La primera vez que pasé por el paraje salteño El Alfarcito, la gente lloraba cuando mencionaba la obra del “cura volador”. Era el Padre Sigfrido Moroder, quien llegó en 1999 y que pronto llamaron “Padre Chifri”.  Logró organizar a los productores y artesanos, la escuela albergue de montaña de educación secundaria y el funcionamiento con energía solar de todo el pueblo. También misionó hasta su fallecimiento en 2011, en las 25 comunidades de la Quebrada del Toro que une el Valle de Lerma con la Puna.

Muchos conocen el paraje porque desde hace unos años el famoso Tren A Las Nubes ofrece excursiones que combinan bus con el tren. En el recorrido hacia San Antonio de Los Cobres, donde está el viaducto La Polvorilla, una de las paradas es en El Alfarcito, lugar donde se comparte un desayuno campestre con infusiones y aperitivos regionales. 

Foto: Gentileza Carlos Alberto Figueroa Fundacion Alfarcito

Está a menos de dos horas de la ciudad de Salta y a casi 3000 metros de altura, por la ruta 51 que trepa la quebrada del Toro, lo que se descubre es un mundo donde viven unas 20 familias. Desde el camino de acceso al pueblo se divisa la pequeña capilla. Es amorosa. El sendero conduce hacia el templo y en la entrada está el comedor donde los viajeros pueden disfrutar de las preparaciones  locales. 

Además, se pueden conocer, admirar y comprar las artesanías de todos los emprendedores de la región, entre textiles y cerámicas, desde guantes hasta almohadones con fibras teñidas con raíces y plantas, que se exhiben en el mercado artesanal. Cada una lleva su etiqueta que indica el nombre del artesano y artesana, la comunidad y el precio.

Qué más ver

Hay un centro de interpretación donde se plasma la historia y la obra del “Padre Chifri” junto con la gente.  Es superador conocer la escuela Albergue de montaña, la huerta y el campo de  paneles solares. La escuela tiene unos 120 estudiantes, fue construida con los muros “trombe”, que llevan una estructura de vidrios con aislación térmica a base de ladrillos de adobe y piedra donde los metales que rellenan al muro toman el calor del sol y generan la temperatura que mantiene el agua caliente de las cañerías y calefacciona  al lugar.

Este pueblo es ancestral. También hay historias más recientes, como el llamado telefónico del Papa Francisco cuando se comunicó para conocer en detalle la obra del Padre Chifri, preocupado en conocer cómo se continuaba el trabajo en la comunidad. La primera camada de estudiantes de Turismo recibidos en la escuela secundaria es otro de los hitos del lugar y la remera autografiada que envió Messi, se atesora en la comunidad.  

Foto: Gentileza Carlos Alberto Figueroa Fundacion Alfarcito

“Se han recibido en terciario y en universidad tres estudiantes de El Alfarcito”, le dice a Tiempo, Carlos Alberto Figueroa, que trabaja desde la Fundación Alfarcito, una ONG que también ayudó a organizar el Padre Chifri  y a través de la cual se brinda apoyo de becas a los estudiantes para acompañar su crecimiento educacional a quienes quieren acceder a una formación terciaria o universitaria. 

“Cuando llegó, el Padre Chifri vio una población de adultos, ancianos y niños porque los jóvenes se iban a centros urbanos en busca de trabajo por lo que la preocupación fue crear un secundario que les brindara preparación, con un título y con un oficio”, contó Figueroa.  Y lo lograron, hay una egresada de la Escuela que es Psicopedagoga, dos enfermeras y una policía.

La historia

Las comunidades se distribuyen desde Rosario de Lerma, Campo Quijano, La Silleta, el Mollar, Santa Rosa de Tastil, donde está ubicado el sitio arqueológico que integra el Qhapaq Ñan, hasta El Alfarcito. Algo así como una superficie de 4600 kilómetros cuadrados entre los 2000 y 4000 metros de altura donde habitan unas 400 familias en los alrededores de la Quebrada del Toro.

El cura logró durante sus años de misionero unir a las 18 escuelas de toda la región, recorriendo los lugares, haciendo trecking por los mismos caminos que utilizaba la gente. En bici o en mula. Todos lo recuerdan muy activo, deportista y que con su mochila y víveres llegaba a cada rincón y si la noche lo atrapaba en medio de la montaña, armaba su carpa donde amanecía al día siguiente para continuar su recorrido. 

Las distancias enormes y la geografía de montaña le imponían recorridos de hasta tres días para llegar a una comunidad por lo que el Padre Chifri intentó aprender a volar en parapente. Lo hizo y le valió el mote de “cura volador” hasta que un viento le jugó una mala pasada y se accidentó. Hasta los médicos creyeron que no iba a volver a caminar, pero Chifri durante dos años hizo los ejercicios de rehabilitación y logró caminar con muletas y se valía de un cuatriciclo rojo que pasó a llamarse el “burro rojo” para llegar a los lugares más alejados. Finalmente, en noviembre de 2011, falleció. Su obra perdura hasta hoy.

El legado

Otra de las formas organizativas que trabajó el Padre Chifri fue una cooperativa con los productores de papines andinos, y se logró que cada uno tuviera su etiqueta, se lavaran los papines y se embolsaran para facilitar su comercialización. Los galpones de acopio son vistosos porque su fachada está cubierta de murales realizados con mosaicos de todos los colores que relatan la historia de la comunidad, el Padre Chifri y la producción. Justo el fin de semana pasado se realizó la feria de la Papa Andina que siempre se realiza en julio y donde cada familia lleva su producción y la comercializa. 

Foto: Gentileza Carlos Alberto Figueroa Fundacion Alfarcito

La Escuela Albergue, la producción de papines, el mercado artesanal y la Fundación Alfarcito son parte del trabajo que distingue al paraje. Inmerso en un paisaje bellísimo, es su alma la que se revela al visitante. 

Cada 28 de mayo se celebra el nacimiento del Padre Chifri; en julio la Feria de la Papa Andina, en Agosto, el mes de la Pachamama y  San Cayetano, el Patrono del lugar. Todo el año se puede visitar este paraje que se convierte en destino, de Salta La Linda.

Foto: Gentileza Carlos Alberto Figueroa Fundacion Alfarcito