Uno de los grandes gritos de la historia brasileña fue «el Petróleo es nuestro», cuando Getulio Vargas impulsó la formación de Petrobras, luego del hallazgo de petróleo en Bahía. Ese lema se robusteció durante el gobierno de Dilma Rousseff, tras la exploración en aguas profundas y el descubrimiento de reservas en el Presalt, que convertiría a Brasil en un país petrolero, o sea, con capacidad de exportación, y cambiaría radicalmente la matriz de acumulación de capital del país, teniendo presente una avanzada industria petroquímica que logró construir durante los años setenta.

Semejante renta es apetecida por todo el espectro político brasileño, con diferentes miradas.

Cuando la izquierda, hegemonizada por el Partido dos Trabalhadores, impulsó el uso de los recursos en las áreas de Educación y Salud, la derecha decidió encarar decididamente el golpe de Estado contra Rousseff y dejar en agenda la apropiación de esas ganancias en manos privadas.

La baja del precio internacional y la debilidad política del bloque golpista dejaron pendiente el tema y no sorprende que Jair Bolsonaro lo tome como manotazo de ahogado, tratando de buscar su reelección. La estrategia no es nueva: lo hizo Carlos Menem en Argentina con YPF. Con la excusa de no poder manejar los precios de la gasolina, el resguardo nacionalista que tenía Bolsonaro sobre la empresa se desvanece ante su debacle electoral.

Las intenciones manifiestas con descaro del presidente brasileño de privatizar Petrobras suenan como miel a los oídos del establishment económico que, exultante, se expresó con el alza de las acciones de la petrolera, porque sus integrantes serán los principales beneficiarios de la medida, más allá de que el broker que lo impulsa, el ministro de Economía Paulo Guedes, sostenga que los fondos pueden ser destinados a programas sociales.

Es algo verosímil que, teniendo presentes las presidenciales de 2022, podrían engrosarse algunas asistencias. Algo que no parece probable por los tiempos que requiere la privatización y la proximidad de la elección. Por otra parte, lo importante no es el sacrificio del capital físico sino del circulante, donde las posibilidades que tendría el Estado para sostener una redistribución progresiva de esa renta se desvanecen, en tanto que Bolsonaro quiere darlas a los capitales concentrados a fin de mantenerse en el Planalto.

Es un interrogante si con estas medidas sobre la mesa se podría, de todos modos, alcanzar ganar una elección. O si, por el contrario, son manotazos de ahogado, si para Bolsonaro significa una elección factible ante una posible victoria de Luiz Inácio Lula da Silva. Lo que sí está claro es que el presidente actual se lanzará a hacer cualquier tropelía ante la posibilidad de evitar la victoria del dirigente de izquierda. Y lo hará a cualquier precio.