El 11 de febrero de 1979, comenzó una nueva etapa en Irán. Ese día se terminó de desmoronar el último vestigio de la dinastía Pahlevi y comenzó la Revolución Islámica, un cambio político que los países occidentales nunca toleraron. De hecho, hace 40 años que la nación persa es el enemigo público de Estados Unidos y las multinacionales petroleras, al punto que Donald Trump rompió unilateralmente el acuerdo nuclear alcanzado por China, Rusia, Francia, Reino Unido, Alemania y la administración Obama porque lo consideró demasiado permisivo para Teherán.

La Revolución Islámica fue la culminación de un proceso que había comenzado en 1953 cuando un golpe orquestado por la CIA y el MI6 británico sacó del poder a Mohamed Mossadeg, un primer ministro elegido democráticamente que se había convertido en personaje molesto porque había nacionalizado la petrolera Anglo Iranian ni bien asumió su cargo, en marzo de 1951. El boicot económico a Irán no fue suficiente para voltear al gobierno y entró en acción la CIA en su debut como agencia destituyente.

Washington y Londres se pusieron de acuerdo en dejar a Mohamed Reza Pahlevi como monarca absoluto con la condición de que sirviera sin chistar a los intereses occidentales. Hijo de Reza Shah, quien había tenido que abdicar en 1941 obligado por el Reino Unido y la Unión Soviética a raíz de su apoyo a los nazis, el vástago sabía cómo eran las reglas del juego.

Una combinación de organismos especializados en la vigilancia y represión como la temible Savak en un ambiente de lujuria tanto en la familia real como en la aristocracia, generaron el odio silencioso de las grandes mayorías populares, que además padecían las consecuencias del despojo cotidiano de sus ingresos y al falta de expectativas de progreso. Algo de este clima reflejó el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro El sha o la desmesura del poder.


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Como contrapartida, fue creciendo en la consideración popular el clérigo chiíta Ruholah Jomeini, exiliado en el exterior luego de haber sido perseguido y encarcelado por el régimen autocrático del Sha desde 1963. «Jomeini vive como un asceta, se alimenta de arroz, de yogur y de fruta, metido en una sola habitación sin un mueble. Sólo una litera en el suelo y un montón de libros», lo describe Kapuscinski.

Sentada sobre fusiles, la monarquía subsistió mucho más de lo que se podía prever, pero hacia fines de la década de los ’70 del siglo pasado el espacio para sostenerse se fue achicando. La población fue saliendo a las calles cada vez con más frecuencia en reclamo por mayores libertades y agobiada por la situación económica en un momento de auge de los precios del petróleo a nivel internacional.

Las protestas crecían a medida que se iban refinando los métodos de tortura más brutales. Hubo asesinatos en masa en sendas manifestaciones durante el año 1977. Justo ese año había asumido como presidente de EE UU James Carter, con una agenda de Derechos Humanos que chocaba al menos en lo discursivo con la defensa de un régimen feroz como el de los Pahlevi.

Pero los servicios de inteligencia estadounidenses no tenían en la mira al movimiento que se estaba gestando en las mezquitas y que crecía en las calles al calor de la protestas.

Hacia fines de 1978 era evidente que la monarquía iba a caer. Pero las multinacionales y Washington no encontraron una figura de recambio. En septiembre de ese año, el ejército baleó a una multitud y provocó miles de muertos en la plaza Yaleh.

El 16 de enero de 1979, el Sha y la familia real abandonan Irán. Dejan un gobierno regente que no puede durar mucho. Jomeini vuelve de su exilio en París el 1 de febrero y el 11 (22 de Bahman en el calendario árabe) es expulsado del poder el primer ministro Shapur Bachtiar.

Todavía eran momentos de confusión, pero el hombre fuerte, el ayatollah Jomeini, logró que en abril se aprobara mediante referéndum la creación de la República Islámica de Irán, con una constitución inspirada en la sharia, la ley del Islam.

Desde entonces EE UU busca un cambio de régimen para recuperar el control del petróleo. El asesor de Seguridad Nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, propuso directamente invadir, pero luego trenzó los hilos para que se desatara la guerra entre Irán e Irak.

Puesto como parte fundamental del Eje del Mal por George W. Bush, Barack Obama intentó una vía diplomática para controlar del programa nuclear iraní –que fue iniciado, curiosamente, bajo asesoramiento argentino cuando aún estaba el Sha– y en vista de que las sanciones económicas no daban el resultado esperado, en 2015 aceptó el acuerdo 5+1. Trump desandó ese camino en mayo de 2018. La CIA sigue con la sangre en el ojo por Irán. «