Ella estudia medicina. Ahora lo hace desde su escritorio, a metros de la cama, pegado a la terraza, al lado del mate, con el celu como una extensión de la mano. En plena cuarentena se entusiasmó con colaborar con esos viejitos tan solos que, encima, no pueden salir de sus hogares, con todo lo que implica. Se llama Paloma. Tiene 19.

Ella es jubilada. Hace tiempo que no sale demasiado. Los achaques, la costumbre, las nuevas formas de comunicación se agigantaron cuando llegó el virus. Vive sola desde que los hijos se fueron a vivir lejos y su marido se fue más lejos aún. El celu, la tele, la compu, algo de música, mucho de melancolía, la tristeza de la soledad. Un día advirtió que el azúcar se estaba acabando y que en el blister quedaban las últimas pastillas de su remedio oncológico. Se llama Silvia. Tiene más de 70; no dice cuántos.

“Se combinaron mi intención de ayudar, de solidarizarme, en este momento de mierda y de aprovechar el tiempo libre. Sí, influyó que se tratara de gente mayor, pero también lo hubiera hecho con personas más jóvenes. Me ofrecí mediante la app y a los pocos días me pude comunicar con Silvia. Ella estaba angustiada y preocupada. Además debía vacunarse contra la gripe y tenía temor de salir de su casa. Hablé bastante con ella, un par de veces. Creo que la pude ayudar. Luego me ofrecí para hacerle las compras. Se las dejé en la puerta de su casa. ¿Si pensé en mis abuelos para tomar la decisión? Tal vez, inconscientemente. Poder hacer este tipo de cosas es muy piola y me hace sentir bien…”, relata Palo.

Hasta hace horas se habían registrado 6.514 adultos mayores Los voluntarios son 34.969 (más de la mitad tienen de 18 a 36 años y un 32% se acerca a los 55). Las tareas que más solicitaron, compras en súper y farmacias y paseo de mascotas: el 59%. La mera contención telefónica fue pedida por el 21%. Los adultos requieren la asistencia a través de la línea 147. Hay otras formas de voluntariados: empleados de la Ciudad que dejaron sus tareas y reparten comida, barbijos, remedios, o que trasladan o cuidan a los llegados desde el exterior que cumplen sus cuarentenas en hoteles.

Trascurren horas en los que los gestos solidarios toman diversas formas. También es hora de que Paloma vaya a hacer las compras para que Silvia tenga su azúcar, sus remedios y que, de paso, no se sienta tan sola.