Midnerely Acevedo, más conocida como Mimi Maura, nació en Puerto Rico y es hija del reconocido cantautor de los ’50 Mike Acevedo. Su padre, sin proponérselo, le enseñó a amar el arte de combinar poesía con sonidos. Escuchándolo se dio cuenta que todo se podía hacer cantando. Su primer proyecto musical serio fue una banda de mujeres que hacía heavy metal. Se llamaba Alarma y contaba con Mimi en la voz. Llegaron a presentarse en New York y en Los Ángeles.

En 1992 Alarma teloneó a Los Fabulosos Cadillacs, conoció a Sergio Rotman y se enamoraron. Tiempo después se establecieron en la Argentina y comenzó una nueva etapa de su carrera. Primero grabó algunas canciones con Cienfuegos y se lanzó como solista en 1999. Desde entonces transitó una carrera personal y reconocida. Paralelamente, formó parte de El Siempreterno y sigue tocando con Los Sedantes.

Mimi Maura presentará nuevamente su flamante disco Alma adentro el 5 de noviembre en Niceto, Av. Coronel Niceto Vega 5510.

–Con una carrera importante y muchos proyectos diferentes, ¿no te confundís las letras de las canciones?

–Me cuesta memorizar las letras. Para sentirme cómoda tengo que hacerlas parte de mí, apropiarme de cada palabra para poder interpretarlas y disfrutarlas. Así que lo laburo mucho antes.

–¿Tiene que ver con tu estilo?

–Creo que sí: mostrar lo que siento es mi manera de comunicar. Vivo muy intensamente cada una de las canciones. Entro en otra dimensión, donde no sé si soy yo realmente u otra persona.

–¿Cómo describís ese trance?

–Es un estado muy particular. Pero si no llego a vivirlo así, me equivoco o pierdo el ritmo. Me tengo que relajar y disfrutarlo. No hay que pensar demasiado.

–La música vino con tu familia.

–Seguro. Mi madre seguía a mi padre en sus giras, así que yo desde la panza escuchaba música. Desde niña me salían melodías, desde antes de hablar, incluso. Mamá también cantaba mientras limpiaba,  cocinaba o en los momentos familiares. Por eso generé una inevitable facilidad para la tarea.

–¿Nunca te dieron ganas de ir por otro camino?

–En la adolescencia estudié artes plásticas y pensé que podía ser otra cosa. Pero la música pudo más. En el tercer año de la universidad, sólo quise salir y tocar la mayor cantidad de veces posibles.

–¿Pudiste vivir de la música desde un principio?

–No, trabajaba en otras cosas. Estaba toda la semana haciendo lo que podía para ganar dinero y el fin de semana rockeaba.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

–¿Qué hiciste?

–Un poco de todo, pero lo más duro fue ser recepcionista. Era una empresa que filmaba publicidades, videos para promocionar negocios y demás. Yo era el primer rostro que veían los clientes cuando venían a Paradiso Films.

–Así se llamaba.

–Sí, sí. Aunque era un infierno (risas). No, en verdad no estaba tan mal. También había sido mesera y ahí sí la pase mal.

–¿Por qué?

–No lo hacía bien. Sin ganas nada sale bien. Es jodido. Es donde realmente me di cuenta que de lo único que podía vivir era de la música. Lo único que me sale bien es la música.

–¿En qué año se vinieron con Sergio Rotman a la Argentina?

–Llegué de su mano en 1996. Al día siguiente nos metimos en un estudio a grabar. Primero hicimos unos demos y luego esa idea que no tenía mucha forma terminó siendo Mimi Maura.

–¿Y en esos años previos, desde el 92 al 96?

–Él de alguna manera se integró a mi banda de chicas: no oficialmente, pero venía siempre de invitado, y estábamos todo el tiempo juntos. Yo viajaba de invitada con él y llegó un momento en el que mis compañeras me dijeron que así no podía seguir y me pidieron que dejara la banda. Así me liberé.

–¿Te hicieron un favor?

–Me sentía atada y era una razón para estar siempre cerca de Puerto Rico. Así que liberada de esa responsabilidad, me fui de viaje con Sergio. Pude conocer la Argentina, y empezamos a vivir un poco allá y un poco acá, hasta que quedé embarazada y nos establecimos acá.

–¿Qué es lo que más te costó de dejar la isla?

–Cuando uno deja su país, empieza a extrañar todo. Especialmente la comida. Porque es bien distinta.

–¿Cómo hiciste?

–Tuve que aprender a cocinar muchos platos a los que antes no les prestaba tanta atención. Me volví una experta en buscar ingredientes, que si no eran iguales, fueran lo más parecido posible. Y claro, nunca me falta mi arroz con porotos, con lo que sea: en los asados en casa o con milanesas.

–¿Cocina fusión?

–Algo así. Los tostones, los plátanos fritos, combinan con todo. Se pueden sumar. Pero me enfoqué en lo tradicional.

–¿Cuál es tu plato favorito?

–Me gustan muchos. El mofongo, que son los tostones cortados en trozos y normalmente se fríen, pero se pueden hervir o asar, luego se machacan con sal, ajo, caldo y aceite de oliva, para formar una bola de sabor. Están los pasteles, que son más elaborados, son como  una versión de humita en chala, digamos.

–¿Son muy parecidos?

–El sabor nada que ver, pero hay algo similar en la técnica, se envuelve en hoja de plátanos, con mandioca rallada bien condimentada y con un relleno de carne. Es una comida muy típica para las navidades. Pero yo lo hacía todo el tiempo. Se deben hervir o poner al vapor por una hora, es un aroma único.

–¿Hoy es más fácil conseguir los ingredientes de la comida portorriqueña por la influencia venezolana?

–Sí. Me costó mucho tiempo encontrar ingredientes y condimentos que me hagan acordar al Caribe. Hoy gracias a ellos consigo de todo. Me gusta comer bien.

–¿Los placeres como estos son inspiradores?

–Sí, todo te puede ayudar. A mí me sirve, además de comer, entrenar, para balancear y estimular el cerebro también desde otro lado.

–¿Qué hacés?

–Hace un par de años que hago kung fu. Antes iba a un lugar pero ahora lo hago en casa. Lo bueno es que por Zoom lo puedo hacer en dónde esté. Es una cosa buena que dejó la pandemia. Me permitió tener más continuidad y ayudarme a despejar la cabeza.

–¿Cuántas veces por semana hacés?

–Tres veces por semana. Me encanta, hago kung fu porque disciplina el cuerpo y la mente. 

–¿La artista plástica no volvió nunca a aparecer?

–Sí, en la cuarentena volví a pintar. Estoy armando mi taller de escultura… Pero también me gusta la naturaleza para buscar paz y conectar con más fuerza con el trabajo.

–¿Cómo es un día ideal para prepararse para un show?

–Comer bien y dormir mucho. Me encanta dormir.

–¿Alguna posición preferida para descansar?

–Me gusta dormir boca arriba, como una muertita. Pero es difícil, siempre al final me pongo de ladito. Trato de dormir 10 horas por día, siempre. Es lo que me ayuda mantener mi instrumento intacto.

–¿Nunca insomnio?

–Cuando uno no duerme por mucho tiempo es casi inevitable quedarse disfónico. Hay que dormir, es una clave para cualquiera que quiera cantar.

–¿Algún otro secreto?

–En mi caso, como hace muchos años que me dedico a esto, hago cosas de manera inconsciente. Pero tengo una preparación para los shows, porque para mí toda fecha es importante y tengo entrega completa: no como quesos, trato de comer liviano, no tomo nada frío, nada con hielo… La cervecita la extraño, pero me tomo un vinito.

–¿Y en el escenario?

–Quizás tomo un whisky. Me pongo nerviosa, no lo puedo evitar. Entonces me relajo con una o dos copitas.

–¿Siempre hay alguna forma de resolver para que siga el show?

–Es un mundo complejo y las dificultades siempre están, cada uno debe encontrar sus formas. No ganamos nada criticando el presente, solo viviendo del recuerdo o pensando en la incertidumbre del futuro.

–¿Hay que adaptarse como sea?

–Hay que disfrutar cada momento. La música es lo más importante en nuestras vidas y esa pasión tratamos de transmitirla en los shows. Seguimos por la vereda que nos toca, haciendo canciones, tocando y cantando en vivo. «