En el contexto de una campaña de demolición de la figura del presidente Joe Biden, y de desestabilización de unas instituciones exhibidas ante el mundo como ejemplo del modelo democrático del que siguen ufanándose los norteamericanos, los gobernadores republicanos de los estados sureños de EE UU pusieron en práctica un nuevo mecanismo de tráfico humano. Desde Texas (Greg Abbott), Arizona (Doug Ducey) y Florida (Ron de Santis) parten diariamente aviones y autobuses cargados con inmigrantes americanos que entraron legalmente –al amparo de una política engañosamente generosa diseñada por el gobierno demócrata– pero a los que nadie quiere. “Viajan” por orden de la tríada sureña. Destino: Washington y Nueva York, donde se concentran los dueños del poder. 

Abbott (uno de los mejores fascistas norteamericanos, cachorro de Donald Trump, racista, partidario enfermizo de la portación de armas y la pena de muerte, censor de bibliotecas escolares, enemigo del aborto y otros derechos) fue quien impuso la modalidad. “Texas no es un santuario para esa gente tan odiosa (los inmigrantes). Allí van, que en sus feudos los demócratas los soporten, los vistan y les den de comer”, dijo a la NBC. La perversa historia comenzó en mayo, tímidamente, cuando un ómnibus de turismo llevó a las puertas de la casa privada de la vicepresidenta Kamala Harris, encargada de ejecutar la política migratoria, una primera tanda de venezolanos que habían salido de su país creídos de que llegarían al bastión de las libertades.

Pronto, Martha’s Vineyard, una isla-paraíso de Massachusetts en la que el costo de vida es de un 60% más que la media nacional y las viviendas se cotizan un 96% más– se convirtió en un infierno, lleno de pobres deambulando por las calles, durmiendo, comiendo, orinando, haciendo también sus otras cosas en las calles. En ese enclave selecto tienen su residencia de verano las familias Kennedy, Clinton y Obama y los grandes halcones de la economía. Allí vive de forma permanente Kamalla Haris, frustrada precandidata presidencial demócrata, negra, bautista y mujer. A ella le mandan a diario, como regalo maldito, cientos de inmigrantes.

A las puertas de las elecciones de medio término del 8 de noviembre, en las que estarán en juego un tercio del Senado, la Cámara de Representantes en pleno y 36 gobernaciones, los republicanos se aprovechan del contexto crítico del gobierno nacional, mientras Biden da muestras cada vez más reiteradas de peligrosas flaquezas en su salud mental. En la concepción de los gobernadores fascistas del sur, la mano dura con los inmigrantes tiene un doble valor. En sus estados ganan popularidad entre los más conservadores y en los estados demócratas generan rechazo y obligan a declarar el estado de emergencia y disponer de recursos destinados a otros fines.

Cuando Abbott inauguró su política de traslados lo hizo enviando a la casa de Harris un ómnibus cargado con venezolanos. Lo imitaron sus pares de Arizona y Florida. Acicateado por el éxito, fue subiendo la “dosis”. La semana pasada ya eran nueve los buses que cubrían a diario los más de 2000 kilómetros que separan a Austin (Texas) de Martha’s Vineyard. Florida mantiene el mismo ritmo, pero sus despachos los hace en aviones, como Arizona. “Intensificaremos nuestros envíos a las ciudades santuario, hasta que Biden y Harris den un paso al frente y aseguren las fronteras. Si hicieron mal las cosas en Venezuela, como las hacen hoy mal en Ucrania, pues que sean ellos quienes los soporten”, dijo Abbott.

En NY la situación “es insostenible, necesitamos ayuda, esta es una ciudad que se recupera de una pandemia que la golpeó con singular dureza y ahora está abrumada por una crisis humanitaria creada por manos humanas”, dijo el alcalde Eric Adams. Mientras la ONU deliberaba sin enterarse de que a seis kilómetros de allí estallaba una nueva crisis, la oficina creada para atender la emergencia reseñaba que una de cada cinco camas del sistema de albergues para los sin techo está ocupada por inmigrantes, y “el flujo repentino aumentó su población hasta alcanzar niveles récord. Se habilitaron 42 hoteles, se distribuyeron más de 5500 niños en las escuelas públicas y de aquí a fin de año necesitamos 1000 millones de dólares más”.

Cuatro meses después de iniciada la campaña de los gobernadores republicanos, la Casa Blanca tuvo una primera, patética, reacción. La vocera Karine Jean-Pierre dijo que “los republicanos usan a los inmigrantes como peones, y eso es vergonzoso, muy equivocado, recuerden que se trata de personas que huyen del comunismo”. Biden no fue menos y advirtió que los gobernadores “están jugando a la política con seres humanos, algo que es imprudente, es antiestadounidense”. Para la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos “estas personas fueron arrojadas a las calles como basura y eso es anticristiano, es antiestadounidense y no debería permitirse”.

El tráfico humano lo diseñó Texas, pero Florida le dio forma. La National Public Radio, una emisora pública, denunció que los inmigrantes fueron engañados. Les dijeron que iban a Boston, donde recibirían un documento de trabajo inmediato. Lo cierto es que fueron literalmente tirados en las calles, sin un lugar donde dormir, siquiera, y con la prohibición de trabajar durante 180 días. Entonces llegó el punto final. Emisarios de Florida estacionaron unas grandes -camionetas en lugares públicos y desde allí reclutan inmigrantes para llevarlos a ese estado, donde recibirán una paga insuficiente para hacer la tarea dura de la reconstrucción, tras el destructivo paso del Huracán Ian.  «

La crisis en Haití y el abrazo de oso del imperio

El primer ministro haitiano, Ariel Henry le envió esta semana una carta al secretario general de la ONU, António Guterres, en la que le pidió la intervención de una «fuerza armada internacional especializada» para hacer frente a la grave crisis de seguridad en su país, provocada por la acción de grupos criminales que controlan sectores de Puerto Príncipe. El funcionario de la organización internacional respondió al llamado de auxilio proponiendo el despliegue de una «fuerza de acción rápida» para evitar que se llegue a lo que algunos analistas advierten como una situación de preguerra civil y hasta se la compara con lo ocurrido en Somalía a principios de la década de los ’90. A la creciente ola de violencia se le agrega una fuerte epidemia de cólera que pone a la zona en emergencia sanitaria.
Por supuesto que EE UU está muy interesado en el tema y no justamente con intenciones santas. De inmediato se anunció la llegada de una comitiva a Puerto Príncipe para reunirse con el gobierno y otros actores políticos para analizar la crisis. Y la encabezó el propio subsecretario de Asuntos del Hemisferio Occidental de EE UU, Brian Nichols, quien no se anduvo con eufemismos: «EE UU sigue siendo un socio incondicional del pueblo haitiano y seguirá apoyando a Haití durante este momento crítico», dijo el estadounidense luego de reunirse con Henry. Y habla de un acuerdo de paz, lo que implicaría sospechar que la violencia provocada por esos grupos no se trata de una cuestión de bandas marginales sino de grupos controlados.