Hay 38 baños operativos en el enorme pabellón de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, en Ciudad Universitaria, seis de ellos adecuados en cumplimiento de la ley de accesibilidad. Desde hace 15 días, uno de los ubicados en la planta baja, frente al hall por el que a diario circulan miles de estudiantes, es un baño sin distinción de género, «para todas las personas que quieran utilizarlo», según invita el cartel ploteado en el ingreso. Hay una antecámara con espejo, lavamanos y un cambiador, y un segundo espacio con tres mingitorios y tres cubículos con sus inodoros. La propuesta es transparente: repensar el diseño de los espacios comunes desde una perspectiva inclusiva.

Normativizada en el más privado de los espacios públicos, la «segregación urinaria» que consagra el baño público condensa un debate central de esta época, en lo simbólico y en lo material, respecto de usos y prácticas naturalizados que obstaculizan el ejercicio del derecho a la identidad de género, consagrado por ley. 

«Lo del baño es una intervención, resultado del contexto actual de la FADU, que desde este año tiene una Unidad de Género, a partir de la implementación en la UBA del ‘Protocolo de acción institucional para la prevención e intervención ante situaciones de violencia o discriminación de género u orientación sexual'», explica Griselda Flesler, titular de esa unidad y de la primera cátedra sobre Diseño y Estudios de Género.

De inmediato, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) celebró la decisión de habilitar «baños mixtos» y la postuló como un modelo a seguir, sobre todo en los ámbitos educativo, «ante el convencimiento de que las categorías varón/mujer tal como fueron utilizadas desde el paradigma heteronormativo, ya no alcanzan para dar cuenta de todas las identidades y orientaciones sexuales disponibles en el entramado social», una política pública deseable no sólo para facilitar el acceso a instalaciones sanitarias a las personas trans, sino también a padres con sus hijas, madres con sus hijos y personas con discapacidad que necesiten ser asistidas por alguien de otro género.

Según Flesler, lo que se busca con el baño sin distinción de género es «desnaturalizar estos binarismos tan instalados y discutir los espacios que los reproducen. La transgeneridad, al empoderarse, al haber leyes que acreditan los derechos de ese colectivo, deconstruye ese paradigma binario. Pero para pasar de la legalidad a la legimitidad hay que crear una cultura, sobre todo en los ámbitos formativos, como el universitario.» En rigor, la experiencia de la FADU no es la primera. La Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata fue la pionera en 2012; en 2016 se sumó una sede de la de Cuyo; y en julio pasado, la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, que readecuó un baño de hombres del hall central quitando los mingitorios.

Los baños diferenciados para hombres y mujeres, explica Flesler, no estuvieron siempre, no son «lo natural”, no los hay en las casas, y de hecho surgieron en ámbitos públicos hace poco más de un siglo, como resultado del auge del capitalismo en combinación con la moral victoriana, «el momento histórico en el que se patologiza todo lo que está fuera del núcleo primario de la familia». En ese rígido esquema, lo que para muchas personas es un mero trámite, el alivio de una necesidad corporal, «para otras, como le sucede al colectivo trans, supone verse expuestos al disciplinamiento social, a la violencia simbólica de optar por algo que no sos».

Esa violencia no siempre es solamente simbólica. Una encuesta de «clima escolar” realizada el año pasado por la asociación civil 100% Diversidad y Derechos, preguntó a estudiantes LGBT por los lugares que evitan en la escuela porque se sienten inseguros, y donde es más probable que sufran actos discriminatorios. En el primer lugar, el 43,8% señaló las clases de educación física. Después aparecen los baños: el 36,3% de ese colectivo evita ir al sanitario.

«No es casual –sostiene Greta Pena, presidenta de la entidad– que señalen esos dos espacios como los más violentos e incómodos. Son dos instancias en las que se los separa por sexo biológico. Allí donde el sistema es binario, biologicista y excluyente de las diversidades, hay violencia verbal y física. La baja inserción escolar de las personas trans, que además son expulsadas de su ámbito familiar, es abrumadora, y se ve reforzada por espacios que, como los baños, engendran mandatos discriminatorios a partir de una presunción de heteronormatividad.»

«El baño público tal cual existe hoy es un lugar que se presta a la discriminación de aquellos que no cumplen con el formato hegemónico de identidad. Así que es un espacio clave para desarrollar políticas públicas inclusivas –dice Silvina Maddaleno, responsable del área de diversidad sexual del Inadi–. Donde se implementaron los baños mixtos, disminuyeron los episodios de violencia y discriminación. Todo lo que apunta a romper el binarismo es socialmente enriquecedor. La ley de Identidad de Género supuso un quiebre de la relación entre el dato biológico del sexo y lo que entendemos por género, que es una construcción subjetiva, el modo en que cada persona se autopercibe. Claro, la tarea más difícil es el cambio cultural.» «

Cuerpos que no quieren ser mirados

El baño sin distinción de género de la FADU no fue diseñado desde cero; es, en realidad, la intervención de un baño que usaban varones. Además de los cubículos, aún permanecen los mingitorios. «En un espacio de alto tránsito como la universidad, agilizan el uso de los sanitarios. De todos modos, la idea es poner tabiques, mamparas –explica Griselda Flesler–, pero por ahora no están, y eso generó comentarios encontrados. Varones que dicen: ‘Me van a ver’. O sea, varones puestos ante la situación de que sus cuerpos sean mirados contra su voluntad en el espacio público, lo mismo que les sucede a las mujeres. Desde luego, quienes se sientan intimidados, varones o mujeres, pueden ir a los baños de siempre, que están a unos metros». La próxima medida será poner cambiadores en todos los baños (hasta ahora sólo había en los de mujeres de la planta baja).

Sin permiso

En marzo de este año, Silvia Galarza, la directora de la Escuela Técnica N° 1 de la localidad de El Talar, en el partido de Tigre, decidió reconvertir como «mixto» uno de los baños del establecimiento, a partir del maltrato que padecían estudiantes gays y trans en ese espacio. Dos meses después, tras la visita de un inspector, se le ordenó revertir la medida. Galarza respondió realizando una denuncia ante el Inadi.

«La batalla de los baños» que dividió a los estadounidenses

«La batalla de los baños», tal como tituló en su portada la revista Time, enfrentó a los estadounidenses en 2016. En respuesta a la ley californiana que desde marzo dispone instalar baños sin distinción de género en todos los establecimientos públicos, el gobernador republicano de Carolina del Norte, Pat McCrory, impulsó una legislación decididamente violatoria de los derechos del colectivo trans: aprobada en marzo del año pasado, sólo permitía entrar al baño correspondiente al sexo biológico registrado en el documento. La llamaron «Ley de Seguridad y Privacidad en Instalaciones Públicas», postulando, a lo Mirtha Legrand, que no hay diferencias entre homosexuales y violadores. 

Artistas como Bruce Springteen o el Cirque du Soleil cancelaron de inmediato sus presentaciones en ese estado, y estrellas de Hollywood como Julianne Moore y Anne Hathaway anunciaron que no filmarían en locaciones en Carolina. Barack Obama tomó el toro por las astas y exigió que todas las escuelas públicas del país permitieran a sus alumnos trans usar los baños de acuerdo al sexo con el que se identifiquen, bajo amenaza de perder fondos federales. Y aunque la administración Trump volvió atrás con esa disposición, Carolina se vio obligada a derogar la norma discriminatoria. Como argumento de peso a favor de la implementación de baños únicos, sin distinción de género, una encuesta realizada por la asociación DC Trans Coalition, de Washington, reveló que siete de cada diez personas trans experimentaron en alguna portunidad agresiones verbales o físicas dentro de baños públicos o directamente se les negó el acceso. Además, el 54% de los encuestados aseguró haber sufrido algún problema de salud por verse obligados a evitar el uso de baños públicos, como deshidratación (por la no ingesta voluntaria de líquidos, habitual en niños LGBT), infecciones renales y del tracto urinario.