Conforme avanzaron los tiempos, el periodismo pasó de explicar la realidad a partir de la investigación, a denunciar según el ritmo del show bussines; abrazó la moral performativa y renunció a la crónica empática. Los Michael Moore proliferaron, e invadieron el mundo.

Pero esta vez Moore no invade nocivamente. Lo anuncia, lo advierte, intenta en esa publicidad de ser un representante de Estados Unidos que viene a invadir países, una ironía que vista desde la marginación del sur y del Tercer Mundo resulta algo mojigata, cuando no totalmente carente de gracia. Hay en ese cambio la recuperación de cierta inocencia. Como si lo que pusiera en juego esta vez fueran las preguntas antes que las respuestas, la humildad del que sabe que no sabe a la canchereada del que sabe que no sabe lo suficiente y por eso necesita alardear. Hay un Moore acaso nunca visto, porque el que impactó en la Argentina fue el que increpaba a Charlton Heston en su calidad de presidente de la Asociación del Rifle de Estados Unidos. Y este es uno que se pregunta qué quedó de aquel país que habían soñado los Padres Fundadores.

Es probable que aquel país nunca haya existido (después de todo el puritanismo moral y la búsqueda de uniformidad de conductas fue una constante en la vida social norteamericana). Pero no deja de ser atractivo que aunque sea exista como imaginario. Y hacia allí, en busca de ese ideal perdido, se dirige Moore. Primero Italia, luego Francia, y ya sin orden Eslovenia, Alemania, Finlandia, Noruega, Islandia y hasta Túnez, que Moore lo usa, antes que con la intención de “mostrar que hay musulmanes buenos”, como una crítica a la ceguera estadounidense.

En Italia elogia el tiempo de vacaciones, en Francia la comida que los chicos reciben en la escuela, en Noruega el sistema carcelario, en Finlandia la educación, y así. Otro mundo es posible, dice Moore; y de paso da sustento a sus denuncias de las cosas que suceden en Estados Unidos, en especial con los negros al principio del film, y con las mujeres hacia el final.

Ilustrativo más que didáctico, Moore no puede abandonar el moralismo, que después de todo por eso llegó hasta donde llegó. Pero esta vez su construcción de sentido común no busca obligatoriedad; si se prefiere, Moore no grita ni insulta en busca de atención, amedrentar o generar acciones en favor de sus ideas. Trata de invitar a la reflexión aunque ese no sea su fuerte. Y en ese sentido el film es elogiable. La poca práctica en el asunto se evidencia en la falta de solidez del producto, que conserva las los modos del manipulador. Así, carece de la homogeneidad de sus anteriores documentales; incluso se puede decir que deliberadamente opta por no usar el golpe de efecto intempestivo. Como si quisiera volver a ser aceptado.

Una sensación que no puede dejar de leerse como una metáfora de una parte de la sociedad norteamericana frente a la candidatura de Donald Trump, de la que se avergüenzan, aunque más no sea por corrección política.

¿Qué invadimos ahora? (Where to invade next. Estados Unidos, 2015). Guión y dirección: Michael Moore.

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