A la manera de las mejores fábulas, la creación de Mamoru Hosoda tiene el encanto de la ternura que caracteriza a la animación japonesa, casi esa declaración de principios contra la crueldad del mundo.

Kyuta es un niño al que la justicia quiere entregar en guarda a otra familia en parte por desavenencias entre  sus progenitores, otra por errores que cualquier padre puede cometer, pero sobre todo por un sistema que se atribuye el ideal de la perfección. Enojadísimo, Kyuta se escapa, odia a todo el mundo y por accidente cae en un mundo paralelo, el de las bestias. Ahí conocerá a alguien tan enojado o más: los dos son presas de su testarudez, de la inoperancia que genera la ofuscación, de la soledad que produce ese agujero que un dolor que se ha padecido ha dejado, y que aleja a todos, excepto a quien descubre cómo amarlos. 

Así la película escala en aprendizajes y nuevos estadíos de ambos personajes, y en una dialéctica que en un pasaje llega a cansar, descubre su parábola, la del agujero negro que genera el odio.

Con una hábil combinación de los principales ingredientes de la animación japonesa, esto es: conflictos adolescentes, criaturas sobrenaturales que se compartan bastante humanamente, batallas épicas de interminable final, el film consigue contar su cuento, aunque por momentos subraye situaciones, como si temiera que su público no entendiera.

Ficha técnica: El niño y la bestia. Título original: Bakemono no ko. Dirección: Mamoru Hosoda. Apta para todo público con reservas.