La memoria es el mejor antídoto contra las recaídas. Es el modo más eficaz de asegurar que la historia trágica no se repetirá nunca más. Con ese objetivo, Tiempo Argentino elaboró un documento histórico que refleja las dos dimensiones del horror: lo que ocurría en el Palacio –en la Casa Rosada usurpada por los dictadores, en los faustos de los actos oficiales, en las catedrales endiabladas, en el cínico devenir de un gobierno ilegítimo e ilegal– y lo que pasaba en las calles laceradas por la represión, la persecución política y las consecuencias sociales de un programa económico impuesto a sangre y fuego.

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Las imágenes también hacen foco en las baldosas trajinadas por la heroica resistencia de Madres y Abuelas, que con sus marchas marcaron el camino para la recuperación de la democracia como modo de organización política y social. Las postales de aquella lucha son un recordatorio de lo que se ganó, pero también de lo que queda pendiente: todavía queda verdad por descubrir, hijos y nietos por recuperar, y justicia por impartir sobre los autores materiales e ideológicos del terrorismo de Estado.

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El contrapunto visual es un ejercicio que interpela. Había una burocracia del mal. Los conductores militares y civiles de la dictadura gestionaron el gobierno de facto apegados a los códigos del protocolo y ceremonial, mientras las patotas secuestraban, torturaban y mataban en las mazmorras clandestinas. Hubo también una progresiva toma de conciencia pública del horror. Las imágenes iniciales de la Madres marchando solas bajo la lluvia mutan en una multitud que aún se mantiene y alimenta de generación en generación.

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La mirada atenta y prodigiosa de Víctor Bugge –el reportero que lleva cuatro décadas retratando la intimidad del poder en la Casa Rosada– eternizó la tensa atmósfera del Palacio. El talento y arrojo de distintos reporteros gráficos reflejaron los episodios callejeros cotidianos de aquella Argentina profanada, aun a riesgo de sus propias vidas. Su generosidad hizo posible este especial de Tiempo, que busca contribuir a mantener presentes los recuerdos cotidianos de un pasado que los argentinos no podemos ni debemos olvidar. Y no sólo para evitar que se repita: el ejercicio de la memoria es el primer acto de justicia y verdad.

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