Como no podía ser de otra manera, el film Don´t Look Up (No miren arriba) de Adam McKey, es objeto de críticas y apreciaciones muy diversas. Sin embargo, es posible pensar como espectadores: ¿Qué consumimos cuando vemos este tipo de producto cultural?

Bastante tinta digital ha corrido en torno al último gran tanque de Netflix. Desde el análisis psicoanalítico para comprender los sistemas de renegación, el análisis político para sobre los procesos de construcción de subjetividades posmodernos, o la crítica cinematográfica y de mercado —la película contó con un presupuesto de 200 millones de dólares, siendo una de las más caras producidas por Netflix hasta el momento, y tanto DiCaprio como Lawrence cobraron más de 30 millones por su participación protagónica—. En su mayoría, los planteos indagan los supuestos problemas estructurales de la sociedad estadounidense contemporánea con respecto al consumo de información, la crisis climática, la banalización de los contenidos culturales y la mercantilización de la política. Desde una mirada filosófica y crítico cultural, surgen varios interrogantes a los que vale la pena prestar atención y que subyacen la crítica netamente cinematográfica.  

¿Cómo se explica entonces que una película con una crítica claramente orientada y dirigida a las formas de consumo posmoderno y el capitalismo tardío —como lo denominaría Ernst Mandel— tenga un presupuesto tan abultado y aporte tanto capital a las plataformas mismas que critica de forma indirecta al criticar un tipo de consumo específico? Para ponerlo en términos simples, ¿cómo se explica que el beneficio en términos de mercado capitalista de un producto cultural anti capitalista sea tan grande? Es posible pensar una respuesta desde las teorías de consumo cultural aportadas por autores como Jameson, Pfaller o Fisher. Esta época de realismo capitalista, está signada por el consumo cultural interpasivo.

Don´t Look Up sostiene en todo momento una clara distancia satírica con la realidad. Pero esta distancia se torna por momentos tan inverosímil, que aleja al espectador. Lo aleja en sí, de la realidad, aunque tengamos la sensación de que estamos recibiendo un “cachetazo de realidad”. Janie Orlean (Meryl Streep) exagera tanto el estilo de presidente “a lo Trump”, que el tono burlesco recae más sobre un imaginario etéreo, que sobre el objetivo de la sátira. ¿Es necesario satirizar aún más a un mandatario como Donald Trump? El tono exagerado parece buscar la seguridad en la audiencia de que “entiendan el mensaje”, más que construir algún tipo de análisis crítico de la realidad. Personajes como Donald Trump resultan tan inverosímiles en términos reales, que ridiculizarlos solo aporta a tender un velo sobre las condiciones de posibilidad que los ubican en el poder.

Para el pensador y critico cultural Mark Fisher, la mayoría de los productos culturales orientados a criticar esta fase del capitalismo —que él insiste en denominar realismo capitalista—, son susceptibles de alimentar el propio sistema capitalista, más que desafiarlo. La idea de realismo capitalista actualiza ciertos conceptos insuficientes como el de posmodernidad o neoliberalismo, y corre el eje —no sin dejar de prestar atención— a las críticas tradicionales hacia el sistema capitalista. El recurso metodológico de Fisher parece funcionar plenamente a la hora de pensar como por ejemplo este sistema incorpora a su interior incluso ideas y corrientes de pensamiento antagónicas y en teoría, perjudiciales para su desarrollo. El realismo capitalista de Fisher fagocita incluso las posturas radicalmente contrarias, para convertirlas también en productos de consumo capitalista. En este sentido, no es difícil ver que la ideología anticapitalista o las críticas al sistema capitalista en si están ampliamente distribuidas dentro del sistema mismo, bajo la forma de todo tipo de producciones culturales.

Sucede algo similar cuando Mark Fisher plantea el ejemplo del film Wall-E (Disney-Pixar, 2008). Esta sátira crítica del sistema capitalista y sus consecuencias es lo que junto con cualquier tipo de consumo cultural interpasivo, “exhibe nuestro anticapitalismo ante nosotros mismos y nos permite seguir consumiendo con impunidad”. En su tesis, Fisher plantea que esta distancia irónica con respecto a las consecuencias de un modelo basado en la libertad de mercado y un sistema de equivalencias general, es lo que permite consolidar la idea principal del realismo capitalista y sus derivaciones en los distintos ámbitos de la sociedad. Para Slavoj Žižek, la ideología capitalista general consiste justamente en la sobrevaloración de la creencia en el sentido de una valoración subjetiva interna, distinta de las creencias que manifestamos en la conducta. Fisher retoma esta idea y plantea que “estamos autorizados a seguir participando del intercambio capitalista siempre que consideremos al capitalismo como algo muy malo en nuestro fuero interno”. Es claro ver que esto no es contradictorio, los campos de concentración y las cadenas de café coexisten perfectamente.

Uno se ríe, se indigna, al parecer toma consciencia de los males que el capitalismo y la posmodernidad están generando en la construcción de nuevas subjetividades, en lo colectivo, lo ambiental, y luego vuelve a su vida habitual. Incluso para criticar en redes la película que ataca el consumo excesivo de redes sociales y la banalización del debate público y la información como ejes principales. Uno empieza a consumir los memes que se constituyen a partir del debate acerca de la película, cómo cuando en el film surgen memes de la doctora Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), diciendo que se va a acabar el mundo. ¿Dónde termina su imagen? Como un producto de consumo cultural, graffiteada en la tabla de skateboard de un joven. Tranquilamente podría estar al lado de una imagen del Che Guevara o Frida Kahlo.

Don’t look Up es una sátira exagerada, sumamente balizada, que resulta ingeniosa ante los ojos inexpertos de los sujetos no habituados al consumo de producciones culturales más en los márgenes de la cultura pop. La distancia satírica es tal, que es difícil apropiarse de muchos de los elementos principales de su crítica, que no son tan visibles como otros de más fácil identificación —como el abuso de redes sociales o celulares, por ejemplo, cosa que la mayoría puede identificar incluso en sus prácticas cotidianas—.

En su búsqueda de tratar de establecer un ethos o modo de existencia concreto de lo que parece una turbo posmodernidad, el film solo resulta en un muestrario de conductas propias del realismo capitalista y su interpasividad muy acotado. No es que el diagnóstico no sea por momentos acertado, pero no conduce a la racionalización o profundización acerca de las causas de esos síntomas. Incluso el final moralizante como cierre, la vuelta a valores más tradicionales como la familia —cuando el personaje de DiCaprio vuelve a su casa y todos cenan sin dispositivos, desconectados de todo, mientras el mundo se colapsa a su alrededor— resulta en una respuesta rápida que no ofrece ninguna alternativa concreta. Es desaprender e ignorar un contexto actual para en vez de problematizarlo, plantear una alternativa más cercana al conservadurismo, que a una verdadera alternativa.

¿Hay que ver Don’t Look Up? No lo sé. ¿Hay que dejar de verla? Bajo ningún punto de vista. ¿Hay que creer que por haberla visto estamos en condiciones de construir una crítica interna del capitalismo tardío? Ese es el problema. Conviene pensar por fuera del film y en otro sentido: ¿realmente un producto cultural con una distancia satírica tal contribuye a que podamos pensar la realidad en términos diferentes, o solo contribuyen a que podamos seguir consumiendo con impunidad al inocularnos como si fuese una vacuna con un poco de anticuerpos para creer que nos estamos curando? Tal vez la invitación sea a pensar que aporte real tienen a nuestra subjetividad las producciones culturales críticas del capitalismo, pero completamente insertas en el, y qué costo concreto genera la distancia ficcional o satírica en esa construcción. Nos quedamos con la sensación de haber aprendido algo, solo para poder seguir haciéndolo bajo la ilusión de que, siendo conscientes, el mal es menor, pero en sí, solo nos convertimos en sujetos interpasivos tranquilos de que la crítica sea realizada por otros. Esta propuesta de pensamiento, no es a la que apunta el film. Pero tal vez, sea más útil que su contenido en si.