El 76º Festival de Venecia que hasta hoy había presentado películas de alta calidad que figurarán ciertamente entre las premiadas por el jurado presidido por Lucrecia Martel empieza a perder puntos con solo uno de los tres films en concurso digno de atención.

Se trata de “The Painted Bird” del checo Václav Marhoul, un escalofríante retrato de la crueldad humana contra un niño judío durante la segunda guerra mundial en el este europeo.

Lo acompañaban en el concurso un deshilvanado “Guest of Honour” del canadiense de origen armenio Atom Egoyan, sobre un complejo de culpa infundado, y “Om det oändliga” (Sobre lo infinito) del sueco Roy Andersson que repite el estilo de su film precedente, “Una paloma sentada en un árbol reflexiona sobre la existencia”, ganador del León de Oro aquí mismo en Venecia hace cinco años.

Inspirado en una novela de Jerzy Kosinski, que el mismo director produjo y adaptó para el cine, “El pájaro pintado” es un rosario de episodios donde la crueldad humana, producto del miedo y de la ignorancia, pero también del placer de hacer daño a alguien, se ensaña sobre un chico de diez años que sus padres han mandado a vivir con una vieja tía en el campo con la ilusión de salvarlo de la persecución nazi.

Kosinski aporta algunos datos de su biografía pero le agrega otros sacados de la crónica concentrándolos todos en una sola víctima, ese niño que solo al final de su calvario recordará su nombre mientras durante todo el film será llamado solo como “sucio judío”.

Esta acumulación de mortificaciones y hasta de vejaciones físicas en un film de casi tres horas en un luctuoso blanco y negro, ahuyentará a algunos espectadores pero hará preguntar a la mayor parte del público cual sería su conducta en situaciones semejantes.

El pequeño protagonista, al cual Marhoul impone una actuación monocorde como si las penas que sufre fuesen infligidas a otras personas, es el debutante Petr Soltar mientras a su alrededor, entre actores anónimos de rasgos primitivos, figuran actores de prestigio como el sueco Stellan Skarsgard el norteamericano Harvey Keytel y el británico Julian Sands en roles marginales.

“Huésped de honor” toca el tema de la culpa y de la expiación en la historia de una profesora de música, acusada de haber abusado de un alumno suyo menor de edad, la cual a pesar de ser inocente, decide afrontar la cárcel para pagar una venganza cometida por error en su niñez.

El argumento, un poco alambicado y forzado, se salva solo en parte por una gran interpretación de David Thewlis, uno de esos actores que mejoran aún más con la edad.

En cambio, Andersson persiste en su estilo de enlazar “tableaux vivants”, secuencias de cuadros sin ningún vínculo argumental, que le habían ya dado un León de oro veneciano pero sin desarrollarlos más que en contadas ocasiones, dando al espectador la idea de asistir a una veintena de incipits (la primera frase de un libro) de novelas sin escribir.

Para encontrar algo mejor que estos dos frustrados candidatos al León de oro hay que correrse hasta una reseña paralela fuera de concurso, Venecia Classics, con films restaurados y documentales de cine, donde la última pareja de Héctor Babenco, ha presentado el film póstumo de su esposo, “Babenco – Alguém te que ouvir o coraçao e dizert: Parou” firmándolo con su nombre, Bárbara Paz.

Es ella que lo filmó cuando Babenco estaba en su estado terminal y soñaba con superar una vez más el cáncer que lo acompañó desde csi la mitad de su existencia, desde los 38 a los 70 años, y vivir ignorado de todos en Hong Kong en compañía de una bella china.

Y es ella quien realiza el sueño de su marido de realizar un film en blanco y negro, hasta incluyendo secuencias de sus films más famosos que eran en colores.

“Estoy muy contenta de estar en Venecia, una ciudad que Héctor amaba muchísimo y que fue la última ciudad que visitamos juntos” declaró Paz al término de la proyección acompañada de la hija de Babenco, Myra, que es una de las productoras del film.

“La muerte era la amiga y a la vez la enemiga de Héctor – añadió Paz – la amiga porque convivió con ella mucho tiempo, la enemiga porque lo amenazaba cada vez que hacía una película”.

“Pero para Héctor la vida era hacer cine, sin el cine no vivía -prosiguió- una vez me dijo que todos sus recuerdos de su vida pasada eran en blanco y negro”.