La sanción de una ley que regule el cannabis medicinal y el cáñamo industrial en la Argentina es inminente. El proyecto del Ejecutivo ya fue aprobado por el Senado y se presume que Diputados hará lo propio. Como pocas, la norma tiene el consenso de casi todo el arco político y la presentación de iniciativas productivas se multiplican en provincias y municipios. Ante este escenario, bien vale evocar la experiencia del pueblo de José María Jáuregui, a siete kilómetros de Luján, que llegó a alcanzar una autonomía impensada con sus cientos de hectáreas de cáñamo cultivadas.

Referentes de organizaciones que bregan por el derecho al uso de la planta recorrieron esta semana las calles de este pueblo de diez mil habitantes que supo tener como una especie de patriarca al belga Jules Adolf Steverlynck, a quien aún hoy llaman con cariño Don Julio, por haber encauzado socialmente la vida de los vecinos de Jáuregui. El encuentro fue auspiciado por Valery Martínez Navarro, quien creó las primeras zapatillas del país con tela de cáñamo, y Flexa Correa López, ambos integrantes de Acción Cannábica, quienes están rodando un documental sobre distintas vivencias en el lugar.

Aquel empresario inmigrante se instaló a la vera del ferrocarril Sarmiento y del río Luján, a fines de la década del ’20, donde fundó la Linera Bonaerense, la Algodonera Flandria y la Fabril Linera, que llegaron a tener unos 3000 trabajadores. El pionero belga murió en 1975, y su emporio comenzó a desgajarse entre sus 16 hijos: la difícil situación financiera terminó en el año ’96 con el cierre definitivo.

Claudio Núñez es el dueño del asador situado en el kilómetro 70 de la Ruta 5, llamado «Lo de Ambrosio» en honor a su padre. “Era muy pequeño, pero recuerdo mucho la Linera Bonaerense, donde papá era el encargado general. La actividad principal era la producción de fibras de lino, y el grupo llegó a sembrar unas 5000 hectáreas, pero también se inicia como actividad paralela la siembra del cáñamo”, cuenta. A partir de los años ’50 la Linera sembrará lino en invierno y cáñamo en verano.

Cuando Patricio Decant nació, en el ’78, comenzaba a apagarse el esplendor de Jáuregui. Sin embargo, el muchacho reconstruye gran parte de la identidad de su pueblo: “Mi padre trabajó en la Algodonera Flandria desde muy joven, mi abuelo también; y mi bisabuelo trabajó junto con la familia Steverlynck en Bélgica. Era una empresa que estaba a la misma altura que Alpargatas. Su fuerte era el algodón: hacían sábanas, mantelería, cortinas, tapicería. Después empezó a trabajar otros subproductos. como el lino y el cáñamo. La calidad de estos dos últimos eran para sogas, bolsas arpilleras, trapos de piso, repasadores, paneles. El belga trataba de sacarle utilidad a todo lo que podía. Innovaba y experimentaba”.

Patricio explica que “la vara larga del cáñamo se deja fermentar para separar la fibra del tronco. Pero Don Julio notó que le quedaba un montón de leña, de cáscara, de corteza, que era lo que no le servía. Entonces empieza a producir paneles de linex, que se hacen de cáñamo y lino”.

Laura Olivares se instaló hace veinte años en el pueblo y conoce las ventajas de los inventos del pionero belga. Su casa está construida en buena parte con paneles de linex que han sobrevivido a cualquier inclemencia del tiempo. “La casa es de los años ’50. Acá vivían los jerarcas de las empresas. Está sobre un terreno gigante, de unos 90 metros de largo. Estuvo cerrada durante décadas. Le fui haciendo algunas refacciones, pero la verdad que no las necesitaba. Los pisos, las habitaciones, las aberturas, todas son de placas de cáñamo”, indica la mujer.

Don Julio generaba las condiciones para que a sus trabajadores y vecinos no les faltara nada. Compró hectáreas en los alrededores de sus emprendimientos que luego loteó para entregárselos a sus empleados a cambio de cómodas cuotas. Financiaba escuelas, talleres, clubes, teatros, centros de salud y cooperativas que le daban vida al pueblo. “Había un dicho en Luján: que se esperaba el día de cobro de La Flandria, porque la gente se iba allá de paseo y de compras. Los sueldos estaban muy por encima de los del mercado”, grafica Patricio.

El destino de la producción de cáñamo quedó sellado cuando las incursiones de hippies, sobre todo porteños, comenzaron a preocupar a las autoridades militares. “A finales de los ’60 y ’70 se produce un fenómeno, que todos veíamos como una cosa muy extraña, que era la llegada de jóvenes en autos, pero la mayoría lo hacía en el tren Sarmiento, que venían a Jáuregui a proveerse de las plantas de cáñamo que, por lo que tengo entendido, no eran de una variedad que sirviera mucho para fumar”, menciona el dueño de Don Ambrosio, a quien le sobra razón, ya que el cáñamo con fines industriales tiene muy bajos niveles de THC. Se trata de plantas con tallos largos, muy pocas flores y muchas semillas.

Alineada con los Estados Unidos y empecinada en una publicitada guerra contra las drogas, la dictadura obligó a la Linera Bonaerense a eliminar el cultivo de cáñamo. Y lo hizo a su modo: en abril de 1977 hubo allanamientos y detenciones. El ingeniero agrónomo Rubén Batallanes, a cargo de la compañía, y el contratista Germán Otero cayeron presos, por lo que uno de los hijos de Steverlynck debió negociar con el entonces ministro del interior, el general Albano Harguindeguy, para que al mes pudieran ser liberados.

El destierro de la planta no fue fácil y llevó años. Comenzaron a crecer las llamadas plantas “guachas” por todo Jáuregui. Finalmente, el cáñamo fue erradicado. Para la industria local representó un duro golpe: sobrevivió unos años más hasta que el neoliberalismo terminó la tarea iniciada por la dictadura. Ahora, con la ley en la mano, el cáñamo vuelve a resurgir.

Un parque industrial

El emporio de Jules Adolf Steverlynck cerró en los ’90. Hoy, buena parte de los galpones y talleres fueron recuperados y reconvertidos en el Parque Industrial Villa Flandria o el Parque Industrial y Tecnológico “Don Julio Steverlynck”, que formalmente fue habilitado esta semana por el intendente Leonardo Boto y el gobernador Axel Kicillof.