Una reflexión que podría ser tomada a la ligera expresa hasta qué punto la obra de Nick Cave dio un vuelco el 14 de julio de 2015, día en que su hijo Arthur, de tan solo 15 años, falleció tras caer por un acantilado en Brighton, Inglaterra, localidad donde reside la familia: “Ahora me definiría de una manera distinta a como lo habría hecho hace unos años. Antes me habría definido como músico, o escritor. Ahora estoy intentando desembarazarme de esas definiciones relacionadas con mi ocupación, y verme como persona, como padre, como marido, como amigo, como ciudadano que hace música y escribe, en lugar de definirme al revés.”

La intuición del músico, escritor y actor australiano concentra una de las secuencias más emotivas de This Much I Know To Be True, nuevo documental del cineasta Andrew Dominik. Y asimismo es, en la práctica, la piedra angular de la que ha venido irradiando la obra de Cave junto a Warren Ellis en la trilogía que comprende Skeleton Tree (2016), Ghosteen (2019) y Carnage (2021). El primero de los tres álbumes ya tuvo su inmersión cinematográfica en One More Time With Feeling (2016), también dirigido por Dominik: allí, Cave exponía su experiencia ante la muerte de Arthur, y la transformación personal y creativa que padeció con el luctuoso acontecimiento. El tono de This Much I Know To Be True resulta algo más neutro, menos descarnado quizás, pero se antoja secuela de su antecesor con un formato de similar intimidad: canciones en vivo y fragmentos en los que el director documenta la vida cotidiana de Cave al ritmo de la interacción que lo une al genial Ellis, su actual mano derecha y socio creativo. 

El repertorio comprende lo mejor de Ghosteen y Carnage, a lo que se adhieren sutiles definiciones en las que Cave responde, con tono pastoral, a los seguidores que esgrimen sentidas y a veces dolientes preguntas a través de su página-archivo The Red Hand Files. En paralelo, la escena coral, situada en grandes galpones cuasi eclesiales de Londres y Brighton, es discreta, aséptica, despoblada, con una fotografía de pulidos contrastes y una movilidad de cámara que fluye acorde la música y se torna hipnótica. Merecida solemnidad que se combina con transiciones distendidas, o con la inesperada aparición de Marianne Faithfull, que se desconecta de su tubo de oxígeno para leer un poema. “La felicidad no es lo más importante, sino tener la noción de que las cosas tienen sentido”, afirma Cave mientras viaja por la ciudad. 

La dimensión del proceso creativo comprende una serie de planos cruzados en los que Cave puede afirmar que “Warren está en permanente estado de transmisión, no de recepción”, a lo que propio Ellis añade que “realmente no tengo sentido de la forma y el orden. Lo que me gusta de trabajar con Nick es que está dispuesto a probarlo todo”. En efecto, una de las virtudes del lenguaje que atraviesa tanto Ghosteen como Carnage está en la fuerza de una lírica magnética, abocada al silencio, filosa, incisiva, signada por la atracción fragmentaria de sonidos, efectos y ritmos aleatorios de gran intensidad poética. Los paisajes sonoros de Ellis consagran la voz de Cave. “Hollywood”, tema perteneciente a Ghosteen, y quizás una de las cumbres compositivas de Nick Cave, explicita con creces esa lógica donde el caos sonoro se va depurando entre una crítica de la creación y la propia forma dañada.

 El vínculo de Nick Cave con el cine ha sido permanente: escribió para el director John Hillcoat los guiones de Lawless  (2012) y The Proposition (2005), y actuó en Ghosts… of the Civil Dead (1988), del mismo director. También participó en Wings of Desire (1987), de Wim Wenders; en Johnny Suede (1981), de Tom DiCillo; y ya con su impronta fue retratado en 20.000 Days On Earth (2014) por Iain Forsyth y Jane Pollard. La nómina es larga, también a la hora de elaborar bandas sonoras junto a Warren Ellis: a The Proposition se suman The Road (2009), The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford (2007), Hell or High Water (2016), los documentales The English Surgeon (2007), The Girls From Phnom Penh (2009), y la esperada Blonde, adaptación de Andrew Dominik sobre la vida de Marilyn Monroe ficcionada por Joyce Carol Oates.

A punto de cumplir 65 años, y a contracorriente de los esperable para un músico de rock, el australiano parece haber trascendido las pruebas del tiempo y de la historia. Sus últimas obras junto a un inspiradísimo y talentoso Warren Ellis, lo cual es de agradecer, sostienen un estatus casi perdido por la música del mainstream. Su tono anacrónico, signado por la pérdida y el anhelo de redención, contradice de plano el sensorio infantilizante de la lujuria mercantil al concebir el arte como “principio esperanza”, que diría el filósofo Ernst Bloch, obligado a indagar en el sentido y la utopía. Toda una ascensión creativa, la del dúo, apegada a la carne viva en su grado más elemental de sufrimiento y anhelo. Los recientes Seven Psalms, escritos por el cantante y compositor australiano con música incidental de Ellis  tras la muerte de otro de sus hijos, Jethro Lazenby, de 31 años, ratifican con creces el curso de su fe, sentenciada con realismo por el propio Cave al inicio del documental: “todos vivimos la vida en peligro, en estado de amenaza, al borde de la calamidad”. «



This Much I Know To Be True
Un documental sobre Nick Cave. Director: Andrew Dominik. Disponible en Mubi.