Jair Bolsonaro lo volvió a hacer. Nuevamente desafió las recomendaciones de la OMS y alentó una multitudinaria manifestación frente al Palacio de la Alvorada, la residencia presidencial brasileña. A diferencia de otras convocatorias, esta vez se mantuvo alejado de sus seguidores y no se lo vio toser deprejuiciadamente sobre la palma de su mano. Pero si dejó dos cuestiones bien marcadas: que no tiene drama en avanzar sobre las instituciones en un autogolpe con impreciso apoyo civil-militar; y que considera al confinamiento por el coronavirus como una medida “irresponsable e inadmisible” de algunos gobernadores, y que destruye empleos.

Mientras los asistentes voceaban cánticos y hacían flamear pancartas contra el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y el exministro de Justicia y ahora denunciante del mandatario, Sergio Moro, Bolonaro afirmaba desde una tarima: «El pueblo está con nosotros, y el ejército está del lado de la ley, del orden, de la libertad y de la democracia». Entre los gritos de los manifestantes se escucharon no pocos que reclamaban una intervención militar.

Si algo define a los seguidores de Bolsonaro es la agresividad que ponen en práctica. Esta vez, atacaron a un equipo de periodistas del diario O Estado de Sao Paulo, lo que generó el repudio de los colegas presentes. Así fue que también resultaron agredidos un reportero de Folha de Sao Paulo y otro de la publicación Poder360. Organizaciones de derechos humanos y civiles se sumaron a los gremios de prensa y a dirigentes políticos que señalaron al riesgo para la democracia de esas actitudes. Para Bolsonaro, el atacante fue un desequilibrado que se había infiltrado en la manifestación.

La pulseada política entre el excapitán del Ejército y parte de la burocracia estatal brasileña elevó a tensión la semana pasada, tras la renuncia de Moro, quien con el manejo de la causa Lava Jato sienfo juez pavimentó el camino de Bolsonaro al Palacio del Planalto.  Pero Moro terminó denunciando al jefe de Estado de querer interferir en la justicia al pedirle la renuncia al titular de la Policía Federal. Y este sábado fue a declarar ante una investigación del Poder Judicial sobre la cuestión.

Como el Supremo Tribunal Federal (STF) le impidió designar a Alexandre Ramagem, el director de la Agencia Brasileña de Investigaciones (Abin, la AFI de ese país) porque es parte de la acusación de Moro, ya que es amigo de los hijos del presidente, Bolsonaro ahora puso en la PF a Rolando Alexandre de Souza. Era el segundo de la Abin, lo que implica una mojada de oreja al STF. Los hijos de Bolsonaro están acusados, uno de organizar una campaña de fake news contra la Corte; otro de vínculos con bandas paramilitares de Río de Janeiro.

Según medios brasileños, Bolsonaro se reunió el mismo sábado con altos mandos militares para tratar la crisis política que envuelve a su gobierno. Los uniformados fueron claves en la llegada al poder del ultraderechista, pero también en sostenerlo, ya que tienen al menos ocho puestos claves en su gabinete, incluido el jefe de la Casa Civil. Ni contar con el que el vicepresidente es un general de cuatro estrellas, Hamilton Mourao. Un adusto militar que ahora es bien visto por sectores cada vez más amplios del establishment para desplazar a Bolsonaro.

La jugada complica a muchos uniformados que no quieren verse metidos en otro baile como en la dictadura de 1964. Pero al mismo tiempo son conscientes de que todo se puede ir al demonio si la situación sigue por este camino. Lo que incluso podría significar la vuelta del PT a un futuro gobierno.

Todavía no está claro qué rol piensan desplegar las cúpulas militares. Hay versiones de que Bolsonaro tiene pensado contraatacar y remover a los altos mandos. Es que desde hace un mes le impusieron un jefe de Gabinete, el general Walter Braga Netto, que tiene como tarea ir emprolijando el escenario ante las acciones de los Bolsonaro, que se muestran como un clan rebelde a toda regla de urbanidad democrática.

Pero el presidente, congresista desde hace 32 años, suma a su concepción militarista toda esa experiencia como bicho de la política y ahora intenta sumar apoyos en esas lides ante la pérdida de grupos que ahora huyen de su amistad como de un contagiado de algo peor que el Covid-19. Hace meses que el partido Liberal, que le prestó el sello para formar la candidatura presidencial, lo explusó de sus filas. Bolsonaro es un presidente sin partido.

Y qué mejor en este dilema que convocar a algunos contaminados por la corrupción que necesitan algún tipo de revancha. Por eso mantiene conversaciones con Valdemar da Costa Neto, del PL; Roberto Jefferson y  Ciro Nogueira del PTB, y Gilberto Kassab, del PSD. Son los llamados partidos del centro. Todos ellos inmersos personalmente en aquel proceso conocido como Mensalao, la mensualidad que según la justicia entregaba el gobierno de Lula da Silva, allá por 2005, a opositores para que le aprobaran las leyes claves.

Esa investigación le costó el cargo como jefe de gabinete a José Dirceu, uno de los más sólidos aliados de Lula, pero también habían caído los nombrados, que ahora sueñan con la vuelta.