Poco antes de presentar el single adelanto de la célebre “Money”, Roger Waters comentaba en un video a través de sus redes cuáles eran las principales diferencias entre el histórico The Dark Side Of The Moon que Pink Floyd lanzó en 1973,  y esta otra versión que el bajista se animó a reinteroretar por completo: “La nueva grabación es más reflexiva”, describió. Y en el mismo clip, también contestaba a la avalancha de críticas y comentarios que el anuncio del proyecto había despertado, afirmando que “la gente tiene que escuchar el disco antes de poder formarse una idea. Estoy muy orgulloso de él”.

El adjetivo “reflexivo” es bastante aproximado para describir The Dark side of the Moon Redux. Pero hay que traducirlo en términos musicales. Empezando por las coincidencias, habrá que decir que ahí está, definitivamente, el espíritu del legendario grupo que lo inmortalizó. Mejor dicho, allí está el espíritu del sonido de Pink Floyd. En algunos temas la fidelidad es nítida, en otros, un eco. Pero siempre se la escucha.

En cuanto a las licencias, son claras. La nueva versión de Waters, quien ya había sido tajante al anunciar que se trataba de “su” disco, ya que era una obra que originalmente había escrito él, es una forma etérea, vaporosa, quizás minimalista, de aquel experimento rockero de hace 50 años atrás. Se dosifican las guitarras y la distorsión hasta casi desaparecer, el bajo y la batería pierden gravedad, e incluso da una nota muy extraña el uso que hace Waters de su propia voz. Apenas insinuando las líneas melódicas en algunos casos, como el de “Time” o “Breathe”, o directamente declamando como un poeta sombrío, apoyado en su cantarín acento británico, tal como demuestra en “Money” (con un resultado bastante inquietante). Pero, a la hora de llenar el conmovedor solo de voz de “Great Gig In The Sky”, el susurro o tarareo casi imperceptible del músico no es capaz de hacer algo interesante ante la falta de la fuerza y la potencia del mítico fraseo de la cantante Clare Torry.

En cuanto a los arreglos, van en línea con todo lo descripto. Son sobrios, en esta tendencia de “menos es más”. Hay toques, pinceladas, acá y allá, siempre en esa línea de acentuar la atmósfera de ensueño, de estar flotando sobre la música. Suenan las cuerdas, pero también se escuchan teclados, por momentos reemplazando a los solos de David Gilmour. Otra cosa que no se escuchan (y se extrañan), son los coros. The Dark Side of the Mon Redux puede resultar una experiencia placentera, capaz de conectarse con el álbum original desde una perspectiva nueva, no sólo reflexiva, sino muy actual. Pero la comparación con el disco de 1973 no puede dejar de ser bastante odiosa. Es cierto que es una “versión”, y que el que avisa, no traiciona: pero tampoco, la verdad, sorprende.