Casino Royale (2006)

Es sabido que toda lista es arbitraria. También, aunque tal vez no se diga en igual medida, que responde a ciertas razones del que la confecciona. Casino Royale fue la elegida porque es el libro que le dio origen a la saga pergeñada por Ian Fleming, la que condensa todas las líneas narrativas y de acción que guiarán los pasos y sobre todos los avatares de James Bond. Así, es la que explica por qué Bond en su futuro no amará a ninguna de todas las mujeres que pudo poseer: es la única vez que se lo ve enamorado por más que se le note poco (casi nada, excepto cuando se enfrenta a la tragedia) y la que explica por qué luego adopta la actitud de no engancharse con ninguna, preservarlas de los peligros que implica una relación con él, volverse un duro a prueba de cualquier belleza, corporal o de la otra; comerse su ego. Casino Royale también nos muestra las menudencias que hacen al estilo Bond: es en la que bautiza a su martini con vodka como Vesper, un homenaje a la mujer que invadió (y clausuró) su corazón: “una vez que lo probás, no querés otra cosa”, sentencia. La acción es impecable como casi siempre, las novedades tecnológicas también, pero la gran diferencia es ese punto dramático; acaso sin proponérselo como un punto de inflexión entre el mundo que vendría y el mundo que, entre otros íconos, James Bond había ayudado a inaugurar en 1962: un año antes de la invención del iPhone que tanto nos acercaría a los zombies, Casino Royale cerraba el ciclo en el que las películas de acción (y de las otras) más que prescindir de los smartphone, tenían la pretensión de un aire de libertad tan asociado a eso que llamamos sorpresa, eso de lo que, sin descanso, abandonarían las comandadas por los algoritmos.

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El satánico doctor No (Dr. No, 1962)

La que inaugura la saga y su estilo: el deseo sexual a flor de piel (masculino y femenino), la acción permanente (un mundo cada vez más vertiginoso), locaciones inhóspitas y sofisticadas por igual (Occidente a los pies -el Este estaba vedado por comunista- del ascenso social fomentado por el estado de bienestar), todo el imaginario de los niños y niñas del baby boom en la fantasía perfecta: matando a los malos y quedándose con la chica más linda. Como el debut de cada actor, en este caso también es la mejor (o a la par) de las películas que protagonizó Sean Connery. Cuya misión (estrambótica, como muchas de las cosas que en pocos años los jóvenes le propondrían a la sociedad mundial) es llegar a Jamaica (el reggae siquiera parecía una extravagancia para los europeos) con la misión de investigar los asesinatos cometidos por un agente especial británico y su secretaria; en la investigación, descubre la existencia de una siniestra organización, liderada por el Dr. No, que quiere desviar la trayectoria de los cohetes de Cabo Cañaveral. La pareja Connery – Ursula Andress incendia el celuloide.

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Dedos de oro (Goldfinger, 1964)

James Bond despliega todos sus tics y su cronometradas escenas de acción: la saga -todo una invención para los tiempos de películas de una sola entrega- puede funcionar, ser el éxito que sus creadores imaginaron: Bond se convierte en el ícono de la cultura pop que habían soñado. Aquí hay un malvado magnate (a distancia de Batman, los ricos pueden ser crueles), Auric Goldfinger, que quiere hacer estallar una bomba atómica en Fort Knox, para volar toda la reserva federal de oro de los Estados Unidos y así incrementar la cotización del metal, del que es un gran poseedor.

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007: Operación Skyfall (Skyfall, 2012)

Otra con Craig, el único en condiciones de discutir la supremacía de Connery. Y como corresponde a los nuevos tiempos (esos que arbitrariamente indicamos que cambiaron con la llegada del smartphone), lo que está en duda es la lealtad de Bond hacia M. Quien le había ordenado en aquella final/inaugural de Casino Royale que debía deponer su ego, ahora duda de que Bond lo pueda hacer y lo aisla: el fracaso de su última misión, que llevó a la revelación de la identidad de varios agentes secretos en distintos puntos del planeta, lleva a M a guiarse por los protocolos antes que por su instinto: toda una paradoja para la jefa del agente 007, quien había basado toda su relación con él en base a su instinto. Como nunca, Bond deberá mostrar que los valores aprendidos en el siglo 20 no sólo aún lo guían, sino también que conservan la parte fundamental de su eficacia.

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El espía que me amó (The Spy Who Loved Me, 1977)

El más cansino de los Bond, el tipo que interpretó como pocos los 70 (con ese tempo entre abúlico y áulico), es aquí tal vez el más vigoroso de los Bond de Roger Moore: acaso el único personaje que quiere darle una nueva dirección al mundo en un momento en el que parece que la Guerra Fría no se descongelará más, o al menos no lo hará por un tiempo muy largo: el de la colaboración. Acá se trata de la misteriosa desaparición de dos submarinos nucleares que lleva a que colaboren los mejores operativos de los servicios secretos británico y soviético: James Bond y la mayor Amasova. Detrás del mal, nuevamente un multimillonario, el magnate Stromberg, que quiere acabar con la civilización para “purificar” a la  humanidad.

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