Luis Almagro pidió un minuto de silencio por las masacres de Sacaba y Senkata, mirando a cámara y copando todo el plano con un gesto de angustia y condescendencia que impactaba. Después de pedirlo, se puso de pie con aire teatral, y con la vista al frente, ligeramente elevada como buscando un cielo oculto por la losa del techo, inició su ceremonia de duelo. Hasta parecía que iba a llorar. Quien lo interrumpió fue el embajador boliviano ante la Organización de Estados Americanos, Héctor Arce. Lo llamó impostor y señaló: “La mejor muestra de respeto que se puede hacer a esas personas a las cuales el secretario general les ha ofrecido un minuto de silencio es abrirse a una investigación totalmente limpia y transparente y entregar los documentos que se le ha solicitado”. La bizarra escena se produjo durante una reunión virtual del Consejo Permanente de la OEA. Con su “gravísima impostura”, como la calificó el embajador boliviano, el secretario general Almagro no sólo reconoció las masacres atribuidas a la gestión de facto de Jeanine Áñez, que él apoyó con entusiasmo, sino que pretendió borrar su responsabilidad en el golpe contra Evo Morales en noviembre de 2019. Almagro fue el agitador clave de la teoría del fraude electoral mediante un informe de veeduría que nunca logró demostrar acabadamente lo que afirmaba. “Es un cinismo extremo que haga eso, una de las personas, que con sus acciones, causó justamente esas muertes”, le recordó Evo. «