El pueblo kurdo de Turquía, representado en muchos sectores del sudeste del país por el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas originales), alista una arriesgada estrategia para participar en las elecciones generales que se realizarán el próximo 14 de mayo. El objetivo principal del HDP y sus aliados de la izquierda turca es destronar al presidente Recep Tayyip Erdogan, que hace más de 20 años dirige con puño de hierro la suerte de casi 90 millones de hombres y mujeres.

Los comicios se llevarán a cabo en un escenario de inflación permanente (que marca un 50% anual, según cifras oficiales de marzo), la represión sostenida contra las expresiones opositoras al Ejecutivo, y los dos terremotos que en febrero pasado sacudieron la región kurda de Turquía, dejando como saldo más de 50 mil personas fallecidas, miles de edificios destruidos y una catarata de denuncias contra el gobierno, que van desde la lentitud para brindar ayuda hasta los casos de corrupción que rodean la construcción de las infraestructuras colapsadas.

Antes de conocerse la fecha de los comicios, el HDP anunció la conformación de la Alianza Trabajo y Libertad, integrada por un grupo de partidos políticos de izquierda y progresistas. De esta manera, la coalición se posicionó como una tercera opción frente a la Alianza Popular (encabezada por Erdogan) y la Alianza Nacional (impulsada por el Partido Republicano del Pueblo –CHP-, de extracción nacionalista y de centroderecha).

Las urgencias por detener la reelección de Erdogan llevaron al HDP y a sus aliados a declinar la presentación de un o una candidata presidencial. El anuncio se realizó luego de la reunión que mantuvieron los co-presidentes del HDP, Pervin Buldan y Mithat Sancar, con el candidato del CHP, Kemal Kiliçdaroglu. En ese encuentro, Kiliçdaroglu se comprometió a resolver las profundas problemáticas del país a través del Parlamento, un espacio que fue perdiendo importancia en el país mientras el “presidencialismo” de Erdogan crecía. Kiliçdaroglu también aseguró que la “cuestión kurda” y unas posibles negociaciones de paz con la insurgencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) debían ser tratadas a nivel legislativo. Es necesario recordar que el CHP siempre avaló las operaciones militares lanzadas por Erdogan contra los y las kurdas, como las que se desarrollan actualmente contra el Kurdistán sirio e iraquí, en la que decenas de pobladores perdieron la vida.

Tras este encuentro con el postulante del CHP, la co-presidenta del HDP, Pervin Buldan, declaró que el objetivo de la Alianza Trabajo y Libertad era obtener más de 100 escaños en el Parlamento. Esta es la jugada táctica más importante de las últimas semanas por parte del movimiento político kurdo que, desde hace décadas, intenta que el Estado turco permita los plenos derechos a su población de más de 20 millones de personas.

Para presentarse a las elecciones, el movimiento kurdo y sus aliados irán bajo las banderas del Partido de la Izquierda Verde (YSP, por sus siglas originales). La conformación de una nueva organización no es un hecho caprichoso, sino que se enmarca en la persecución constante a las que son sometidas las expresiones políticas kurdas. En un informe reciente de la agencia de noticias kurda ANF, se recordó que las “ilegalizaciones de partidos no son nada inusual en Turquía y tienen más bien una tradición poco gloriosa”. “Desde principios de la década de 1960, el Tribunal Constitucional turco ha disuelto más de 20 partidos por considerar que peligraba el principio de separación entre Estado y religión o la unidad del Estado -indicaron desde el medio-. Las organizaciones islamistas y pro-kurdas se vieron especialmente afectadas. Pero en los últimos 13 años no ha habido más prohibiciones de partidos, por considerarse una reliquia de tiempos inestables y antidemocráticos”.

Pese a esta última afirmación, en la actualidad el HDP corre peligro de ser censurado por el Estado turco. El gobierno de Erdogan hizo varios pedidos al Poder Judicial para ilegalizar al partido pro-kurdo, al que acusa, sin pruebas reales, de “vínculos con una organización terrorista”, en referencia al PKK. El Ejecutivo también impulsó, en enero pasado, el bloqueo de las cuentas bancarias del HDP, medida anulada el mes pasado por el Tribunal Constitucional de Turquía.

El Partido del Trabajo Popular (HEP, por sus siglas originales) fue la primera agrupación kurda que intentó participar en la política institucional del país, en 1990. Un año después, logró que 22 de sus postulantes fueran elegidos para el Parlamento. Cuando asumió su cargo, la diputada kurda Leyla Zana prestó su juramento en turco, como exige la ley, pero antes de finalizar su discurso, añadió en kurdo: “Trabajaré para que los pueblos kurdo y turco puedan convivir en un marco fraternal”. De esa manera, Zana violó la Constitución del país, que estipula que en el Parlamento y en los actos oficiales solo se puede hablar en turco. Automáticamente, el HEP fue ilegalizado. Desde ese momento, otros cuatro partidos impulsados por el movimiento kurdo fueron prohibidos, hasta la creación, entre 2009 y 2010, del Partido Paz y Democracia (BDP), que luego se transformó en el actual HDP.

La ilegalización de partidos pro-kurdos siempre estuvo acompañada por la represión y el asesinato de sus integrantes. En la actualidad, los ex co-presidentes del HDP, Figen Yüksekdağ y Selahattin Demirtaş, se encuentran en prisión. A su vez, miles de militantes y dirigentes inundan las prisiones del país, entre ellos el líder kurdo Abdullah Öcalan, recluido y prácticamente incomunicado desde 1999 en la isla-prisión de Imrali, una base militar en el mar de Mármara.

En las elecciones de 2018, el HDP obtuvo casi el 12% de los votos y logró más de 80 escaños en el Parlamento. A su vez, el partido llegó a controlar 100 municipios del Kurdistán turco (Bakur), pero el gobierno de Erdogan lanzó una campaña masiva de intervenciones, por la que buena parte de esas administraciones fueron despojadas de sus alcaldes y alcaldesas, muchas de las cuales pasan sus días tras las rejas.

El movimiento kurdo en Turquía –un amplio conglomerado que abarca desde la insurgencia armada hasta asociaciones culturales y civiles- busca la democratización de Turquía para resolver las profundas grietas sociales, étnicas y económicas que vive el país. La negación de las minorías (ya sean kurda, asiria, armenia o árabe, tanto musulmana, cristiana, aleví o yezidí) por parte del Estado turco se sostienen desde la fundación de la República, en 1923. En los próximos comicios, estas problemáticas y conflictos están en juego. Los hombres y las mujeres de Kurdistán no sólo representan los votos que pueden cambiar la historia cercana de Turquía. También tienen el compromiso que las promesas de una paz urgente se cumplan. El futuro presidente turco ahora deberá dar pasos concretos hacia esa dirección.