Demócratas y republicanos, gobierno y oposición, el presidente y su antecesor, Joe Biden y Donald Trump están embarcados en una repugnante campaña electoral que admite las más contrapuestas lecturas. Es un ejemplo de libertad o una carrera orientada deliberadamente a destruir los mitos y las personas. El de la democracia ejemplar, el de tutor de la paz del mundo, el de los dos partidos que excluyen a un tercero. El sabio modelo que legaron los padres fundadores, el del bipartidismo perfecto, el de la democracia que se sustenta en la alternancia de los signos partidarios en el gobierno. Todo indica que ni Biden ni Trump están dispuestos a rescatar la vigencia de alguno de los mitos.

Lo cierto es, en cambio, que Biden y Trump, demócratas y republicanos, no andan con sutilezas y llevan la campaña hacia un escenario alejado de las ideas, centrado en la descalificación personal de quién tiene más asuntos pendientes con la Justicia, quién atropella con más frecuencia la buena moralidad, quién visita con más o menos frecuencia las alcobas ajenas, quién tiene o no la salud mental necesaria para llevar las bridas de la carroza de la gran potencia que manda en el mundo. La cosa será el 5 de noviembre de 2024. Falta mucho todavía, pero menos si se recuerda que en Estados Unidos un mandato dura cuatro años. Ambos someten por igual a un electorado que apenas mira.

Tropiezos

A Biden lo golpean de todos lados. Ofrece muchos flancos. Tropieza demasiado (tropieza, literalmente) y se duerme en medio de las entrevistas (se duerme, literalmente), pero en las últimas semanas a las sospechas sobre su incapacidad cognitiva se ha agregado una batería de denuncias e investigaciones sobre su familia, en especial su hijo Hunter, más conocido por su papel de lobista que de abogado. Para aumentar las dudas sobre sus verdaderos quehaceres, la oposición hace hincapié en que justamente en 2009 –el año que su papá llegó a la Casa Blanca como segundo de Barack Obama– Hunter creó la consultora internacional Rosemont Seneca Partners y luego, en alianza con inversores chinos, la BHR Partners.

Entre sospechas y certezas, una comisión investigadora dirigida por los republicanos aseguró que los Biden crearon una intrincada red de empresas a través de la cual recibieron en estos años de papá vice y papá presidente, más de diez millones de dólares procedentes del extranjero. «Hay tráfico de influencias, el comité investigó y hay negocios que ponen en peligro la seguridad nacional», dice el dictamen. James Comer, titular de la comisión, cree que «por esto Biden merece largos años de cárcel». Y lanzó un furibundo cross al mentón presidencial: «Los fondos que beneficiaron a los Biden –dijo– son de ciudadanos chinos y empresas vinculadas con la inteligencia china y la dirección del Partido Comunista chino».

Para sumar disgustos, más de 90 de los 222 diputados republicanos, convocados por Ronny Jackson, un exmédico jefe de la Casa Blanca, instaron a Biden «a abandonar su intento de reelección o someterse a una evaluación de capacidad mental». En una carta abierta, dicen que «en sus apariciones públicas es común que arrastre los pies, tropiece, olvide nombres, balbucee palabras, pierda el hilo de sus pensamientos, se vea confuso» (Tiempo  23/10/22). Jackson dijo que si se busca en Internet por «meteduras de pata de Biden», aparecen más de 14 millones de resultados. Trump se colgó de la carta y, dirigiéndose irónicamente a «Sleepy Joe» (inductor del sueño), le pidió a Biden que se someta a un test antidrogas.

Chiste de mal gusto

En ese juego destructivo y cruel, que al castigar a los líderes castiga y condena al mil veces elogiado «faro de la libertad» norteamericano, el turno de Trump fue igualmente duro y no sólo llegó del lado demócrata. Biden se refirió elípticamente al precandidato republicano, señalando que la supremacía blanca –nazi y xenófoba– «es la amenaza terrorista más peligrosa». Siendo Trump el más prominente de sus promotores, lo que dijo el presidente es que quien lo apoye es cómplice por definición. Pero más duro fue John Bolton, el exconsejero de seguridad de Trump, un halcón entre los halcones, quien calificó a su exjefe como «un verdadero chiste de mal gusto, un ser no apto a quien los republicanos deberían exigirle que cese ya, de forma inmediata y permanente, su campaña electoral».

En el medio, o sobrevolando el escenario, estuvieron y siguen estando 34 causas judiciales que deberían agobiar al expresidente. En la primera semana de mayo recibió dos condenas ante las que se irritó pero no se molestó en retrucar sus detalles. Por una, quedó al borde de que le dicten la pena por el soborno de 137.000 dólares a una actriz del cine porno para que no revelara los detalles de sus encuentros en la cama. Por otra, quedó firme que deberá pagar cinco millones de dólares a una mujer a la que violó en el vestidor de una lencería. Ante ambos casos reaccionó a puro chantaje. Dijo que los magistrados actuantes son «responsables de la muerte y destrucción, una violencia catastrófica que pueden provocar sus fallos». Los calificó como «psicópatas degenerados que odian a Estados Unidos».

Mientras las encuestas lo acarician y él habla y promete como si ya fuera el nuevo presidente, a Trump le rebotan las balas. Biden, en cambio, deambula por el escenario político y parecería que sólo está para firmar los decretos de entrega de fortunas de cash, armas y municiones para uso del ejército ucraniano. Hace como que ni se enterara de los maltratos republicanos. ¿O será que quienes lo dan con su salud mental en retroceso tienen al menos un algo de razón? El gran tema es que, dentro de algo más de un año, uno u otro, uno cargando su deterioro moral y el otro llevando a cuestas su triste realidad neurológica, será el nuevo jefe de la gran potencia que maneja los hilos del mundo. «

Sachs: «No quieren ver la más sencilla de las soluciones”

Mientras bajo el signo del  chantaje negocia con el partido opositor un acuerdo sobre el aumento del tope de la deuda, y sigue sin encontrar un atajo para zafar del atolladero ucraniano, Joe Biden sufre las críticas de los más distinguidos referentes universitarios y antiguos militares de alta graduación. El problema es que unos y otros piden que hinque sus dientes justo donde no quieren ni se animan, él ni nadie de la dirigencia republicana. Estados Unidos está brutalmente endeudado, en esencia dicen, por su adicción al belicismo.

 “Ellos –los jefes de los dos desflecados partidos del espectro político de la superpotencia– no quieren ver la más sencilla de las soluciones”, cree el académico Jeffrey Sachs, una de las personalidades más influyentes del mundo, según Time. ¿Cuál sería esa tan sencilla solución? Ponerles fin a las guerras en las que sus gobiernos decidieron participar y recortar el gasto militar. Para empezar a salir del pantano ucraniano, y a la vez paliar la crisis de la deuda, es necesario dejar de alimentar al complejo militar industrial (CMI), el más poderoso lobby del país. Eso, al menos, es lo que dice Sachs (www.jeffsachs.org)

Sachs recuerda que el gasto militar norteamericano es de unos 900.000 millones de dólares, más del 40% de lo que el resto del mundo destina a los mismos fines. “Una cuarta parte se evitaría acabando con las guerras que se inventó Estados Unidos y cerrando las casi 800 bases desparramadas por el mundo, así como negociando nuevos acuerdos de control de armas con China y Rusia”, dice Sachs. “Sin embargo –agrega– en vez de buscar la paz mediante la diplomacia, el CMI aterroriza regularmente a la sociedad con ‘villanos de historieta’ a los que se debe eliminar, llámense Osama bin Laden, Saddam Hussein, Bashar al Assad, Muammar Khadafi o Vladimir Putin”. Las víctimas son sus mejores clientes.

 Estos días, los enemigos de la guerra citan frecuentemente al ex presidente Dwight Eisenhower (1953-1961), un general de cinco estrellas que sirvió durante toda la Segunda Guerra Mundial, fue el primer comandante supremo de la OTAN, activó contra Corea y el comunismo y ordenó los golpes de Estados en Irán (1953) y Guatemala (1954). Un verdadero enamorado de la guerra, lo que no le impidió pensar. Tres días antes de finalizar su segundo mandato (17/1/1961) hizo la advertencia que más se recuerda: “Todos los gobiernos debemos tener cuidado de no dejarnos llevar por la influencia injustificada del CMI. El riesgo de que se consolide un poder pernicioso está presente y persistirá”.

 

Desde el año 2000 el CMI ha embarcado a Estados Unidos en guerras en Afganistán, Irak, Siria, Libia y ahora Ucrania. Según Sachs, Afganistán fue la peor causa. Se retiró dejando un país destruido, en quiebra y hambriento. Ucrania es víctima hoy del abrazo norteamericano y con toda probabilidad padecerá los mismos resultados: guerra sin fin, muerte y destrucción. Las guerras, dice Sachs, han sido terribles para Estados Unidos, pero han sido peores para las naciones a las que la gran potencia dijo querer salvar. Entonces, recuerda una sentencia adjudicada a Henry Kissinger, el gran estratega republicano: “Ser enemigo de Estados Unidos suele ser peligroso, pero ser su amigo es mortal”.