Lisandro Aristimuño es una marca reconocida e inconfundible. Un estilo, casi un subgénero. Una estética tomada y multiplicada –con mayor o menor pudor– por decenas de colegas de los más diversos orígenes y niveles de convocatoria. «Tal canción es re Aristimuño», «Esa voz está aristimuñizada», «Aquel arreglo suena muy Lisandro» son expresiones que sobrevienen en forma recurrente en múltiples charlas musicales. Algunos disfrutan de su música con devoción y a otros no se sienten identificados con ella: pero casi todo el mundo reconoce esa singularidad que hace rato llegó para quedarse. Hubo un tiempo sin Aristimuños. Hace poco más de 25 años este cantautor nacido en Viedma (Río Negro) y criado en Luis Beltrán se instaló en Buenos Aires y nada se sabía ni esperaba de él. Hasta podía llegar a sorprender su ímpetu para lanzarse –sin mayores pergaminos– a una tempranísima carrera solista. Pero sucedió. Su afición de cruzar los mundos acústicos y electrónicos, su fervor por transitar desfiladeros emocionales y estéticos, y su convicción para crear fortalezas desde la fragilidad lo transformaron en un referente difícil de pasar por alto.

El flamante Criptograma no es un disco más en su carrera. Diversas particularidades le dan una dimensión y un significado extra. Se trata de su décimo disco y fue editado en plena pandemia. Pero acaso la verdadera clave que le dio buena parte de su razón de ser es que oficia de símbolo definitivo de la clausura de un período de sequía compositiva. Aristimuño es productor, agitador cultural, melómano, curioso por naturaleza y bastante más. Sin embargo, el motor que rige su vida es componer. Hacer canciones es parte de su cotidianidad, casi una necesidad espiritual. «No se me ocurría nada o las pocas ideas que aparecían no me conformaban ni un poco –confiesa–. Al principio me parecía normal, una breve etapa, pero se iban sumando semanas y el nivel de ansiedad y angustia se puso denso». Ese período de incomodidad duró poco más de un año, más allá que Aristimuño intentó destrabarlo con la grabación de proyectos como Hermano Hormiga (su dúo con Raly Barrionuevo). Pero las nuevas composiciones seguían sin aparecer. Hasta que la posibilidad de grabar por primera vez en un estudio propio cambió definitivamente el estado de las cosas.

«Poder grabar en Viento Azul fue fundamental para que este disco sea realidad. Sobre todo porque compuse gran parte de las canciones ahí. Imaginate, para alguien tan apasionado de la música, es como entrar a una juguetería y quedarte todo el tiempo que quieras. Antes tenía una especie de salita muy chica, pero sólo podía registrar alguna voz o algún instrumento electrónico. Los discos anteriores los grabamos en estudios alquilados. Lo que supone imposiciones de horarios, dificultades presupuestarias y más. Esta vez me pude dedicar a jugar libremente y empezaron a salir todas las canciones juntas», revela Aristimuño.

–Algunos músicos tienen discos grabados, pero esperan para lanzarlos una vez que se pueden retomar las presentaciones en vivo. ¿Qué te decidió a editar Criptograma ahora?

–Grabamos el disco en febrero, vino la pandemia y quedó encurentenado en el rígido del estudio. No lo podía creer porque estaba muy entusiasmado con lo que habíamos hecho. Después, cuando se permitieron algunas salidas, mi manager lo fue a buscar y me lo trajo. Terminamos la mezcla y algunos detalles más vía WeTransfer. Hubo algún momento de duda sobre si era mejor editarlo ahora o esperar. Pero este disco me pedía salir, me llevó de las narices. Creo que es ideal para escuchar en cuarentena: sin grandes ruidos alrededor, solo. Mucha gente me está diciendo que es un disco triste que los acompaña y a la vez les da alegría.

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–Un estudio propio supone muchas ventajas, pero también puede ser una trampa para la obsesión. A Axl Rose, por ejemplo, le llevó más de diez años grabar el último disco de Guns N’ Roses.

–Es verdad. Depende de la personalidad y las circunstancias de cada uno. A mí me hizo bien en todo sentido. Jugué mucho en el estudio hasta dar con los temas y los sonidos. Pero la grabación en sí también se simplificó. De hecho, creo que hicimos todo en tres días. Me parece que las cosas fluyeron con tanta rapidez y naturalidad porque sabíamos que estaba el estudio a nuestra disposición. Al saber que no nos teníamos que ir a tal o cual hora nos relajamos y casi todo quedó en primera toma. Fue una experiencia ideal.

–¿Por qué le pusiste al disco Criptograma?

–Sentí que el disco ya había encontrado su sentido, su cauce. Pero no podía descubrirle el nombre que representara su concepto. Vivimos tiempos en los que nos mandamos mensajes por el celular todo el tiempo y ya casi que no usamos palabras. Casi siempre son emojis, parecen mensajes cifrados. Me pasa también a mí. Un emoji de un pulgar en alto puede ser algo copado para alguien y un gesto muy frío para otro. Me acuerdo que seguía sin encontrarle nombre al disco y bañándome me apareció la palabra criptograma. Me sequé, chequeé bien el significado para ver si coincidía con la idea que yo tenía, coincidió y me pareció un título perfecto. Algunas ideas aparecen en los momentos menos esperados. Guardo una libretita en la mesa de luz para anotar todo lo que se me ocurre cuando duermo o estoy desvelado. Me resulta una herramienta muy útil.

Cosas del amor

Criptograma reúne diez canciones que atraviesan, entre la nostalgia, anhelos y desencuentros, una constelación de reflexiones y confesiones sobre el amor. Las letras son particularmente elocuentes: desde «Este amor es de los dos» («Levitar») hasta «Una escalera en el vacío que destruye el amor» («Sombra 1»), pasando por «Decime que no es cierto, yo te vi mejor» («Cosas del amor»), «Tus lágrimas ya se agotaron» («Loop») y «Entre fantasmas te quise abrazar» («Hoy no fue ayer»), entre otras. Cada palabra de «Criptograma» parece la pieza de un rompecabezas emocional que puede armarse de más de una manera. Siempre entre lo acústico y lo electrónico, con la voz por momentos en carne viva y esa sensación de valiente fragilidad que lo define, Aristimuño regresa a la altura de su tradición, eludiendo transformarse en un eco de lo que fue.

–Las letras del disco parecen referir a una ruptura y por momentos a un reencuentro o anhelo de reencuentro.

–Es una linda observación. Creo que, más que nada, expresan un reencuentro conmigo mismo. Llegué a sentirme muy perdido personalmente cuando no podía componer. Estaba medio loco. Este disco me ayudó a reencontrarme con mi eje, a volver a disfrutar más libremente.

–Construiste un estilo confesional que no dudó en mostrarse frágil en tiempos donde la cultura rock no se bancaba tanto eso.

–Sí, soy así. Y nunca tuve intenciones de ocultarlo. Me atraen esos climas tipo Tim Burton o los poemas de Alejandra Pizarnik, por citarte dos ejemplos. Me encantaría recibir un premio a Mejor Disco Melancólico (risas). Pero al mismo tiempo, para sostenerte como un solista independiente por tanto tiempo tenés que ser un vasco cabrón. Sino las cosas no salen. Soy muy guerrero por afuera de lo que expresan las canciones y creo que esa combinación me permitió hacer un montón de cosas. El camino de la independencia y de la autoproducción es difícil y exige mucha voluntad y compromiso.

–¿Cómo estás llevando la cuarentena?

–Por un lado disfruto mucho haciendo cosas en mi casa. Tengo más tiempo para la música, para mi hija… Por otro  lado estoy podrido porque quiero ver a mis amigos, tocar en vivo… Más o menos lo que nos pasa a todos. Me puse a pintar algunos cuadritos. Es un mundo nuevo que me relaja y disfruto. También estudio con algunos tutoriales cómo sacarle más jugo a equipos y efectos que ya tengo. Pero sobre todo disfruto de mi hija y trato que la pase lo mejor posible. Tiene 8 años y mucha energía. No es fácil para ella no ir a la escuela, no ver a sus compañeros… Por eso le dedico más tensión y tiempo que nunca, estamos pegados casi todo el tiempo y lo disfruto mucho.

–¿Quedará algo positivo después de la pandemia?

–Es lo que espero. No me imagino un cambio universal o que se modifiquen drásticamente las reglas de juego. Pero me gustaría pensar que algunas personas vamos a cambiar. Si todo esto no impacta en algún lado significa que sos medio robot.  Es un momento duro y seguramente, entre la pandemia y lo económico, llegará momentos más difíciles. Pero creo que algunos vamos a reorganizar nuestras prioridades: yo me di cuenta que trabajaba demasiado y le dedicaba poco tiempo a mi hija. Son cosas que no quiero que me vuelvan a pasar. En lo más general, espero mucho el día después. Creo que el reencuentro después de la pandemia va a liberar una energía muy poderosa aunque nada sea exactamente igual. Ojalá sepamos utilizar de la mejor manera esa energía. «

Criptograma

1. «Levitar». 2. «Cosas del amor». 3. «Loop». 4. «Sombra 1». 5. «Nido». 6. «Hoy no fue ayer». 7. «Comen». 8. «Señal 1». 9. «Cuerpo». 10. «Baguala 1». Producción: Lisandro Aristimuño. Ingenieros de mezcla: Fernando Taverna y Franco Mascotti.


El factor Wos y el piano exacto

Durante toda su carrera Aristimuño convocó a múltiples invitados, tanto en sus discos como en sus presentaciones en vivo. Criptograma no es la excepción y en el álbum se destacan las participaciones de Wos y Lito Vitale. A primera vista pueden sorprender las distancias generacionales y musicales que los separan. Pero no se trata de ningún capricho o gesto de excentricidad. Aristimuño es un fanático de la música argentina y más de una vez ofició de puente con interlocutores de los más diversos orígenes.
«Son dos artistas y personas únicas. Las dos participaciones se gestaron y concretaron en plena cuarentena. Mientras mezclábamos el disco me di cuenta de que quería sumar nuevos colores. Yo siento mis canciones como películas que en determinados momentos necesitan personajes muy específicos. Entonces los invité, se engancharon y nos mandamos todo por WeTransfer», cuenta Aristimuño.
«Wos era la persona ideal para ‘Comen’ –subraya–. Quería alguien con esa creatividad y capacidad de vomitar todo lo que tiene adentro. Desde la primera vez que lo escuché me di cuenta de que era un pibe muy groso. Lo curioso es que todavía no nos conocemos personalmente. Nuestra relación se construyó en forma virtual. Ahora esperamos que termine la pandemia para juntarnos a tomar una cerveza. A Lito lo conozco hace mucho y siempre soñé con que grabara en un disco mío. Puso el piano en ‘Hoy no fue ayer’, la balada del álbum, y no pudo quedar mejor. Fue una alegría enorme sumar todo su talento y experiencia en este trabajo.»


El poder de la música

El cantante y compositor nacido en Viedma (Río Negro) es un entusiasta agitador cultural. Coleccionista de vinilos, difusor de artistas independientes y melómano por naturaleza. La generosidad de Aristimuño con sus colegas no es habitual en el ecosistema musical.
–Me resultaría imposible vivir sin escuchar y hablar de música. Un buen disco es algo muy poderoso. Si te gusta se mete en tu vida, te acompaña, te hace preguntas, te ayuda a disfrutar. Más allá de todas las dificultades que ahora impone la pandemia, yo siento que la Argentina tiene una escena muy viva, muy creativa. Y eso me reconforta como escucha y como colega. Por ejemplo, las canciones de Noelia Recalde me desarman. Su disco Palabra, grabado sólo con guitarra y voz, tiene una belleza exquisita. Mariana Michi también es una genia. Te das cuenta al toque por su creatividad y convicción. Tiene mucha personalidad y talento. Después, también me gusta mucho lo que hace un chico de La Plata que se llama Mato Ruiz: tiene un disco muy bueno y ahora está con unos simples muy interesantes. Podría nombrar a muchos más. Soy muy agradecido con los artistas básicamente porque me alegran la vida, pero también porque sé todo el esfuerzo que hacen para concretar sus sueños».