciertas debilidades a la hora de presentar tensión dramática. La ficción argentina no tiene tradición en términos de thriller político al estilo de, por ejemplo, la película estadounidense Todos los hombres del presidente (Pakula, 1976) y se vuelve solemne, tediosa, estereotipada o con pocos matices cuando presenta personajes (la escasa semejanza física y gestual de los intérpretes con sus referentes reales no ayudan a la verosimilitud) y hechos reales. En este sentido quizás hubiera sido más efectivo si hubiera apelado a una mixtura de géneros. Es decir, ¿cómo explicar, que, tras diez años de menemismo y su consecuente desmantelamiento del Estado y fuga de capitales, la fórmula presidencial De la Rúa-Álvarez triunfó prometiendo no tocar el modelo económico? ¿Cómo narrar los días alucinantes de un presidente alienado decidido a mantener la convertibilidad y el poder a toda costa (incluso de matanzas) y que, tras su renuncia se sucedieron cuatro presidentes en un plazo de once días? Frecuentemente, la desmesurada realidad argentina exige apelar a géneros y lenguajes más flexibles que los de la historiografía o el drama.  Por ello, las mejores narraciones políticas o las que supusieron verdaderas radiografías de la sociedad argentina son las que supusieron yuxtaposición de géneros y el recurso al policial, a la farsa, la comedia, el videoclip o el grotesco, alternativamente. Tal el caso de la fundacional y pionera Operación masacre de Rodolfo Walsh; Los hijos de Fierro de Fernando «Pino” Solanas; Santa Evita de Tomás Eloy Martínez; Esperando la carroza de Alejandro Doria, Nueve reinas de Fabián Bielinsky  y en la cúspide Los traidores de Raymundo Gleytzer.

En términos de aciertos, Diciembre 2001 resulta pedagógica en el buen sentido y terroríficamente actual en momentos en que aquellas recetas económicas que significaron más de una década infame y se cobraron incontables vidas representan un peligro inminente y amenazan volver en plataformas electorales autodenominadas libertarias o redentoras. Es una ficción necesaria cuando, parafraseando la célebre frase de Marx, los hechos y personajes de la historia reciente parecen destinados a repetir la tragedia. «




Diciembre 2001

Dirigida por Benjamín Ávila. Guión: Mario Segade. Con Luis Luque, Diego Cremonesi, Jean Pierre Noher, Luis Machín, Fernán Miras, Nicolás Furtado, Jorge Suárez, Alejandra Fletchner, Ludovico Di Santo y Malena Solda. Disponible en Star +. Hoy a las 23 se emitirá el primer capítulo por El Trece.