A veces es cierto aquello de que el tiempo forja el carácter. Y otras, pareciera más bien que algunos temperamentos consiguen doblegar las normas que pretendemos adjudicarle al tiempo. No por artista, no por rara (el adjetivo que usó, casualmente, para nombrar su primer mojón discográfico en su carrera como música) Juana Molina dio con facilidad esa batalla donde el deseo, la incertidumbre y la parca idea del éxito abren frentes tanto a nivel interno como en el escenario social, de los medios y el mercado.

«Sigo haciendo lo que me parece y ese, creo, es el secreto de mi bienestar. Yo así estoy contenta. Me gusta ser distinta, pero no hago nada para ser distinta: lo único que hago es ser yo», dice la cantautora en charla con Tiempo. En los últimos años, ya liberada (o casi) de explicar por qué se bajó de una promisoria y rutilante carrera televisiva como actriz, habiendo construido una manera propia de hacer y difundir su música y con una creciente grey de admiradores en la Argentina y el exterior, Juana Molina logró, por fin, bajar la guardia. Lo cual no mengua en nada esa capacidad suya para decir sin vueltas lo que piensa, pero sí parece haber limado algunas asperezas. En estos días está muy entusiasmada por una sostenida agenda de shows en vivo. Este sábado llegará al Konex. «Me da una gran alegría tocar en vivo, me gusta mucho. Básicamente, trato de que cada vez haya más improvisación», cuenta la compositora.

Después de más de dos décadas de canciones plasmadas en casi una decena de discos, en 2021 Juana se animó a una especie de alquimia en la que volvió a materializar –nunca más preciso el término- algunas de las músicas que marcaron su vida. Así, lanzó en vinilo Segundo, el álbum que publicó originalmente en 2000, y una reedición ampliada de Musicasión 4 ½, un registro esencial del candombe beat y la movida uruguaya de los años ’70, con artistas como Eduardo Mateo, Rubén Rada, Urbano Moraes y Diane Denoir, entre otros. Para esos pases mágicos, la cantautora fundó su propio sello, Sonamos, junto a Mario Agustín González y Federico Mayol. «El trabajo es de hormiga y de muchísima dedicación. Lo que a nosotros nos gusta es que la gente, cuando tenga el disco, diga ‘guau, qué linda edición’. No hay muchos compradores de vinilos, pero el que los compra sabe en qué se está metiendo. Queremos que les de placer tenerlo en la mano: viste que los vinilos son un poco música y un poco libro u objeto».

La quintaesencia de esa tarea fue su valor sentimental. Aunque Juana debutó en 1996 con Rara, producido por Gustavo Santaolalla, y su primer intento por dejar atrás su faceta de actriz de televisión para dedicarse sólo a la música, es Segundo el álbum clave. «Es muy especial para mí, porque fue el disco con el que encontré mi camino», lo define. Además de ser la semilla de sus experimentaciones, se trata del trabajo con el que aterrizó en la escena internacional. El vinilo es una edición remasterizada y enriquecida con fotos y textos. Para la cantautora, ese trabajo suyo está íntimamente relacionado con Musicasión, que salió originalmente en 1971. «Fue uno de los discos que yo más escuché de chica. Es fundamental para cualquiera que lo oye. Una música tan agraciada y de un grupo uruguayo tan desconocido, y en esa época. Con el hallazgo de las canciones nuevas e inéditas, en el aniversario 50, esta reedición en vinilo ya lo transforma en un tesoro». Ese rescate sorpresivo, de enorme valor, ocurrió cuando González se topó en un altillo con el máster y otras cintas con material inédito de El Kinto y más que había guardado el ingeniero de sonido Carlos Píriz.

La curaduría se le da bien a Juana Molina. Tiene una relación muy intuitiva y a la vez exigente con la música y en eso intenta fluir. Hay una deconstrucción lúdica de los parámetros que imponen los géneros, superposiciones estilísticas y de texturas, que pueden emparentar a suaves guitarras de inspiración rioplatense con sintetizadores chirriantes; como una prestidigitadora, juega a la eternidad del mantra con loops y variaciones sobre notas pedal, irrumpe con altisonancias, rítmicas que escapan a la comodidad de la métrica «cuadrada» y otros artificios. «Desde muy chica me importó el sonido. Cuando estudiaba guitarra, realmente no estudiaba para saber mover los dedos, sino para lograr un sonido lindo, que a mí me gustara. Siempre me detuve en el sonido y en la combinación», explica.

Foto: Prensa

Divinos tesoros

Hay algo de esos rastros primales de la infancia que están siempre presentes en el arte de Juana Molina. No es un misterio: ella lo hace explícito en su poética, su estética, en los reportajes y en ese afán de juego que atraviesa casi todo lo que hace. A veces puede ser un video hecho con filtros de Instagram o la aparición repentina de los personajes surrealistas que inmortalizó en su programa Juana y sus hermanas; otras, un tema como un trance profundo, un portal para «colgar» y experimentar sin límites. «Cuando yo era chica y escuchaba un sonido fijo, como el de una máquina, cantaba encima. Por ejemplo, cuando iba a la casa de mi abuela, que tenía un ascensor muy ruidoso, yo subía e improvisaba arriba de ese sonido hasta el noveno piso: cuando llegaba, se terminaba el encanto de golpe. No lo pensaba, me salía así. Lo mismo me pasa con las métricas. No es que yo digo ‘ahora voy a hacer una canción en 7×8’. La hago, y cuando le voy a agregar otras cosas, me doy cuenta de que la rítmica no es cuadrada. Muchas veces me llevo esas sorpresas. Es muy distinto de algo forzado, tipo ‘voy a hacer un ritmo complicado'».

Con las palabras, Juana entra en un terreno más farragoso, pero tiene sus trucos. «A veces tengo la suerte de que nazcan solas, aunque sea un par de palabras. O una frase que viene ya con la música, como si estuvieran selladas las dos cosas. Cuando me pasa eso, todo lo demás se va acomodando de una manera mucho más natural que cuando no tengo nada. Y cuando viene solo la melodía sin ninguna palabra, entonces siento a letra como una intrusa. Me cuesta mucho escribir algo que no perturbe la naturaleza de la melodía. Y ahí disfrazo la letra de melodía, se pone el traje como que nadie se da cuenta: ‘Hola, soy la letra, estoy disfrazada de melodía, no se vayan a distraer'».

Dentro de sus mutaciones, los últimos dos trabajos, Wed 21 (2013) y Halo (2017), redirigen la energía aún más hacia la experimentación, en una hipnótica sensación de dejar atrás cualquier convención y comodidad. Pero hay un hilván que cose sus experiencias con el folk, el rock, la electrónica, el minimalismo y todas las extensas variantes y categorías con las que nombraron su música. «Sufro muchísimo cada vez que tengo que hacer un disco nuevo, porque trato de no repetirme y después, aunque sienta que no me repetí, es indudablemente un trabajo de la misma persona. Hay algo de mí que no puede cambiar».

Hoy todos sus álbumes tienen ediciones internacionales y reseñas en las revistas más prestigiosas de música, y es habitual su presencia en festivales y shows en todo el mundo. «Creo que de afuera todo se ve muy distinto. Yo siento que sigo remando porque todavía no creo haber llegado a ninguna parte. Y después, tuve mucha suerte». Apunten: David Byrne la descubrió cuando compraba un disco online de los islandeses Sigur Rós y el algoritmo le sugirió escuchar Segundo. Y el ex Talking Heads lo compró, y le encantó. Se comunicó con Juana y la llevó de gira. «A David lo veo cada vez que voy a Nueva York. Viene a todos los shows siempre, nunca me deja invitarlo. Cada vez que lo invito me dice: ‘Ya compré mi entrada’, y yo le digo ‘¡No me pongas en ese lugar!’. Él me contesta: ‘¿Por qué?, si a mí me gusta bancar a los artistas'».

Juana Molina seguirá viajando en 2023, ya tiene fechas por todo el mapa. Eso incluye ir a Córdoba a preparar un nuevo álbum. Aunque se bajó del éxito casi asegurado de la actuación y empezó de nuevo pasados los treinta, a veces se siente una nena y tiene un público fiel de veinteañeros. Las edades, como dice en una de sus canciones, viven en ella, todas juntas. «Hay una especie de reconocimiento. Yo creo que esos chicos que me siguen no tenían mucha idea de lo que hacía antes. Siento que hay una gratitud o admiración, algo como un ejemplo de lo que está bien para ellos. Y me alegra que así sea, porque entonces no fue en vano». «

¿Cuándo?

Juana Molina se presentará junto a Diego López de Arcaute en batería y percusión. Sábado 4 de febrero a las 20, en el Patio del Konex, Sarmiento 3131.

Foto: Prensa

El arte, las fotos, el trap y las risas

La estética de Juana Molina es muy particular. Los videos y el arte de sus discos, todo lleva una marca de surrealismo y osadía: cuerpos deformados, huesos con ojos, extraños objetos de anticuario. «Eso pasa por mi asociación con Alejandro Ros, una dupla que armamos desde Rara. Los dos opinamos que salir linda en la tapa de un disco es un plomo. ¿Qué hacés con eso, con una cara divina?». Y pone un ejemplo: «En todos los videos que hacen ahora las traperas, ¡decime una que no tenga las uñas largas! Obvio que no las juzgo, sólo digo que es un bajón que todas usen lo mismo». Sobre su propia manera de camuflarse, cuenta: «En Rara yo ya no había salido en la tapa; y con Segundo, el sello me decía ‘tenés que estar vos por una cuestión comercial’, blá, blá, blá. Entonces, con Alejandro decidimos cubrir la cara con el pelo y así salió esa foto extraordinaria en la que sólo se me ve la nariz, pero no podían decir nada, porque era yo. También, como vivo en la casa que fue de mi abuela y está llena de cosas, nos encanta reciclar objetos para divertirnos. Siempre que sacamos las fotos, si Alejandro no se ríe, yo ya sé que no sirve».


Defensora del medio ambiente

Quienes escuchan sus letras, leen sus notas y siguen sus posteos en redes ya saben que la cantautora vive desde hace años alejada de la ciudad, rodeada de naturaleza y en compañía de sus muchos perros, gatos, pajaritos, y que es una ferviente defensora del medio ambiente. Incluso, ha realizado acciones concretas como, a principios de 2021, ofrecer un show a beneficio de los damnificados por los incendios en la Patagonia. El tema la preocupa y por estos días está especialmente consternada por la designación de Antonio Aracre, ex CEO de la multinacional Syngenta, como jefe de asesores de Presidencia de la Nación: «Lo que están haciendo es tan aberrante. A veces tengo que optar por ahuyentar un poco a mis fans por lo que publico, pero ahora estoy furiosa con ese nombramiento. Nos están envenenado con los agrotóxicos, arruinando las tierras, matando animales, ¿cuál es el propósito? ¿Cuánta guita más quieren hacer? Es prehistórica su manera de pensar. Yo estoy segura de que en 100 años ya se habrán descubierto el misterio de los hongos, el carbono que guardan debajo de la tierra y las conexiones entre las plantas. Estoy cada vez más convencida de aquello de que ‘somos uno’, porque lo veo».