La pandemia puso en el primer plano de la consideración pública un conjunto de tareas que siempre fueron vitales para el funcionamiento de la sociedad. Sin ellos, la vida tal como la conocemos sería diferente, y en esta situación de excepcionalidad, el lugar común de considerarlos «héroes anónimos» no suena exagerado, ya que se exponen, ellos y sus familias, que los esperan, cada vez que ponen un pie fuera de casa. Consideradas «esenciales», sus tareas suman, poco o mucho, en la batalla contra el coronavirus. Médicos y enfermeros, desde luego, pero también policías, choferes de colectivo, recolectores de basura, y la enorme cantidad de voluntarios que se ofrecen para lo que la crítica coyuntura demande: coser barbijos, auxiliar para que el alimento llegue a los barrios más vulnerables o enseñar a un jubilado a usar el homebanking.

Son varios los servicios que el DNU firmado por el presidente llama esenciales, comenzando por los que prestan el personal de Salud, las Fuerzas Armadas y las distintas fuerzas de seguridad, pero también los que regulan la actividad migratoria o el control de tráfico aéreo. El Ministerio de Salud ya convocó a voluntarios profesionales para reforzar la tarea de los equipos sanitarios: enfermeros, bioquímicos, kinesiólogos y médicos de distintas especialidades para organizar un gran plan nacional de contención. Todos ellos, los que no pueden quedarse en sus casas, prestan un inmenso servicio al resto.

Miguel Ángel, conducción

Miguel Ángel Suárez tiene 49 años y es chofer de la 96. Como tantos otros trabajadores, querría estar con su mujer y sus dos hijos en su casa de Ciudadela, haciendo la cuarentena, pero sabe que “a pesar del miedo” de su familia, le toca conducir un medio de transporte público «para que la gente de la sanidad o de seguridad pueda llegar a la primera línea de batalla. Tenemos que estar», explica, aunque se lamenta porque «hay gente que sale sin necesidad, uno se da cuenta, y eso te da impotencia porque están exponiendo a sus familias y a los que los rodean».

El colectivero cuenta que, por el recorrido de la línea 96, de la empresa Transporte Ideal San Justo, que nace en las profundidades de La Matanza y Merlo, recién se topa con estrictos controles de seguridad al entrar a la Ciudad, mucho antes de llegar a la terminal en Constitución. Para preservarse, los choferes llevan un plástico transparente que los separa de los pasajeros, y alcohol en gel, además de desinfecciones permanentes de cada unidad. Hasta el jueves 19, Miguel mantenía sus días habituales de trabajo, pero desde el 20 todos los choferes intercalan los días de asistencia por número de legajo, par o impar.

Silvia, en la primera línea

Como profesional de la salud, la licenciada en Enfermería Silvia Ruiz, de 63 años, sabe que todo va a ser más complicado de aquí en más. Por su edad, está situación de riesgo, y sin embargo sigue yendo a trabajar todos los días a la sede central del Hospital Italiano, en Gascón al 400, donde, según cuenta, ya hay cinco casos confirmados del nuevo coronavirus, que se encuentran aislados. “Pero recién hoy (por el viernes) todos tenemos barbijos y guantes, porque la empresa se estaba negando a proveer los elementos a todos los trabajadores de la salud. Tenemos que cuidarnos a nosotros, a nuestras familias y a los pacientes”, grafica la enfermera, que está, como todas y todos sus colegas, en la primera trinchera del combate contra la pandemia de Covid-19.

“El virus ya está en situación de circulación comunitaria, por eso queremos extremar todas las instancias para evitar el contagio”, dice Silvia.

La enfermera reconoce que «a pesar del dilema que genera esta situación, porque como todos tengo una familia, y una hija de 25 años con un pánico terrible, nosotros tenemos que seguir atendiendo pacientes”.

Mara y los barbijos de Tesei

Mara Forne tiene 46 años. Vio toda su vida a su mamá, María del Carmen Chirico, de 74, coser. Claramente, no era la suyo, pero cuando empezó a escuchar de la pandemia confeccionó varios barbijos para que su marido se trasladara desde Villa Tesei, donde viven, hasta su trabajo en atención al público en un gremio, en el Centro. “Si bien en ese momento decían que sólo los enfermos tenían que taparse la boca, mi esposo tenía que tomar colectivo, tren y subte, y así estábamos más tranquilos”, explica Mara, que no imaginó la potencialidad de su trabajo: “Todo empezó porque me sobraba friselina, que es una tela semiimpermeable, y vi que un grupo de gendarmes en las redes requería barbijos. Se los hice, con la condición de que los pasaran a buscar, por la cuarentena”. Le llegaron pedidos de todos lados. El último, de unos agentes de “la montada de Capital, que quedaron en traerme más tela y a cambio yo les doy barbijos que ya hicimos con mi mamá, porque yo corto pero la que cose es ella”. Mara recibe donaciones de rollos de friselina y se le puede escribir a su perfil de Facebook, Maramara. Luego ella se contacta con gendarmes y policías que hacen los traslados.

Ricardo recoge lo que la cuarentena tira

Ricardo Jara lleva 20 años en la recolección de basura, como chofer de la empresa Cliba. Hoy, a los 50 años, y en un contexto que nunca hubiera imaginado, sigue recorriendo los barrios de Recoleta, Palermo, Villa Urquiza y Belgrano para llevarse los residuos de la cuarentena. “Si bien siempre trabajamos con elementos infecciosos y tomábamos nuestros recaudos, ahora se extremaron todas las medidas: todos salimos con barbijo, cofia, guantes de látex y gafas”, dice Ricardo, a quien, tanto al entrar como al salir del trabajo, le toman la temperatura.

“Cambiamos los horarios para que sea escalonado y no juntarnos los 150 o 200 compañeros que salimos a la calle en estos días. Así no nos concentramos en las duchas, por ejemplo”, dice, y agrega que todos los días al llegar a su casa en Lanús, antes de saludar a sus cuatro hijos y a su mujer, vuelve a desinfectarse, se saca la ropa de calle, la junta con la de su trabajo y la pone a lavar inmediatamente. “Trato de cuidarme todo lo que pueda. Nuestro trabajo es clave y hay que seguir haciéndolo. Quizá sea el más invisible, pero si no salimos, todo se puede poner aun peor”.